Hossam Ezzedine
MIRADA AL MUNDO

Cambiar Palestina a través del ballet

Shyrine Ziadeh quiere cambiar Palestina, su tierra natal. ¿Y cómo pretende hacerlo? De una manera absolutamente novedosa: a través del ballet. En Ramala (Cisjordania), forma a un grupo de 60 jóvenes bailarinas para demostrar al mundo que desde los castigados territorios ocupados «puede salir algo hermoso».

Vestida con mallas negras y un coqueto lazo rosa en el pelo, Ziadeh repite sin descanso los mismos movimientos ante un grupo de pequeñas bailarinas ataviadas con tutús y zapatillas de color rosa que reciben clase en el Centro de Ballet de Ramala. Esta imagen se repite desde hace cuatro años, cuando esta bailarina palestina de 26 años y graduada por la Universidad de Birzeit comenzó a dar clases de danza clásica a niñas de Cisjordania con el objetivo de «traer algo nuevo y de ofrecer otros horizontes».

Pero sus metas van más allá, ya que, a través de sus clases y su empeño por difundir el ballet, busca también un impacto político. Según señala, «el ballet es un arte mayor y una buena manera de revolucionar la cultura tradicional palestina. Porque yo no solo les enseño a bailar, sino también a interactuar con los demás. Quiero potenciar a estas niñas y el ballet les ayuda a desarrollar un punto de vista sobre la vida. La enseñanza del ballet y de la filosofía es además una manera de mostrar al mundo algo bello llegado desde Palestina. Necesitamos este tipo de cosas».

Ziadeh es una de las pocas profesoras que imparte en Palestina danza clásica, un arte «que tiene su propio universo, diferente de todos los otros tipos de bailes. Tenemos que expresarnos con el conjunto de los músculos del cuerpo para mostrar la pureza de la danza». Aunque su centro es prácticamente único, lo cierto es que el baile es un elemento fundamental de la cultura local, ya que ninguna boda o celebración se lleva a cabo sin la dabkeh, la danza tradicional palestina por excelencia.

En estos momentos, la bailarina cuenta con un total de 60 alumnas, de edades comprendidas entre los 4 y los 20 años, y aguarda el futuro con optimismo, pero en sus comienzos, las cosas no resultaron sencillas. Aunque Ramala está considerada como una de las ciudades más abiertas de Palestina, no faltaron personas que criticaron su iniciativa, ya que «todas las ideas nuevas despiertan rechazo. Yo lo sabía, pero también supe que iba a tener éxito».

Con el fin de frenar esas críticas, las puertas de su centro de danza siempre están abiertas para que quien quiera, pueda ver lo que está haciendo en el interior del apartamento en el que da sus clases. Incluso mostró su rechazo a cualquier financiación extranjera, a pesar de que no le han faltado ofertas atractivas en ese sentido.

Otro problema al que ha tenido que hacer frente ha sido «las restricciones desde Israel, que controla los puntos de entrada hacia Cisjordania, lo que supone una dificultad añadida. Por culpa de la ocupación, necesitamos un permiso para hacer cualquier cosa, como, por ejemplo, importar leotardos y otra vestimenta propia del ballet, que es algo de lo que no disponemos aquí», señala la profesora de ballet.

Gracias a la creación de su academia de ballet, Shyrine Ziadeh ha conseguido hacer realidad una vieja aspiración de muchas personas de Cisjordania. Así, Yasmine al-Sharif no duda en abonar los 70 dólares al mes que debe paga para que su hija aprenda ballet, ya que es «un sueño que yo tenía cuando era una niña. Desde pequeña me ha gustado, pero en mi época no existía un centro de este estilo», reconoce mientras observa a las alumnas moverse delante del espejo que cubre toda una pared del estudio.

Algo parecido le ocurre a Faten Farhat Salma, que lleva al centro a su hija de 7 años. «Yo bailaba nuestra danza dabkeh, pero me gusta el ballet, por lo que animé a mi hija a acudir al centro. Antes no teníamos la oportunidad de practicar una actividad fuera de la escuela, pero hoy las cosas han cambiado y nos toca a todos nosotros fomentar aún más el cambio para avanzar hacia un futuro mejor».