Diásporas
Un miembro de la comunidad judía observa los restos de las tumbas profanadas el pasado 15 de febrero en el cementerio de la localidad francesa de Sarre-Union. Aquel mismo día, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, exhortaba a una «inmigración masiva» de europeos judíos a Israel tras el tiroteo frente a una sinagoga de Copenhague, en un duro mensaje que molestó, o eso pareció, a algunos aliados europeos de Israel. Algunos rabinos también se vieron obligados a reaccionar. Sea como fuere, el Estado francés lidera la lista de judíos que emigran hacia Israel, por delante incluso de Ucrania, y se espera que esa cifra ascienda a unos 10.000 en 2015. Aunque muchos prefieren emigrar a EEUU, a Gran Bretaña o a Canadá.
Los gobiernos europeos, mientras tanto, están inmersos en una espiral en busca de la seguridad tras Toulouse, Bruselas, París o Copenhague, discurso y medidas que no hacen sino alimentar el mensaje y las previsiones de votos de ultraderechistas y neonazis, por ejemplo en el Estado francés. Todos están en campaña, también, por supuesto, Netanyahu, que aspira a la reelección el 17 de marzo. Y, desde luego, el Frente Nacional francés, que se presenta a sí mismo como el «protector de Francia» y que campa a sus anchas y sigue sacando réditos a los ataques de París. Mientras, el Gobierno de Hollande asegura que «no tolerará esta nueva herida que ataca a los valores que todos los franceses comparten», cuando lo cierto es que las profanaciones de tumbas judías no son nada nuevo. El mismo cementerio de Sarre-Union ya sufrió ataques similares en 2001 y en 1988. Sigue habiendo heridas abiertas en Europa y están surgiendo algunas nuevas y no menos peligrosas, pero también quedan pendientes debates sobre la integración de comunidades culturales o religiosas. Pero, sobre todo, sigue pendiente la batalla ideológica por otra Europa, alejada de la oscuridad que la derecha y la ultraderecha están imponiendo en todos los ámbitos.