Sensaciones, emociones, sentimientos y estado de ánimo
Un estado de ánimo es distinto a un sentimiento y este, diferente a una emoción o una sensación. A veces usamos estas palabras indistintamente para referirnos a lo que sentimos, pero existen diferencias. La sensación se vive en el cuerpo y hace referencia a las señales que este nos envía, como la tensión en la espalda, el nudo en el estómago, la presión en la cabeza o el corazón acelerado. Las sensaciones son experiencias íntimamente personales y normalmente no tienen más palabras que las que les ponemos para describirlas.
Las emociones son algo más complejo, ya que se tratan de un conjunto de alteraciones fisiológicas que incluyen algunas de las sensaciones de las que hablaba más arriba, pero también cambios más sutiles e inapreciables por la propia percepción, como el aumento de la presión sanguínea o la secreción de ciertas hormonas, con la peculiaridad de que estas alteraciones complejas invitan a tomar acciones concretas, como llorar, apartarse, pelear o sonreír. Normalmente las emociones duran poco tiempo y son intensas, es decir, podemos notar la diferencia en “cómo estamos” con respecto a lo habitual en nosotros.
Los sentimientos son, por así decirlo, las emociones en las que pensamos. Son más duraderos precisamente por eso, porque alimentamos una emoción espontánea y breve con reflexiones, anticipaciones, análisis, profecías o creencias en general, lo cual puede hacer que la alegría puntual se prolongue al pensar en todos los beneficios que tenga esa situación.
Las emociones son más espontáneas, como decía, porque son respuestas ante el entorno que todos compartimos. Son adaptativas, nos impulsan a actuar de una manera determinada y son muy antiguas en nuestra especie (y en todas las especies animales). El sentimiento, en cambio, es más elaborado y recoge las diferencias individuales por todo lo que añadimos de nuestra historia y “mundo intelectual”. Cuando un sentimiento se prolonga largo tiempo, hablamos de estado de ánimo, que puede durar horas, días, semanas e incluso abarcar un periodo más largo.
Lo que sabemos de todos ellos, sensaciones, emociones, sentimientos y estado de ánimo, es que provocan cambios hormonales, con sustancias que modifican nuestro organismo y también nuestro propio cerebro, cambiando al mismo tiempo la propia manera de pensar. Es como si echáramos una pastilla colorante en una cisterna que se vacía y vuelve a llenar: hasta que la pastilla no se deshace por completo, el agua sigue teniendo color. Lo mismo sucede con las hormonas asociadas a las emociones: se vierten al torrente sanguíneo y “colorean” nuestro organismo hasta que las desechamos.
Cuando pensamos en una de esas tardes grises o esa mala leche al terminar un día de trabajo especialmente duro, es importante que sepamos que nuestro cuerpo está siguiendo una inercia de varias horas marcadas por las hormonas correspondientes y que sobre todo cuando se trata de sentimientos desagradables, merecerá la pena poner al cuerpo en otra inercia. Sería algo así como cambiar de vía un tren, separar mentalmente un espacio de trabajo estresante de una vida social placentera o la crianza de los hijos. Los sentimientos generan inercia o la generamos nosotros dándoles vueltas, pero cuando veamos que nos superan, es hora de buscar tener sensaciones diferentes. Hay a quien le sirve una ducha caliente antes de encontrarse con sus hijos, saltar del sofá y hacer ejercicio para superar el aburrimiento o la tristeza, simplemente dar un paseo de vuelta a casa o tomar un café caliente y leer una revista banal. Hacer estas cosas da al cuerpo tiempo y estímulo para empezar a echar pastillas de colores más bonitos a la cisterna.