David Meseguer
CUATRO AÑOS DE GUERRA CIVIL

Siria se desangra

La guerra civil que estalló en Siria al calor de las revueltas árabes ya se ha cobrado 220.000 muertos y casi cuatro millones de refugiados. Tras conversaciones fallidas, y a falta de un plan de paz sólido auspiciado por la ONU, el país se asoma al abismo en una guerra de guerras donde leales y detractores de Bashar al-Assad, kurdos, Estado Islámico y actores regionales tratan de imponer su proyecto político.

A Canda Welat siempre le acompañaban un fusil y su sonrisa. Pese a estar atrincherada a escasos metros de las primeras posiciones del Estado Islámico (EI), esta miliciana kurda de 20 años nunca dejaba de bromear. «El buen humor es el mejor método para mantener la moral bien alta y hacer soportables temporadas tan largas alejada de la familia», comentaba esta joven de saltones ojos marrones. Era noviembre de 2013 y la región alepina de Afrin llevaba medio año sometida a un férreo asedio por parte de los yihadistas.

Dos meses más tarde, la milicia kurda consiguió expulsar al EI de la zona y Canda fue destinada a la defensa de Sheikh Maqsoud, el principal barrio de mayoría kurda de la ciudad de Alepo. Allí, un bombardeo aéreo del Ejército sirio acabó con su corta vida en febrero de este 2015. La de Canda Welat es solo una de las 220.000 historias de muerte que esconde Siria y el mejor ejemplo de la complejidad de un conflicto donde se libran varias guerras a la vez.

Hace falta remontarse a marzo de 2011 para situar el origen del conflicto más sanguinario de lo que llevamos de siglo XXI. Al calor de las protestas populares que habían conseguido dilapidar las presidencias de Ben Ali en Túnez y de Hosni Mubarak en Egipto, varios centenares de sirios se echaron a la calle en la sureña ciudad de Daraa tras la detención y tortura de un grupo de adolescentes que habían pintado consignas antigubernamentales en la pared de la escuela. Las fuerzas de seguridad reprimieron la protesta abriendo fuego contra los manifestantes, matando a varios de ellos y provocando un mayor malestar, que derivó en protestas en muchas regiones del país exigiendo la renuncia del presidente sirio Bashar al-Assad y el fin de un régimen hereditario iniciado en 1971 por Hafez al-Assad.

Durante las casi cinco décadas de dictadura, el partido Baaz desplegó un proyecto socialista que contribuyó al desarrollo y la prosperidad del país, garantizó la escolarización y el acceso de sus ciudadanos a los servicios básicos y consiguió mantener la convivencia en el seno de un estado con una amplia amalgama de confesiones y naciones. En la consolidación de esta convivencia tuvieron especial importancia el estatus laico del régimen y la dura represión policial, que encarceló a miles de disidentes políticos y fue capaz de sofocar rebeliones como la de los Hermanos Musulmanes de 1982 en Hama o el levantamiento kurdo de Qamishlo de 2004.

Las revueltas árabes llegaron en un momento en que Siria pasaba por una delicada situación económica fruto del contexto de recesión global, la corrupción estaba fuertemente enquistada en las altas esferas del régimen y las élites empresariales y la frustración reinaba en amplios sectores de la población sin visos de progreso ni ascenso social. Así pues, los primeros meses de revuelta se caracterizaron por una oposición heterogénea, con personas de diferentes confesiones y estamentos sociales que compartían el objetivo común del fin de la dictadura.

Para apaciguar los ánimos de la oposición, Bashar al-Assad planteó reformas constitucionales y económicas, liberó a disidentes políticos e, incluso, derogó la ley de estado de emergencia vigente desde 1963. Medidas insuficientes para una disidencia que ya había pagado con decenas muertos la represión de las fuerzas de seguridad y solo se iba a conformar con la renuncia del rais.

Sangrienta guerra civil. En verano de 2011 se produjeron las primeras deserciones de miembros del Ejército y la Policía contrarios a la represión de las protestas, uniéndose a una oposición que ya contaba con algunas armas y había comenzado a hacerse fuerte en remotas regiones rurales de Homs e Idlib tras expulsar el Ejército oficialista. «Éramos conscientes de que no podíamos plantar cara a un régimen tan poderoso a nivel militar, pero lo que estaba sucediendo en Libia nos animó a tomar las armas. Esperábamos que las matanzas del régimen sobre civiles comportarían una intervención militar extranjera o, como mínimo, la declaración de una zona de exclusión aérea», explica Yamen Larraj, un combatiente del Ejército Libre de Siria (ELS) en Latakia que ahora vive exiliado en Alemania.

Formado a partir de desertores del Ejército y civiles sublevados, el ELS consiguió lanzar múltiples ofensivas por todo el país y extender el conflicto a Damasco y Alepo en 2012. La estrecha colaboración de estados como Turquía, Arabia Saudí y Qatar con la oposición armada contribuyó a la escalada de la violencia y a la fragmentación en pequeñas brigadas rebeldes que actuaban de forma independiente de acuerdo a los intereses y la agenda islamista de cada padrino. La injerencia extranjera y el pulso regional que libran Irán y Arabia Saudí en territorio sirio han contribuido a la sectarización del conflicto entre chiíes, alauitas y minorías favorables al presidente Al-Assad y una mayoría sunita contraria al régimen.

«La revolución murió hace tiempo. Antes nos movía la ilusión por derrocar a la dictadura y construir una nueva Siria. Ahora, el odio sectario lo ha contaminado todo», destaca Yamen, que decidió abandonar el ELS y buscar una vida mejor en Europa después de que el Estado Islámico matase a varios de sus compañeros y los amenazase de muerte. El auge de los grupos yihadistas, con miles de combatientes extranjeros en sus filas y la participación de Hezbollah, ha provocado la radicalización del conflicto y lo ha conducido hacia una nueva dimensión, forzando a los sirios a elegir entre Al-Assad, el islamismo radical o el exilio.

Las escalofriantes cifras tras cuatro años de guerra civil ayudan a dimensionar la magnitud de la tragedia siria. Según datos de Naciones Unidas, cerca de 220.000 personas han muerto desde el inicio del conflicto y tanto el régimen sirio como los rebeldes y los diferentes grupos yihadistas están acusados de haber cometido crímenes contra la humanidad. Entre ellos, destaca el ataque con armas químicas en el suburbio damasceno de Ghouta, en el que, según el Observatorio Sirio de los Derechos Humanos, murieron más de medio millar de civiles. Oposición y Occidente culparon al régimen del ataque, mientras que Damasco y su aliado ruso atribuyeron la autoría a los rebeldes. Fue uno de los momentos de máxima tensión y se llegó a vislumbrar la posibilidad de una intervención militar contra el régimen sirio liderada por EEUU. Ante la perspectiva de un ataque estadounidense, el presidente Bashar al-Assad aceptó la destrucción de su arsenal de armas químicas en una misión supervisada por la ONU y la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ).

Al drama de la muerte se une el éxodo de los más de 10 millones de sirios –casi el 45% de la población– que se han visto obligados a abandonar sus hogares y buscar cobijo en otra región del país o en el extranjero. El ACNUR cuantifica en 3.850.000 los refugiados –establecidos principalmente en Turquía, Jordania y Líbano– y en 7.650.000 –la mitad de ellos niños– los desplazados en el interior de Siria. Desesperados, muchos de ellos pagan precios desorbitados a las mafias y se lanzan al mar hacinados en viejas embarcaciones con el sueño de alcanzar Europa sin miedo a que el Mediterráneo pueda engullirlos para siempre.

«Mi familia vio que ya no era seguro permanecer en Siria y pusimos rumbo a Australia, donde tenemos una tía», cuenta resignada Nour Sangawi, una joven de 22 años, que en 2013 vio truncados sus estudios de Filología Inglesa en la universidad de Alepo por falta de profesorado. «No soy optimista acerca del futuro de Siria. Las cosas empeorarán y más gente será asesinada. En los próximos años seremos testigos de más destrucción», manifiesta esta joven partidaria de Bashar al-Assad. Las palabras de Nour están teñidas de nostalgia y, sobre todo, de pesimismo. Ella, como muchos sirios, cree que aunque la guerra pare, la presencia del Estado Islámico y Al-Qaeda sumirá al país en el caos durante décadas.

Al drama humanitario hay que añadir el genocidio cultural que han provocado los combates. Según la ONU, un total de 24 sitios culturales han sido destruidos, algunos de ellos considerados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y entre los que figuran monumentos que tenían hasta 7.000 años de antigüedad.

El auge del Estado Islámico. «El Estado Islámico surge de la violencia política causada por la ocupación de un Irak que se convierte en el escenario idóneo para la radicalización y extremismo. Hay que encontrar una solución política razonable para Siria e Irak que confiera cierta estabilidad a la región, y esto es lo que a la larga acabará por desactivar las razones de ser del Estado Islámico y Al-Qaeda», expone Lurdes Vidal, responsable del área Mundo Árabe y Mediterráneo del Instituto Europeo del Mediterráneo.

Surgido de una escisión de Al-Qaeda en Irak y liderado por Abu Bakr al-Baghdadi, el Estado Islámico encontró rápidamente su espacio en el caos sirio a mediados del 2013. Su estrategia inicial fue evitar un enfrentamiento directo con el régimen de Al-Assad y centró su campaña militar en los rebeldes sirios y el Frente al-Nusra –la franquicia siria de Al-Qaeda–, pasando a dominar extensas zonas del norte de Siria en las provincias de Raqqa, Alepo y Deir ez Zor.

Con gran número de insurgentes suníes y antiguos acólitos de Saddam Hussein en sus filas, el grupo yihadista lanzó una ofensiva en Irak en junio de 2014 y consiguió arrebatar al Gobierno iraquí el control de ciudades como Mosul y Tikrit, así como de importantes yacimientos petrolíferos. Fue en aquel momento cuando Al-Baghdadi proclamó el califato del Estado Islámico, un territorio con una superficie semejante a la del Reino Unido, que se extiende desde la periferia de Bagdad hasta la frontera turco siria.

El poder del EI radica en su enorme potencial militar –fortalecido después de haber arrebatado gran cantidad de armas de fabricación norteamericana al Ejército iraquí–, la gran capacidad financiera y la pericia con el uso de la propaganda, que ha provocado la integración de miles de combatientes extranjeros –muchos de ellos procedentes de Europa y Estados Unidos– en sus filas. La capacidad del nuevo yihadismo global para golpear desde Raqqa hasta París ha sido uno de los principales detonantes de la intervención militar de una coalición internacional liderada por EEUU a base de bombardeos aéreos que complementan la acción de las milicias kurdas y algunos grupos rebeldes sobre el terreno.

En el desarrollo de su agenda islamista, el grupo yihadista ha instaurado la sharia –la interpretación más extrema de la ley islámica– y ha puesto a las minorías de Oriente Medio en su punto de mira. Kurdos, siriacos, yazidíes, chiíes y también los musulmanes sunitas que no comparten su interpretación radical del islam están siendo forzados a la conversión, el exilio o la muerte.

«El hermano mayor de los Kouachi, que atacaron la sede de ‘Charlie Hebdo’ en París, confesó que se había radicalizado viendo las imágenes de las torturas en Abu Ghraib. Los discursos de tolerancia del islam y de integración de los jóvenes musulmanes en Europa son necesarios, pero la raíz del conflicto es política. Si no se atacan las causas políticas no se acabará con el monstruo yihadista», insiste Lurdes Vidal.

La primavera kurda. «El 19 de julio de 2012 fue un punto de inflexión en nuestra historia dolorosa. Comenzamos una revolución basada en nuestra propia concepción de la democracia y la libertad. Siria ya no es un refugio seguro para todas las naciones que viven en ella y la proclamación de una región autónoma es la única solución para proteger al pueblo kurdo y a las minoría de extremistas y genocidas», confiesa Daleel Hessen, un joven de ojos azules que trabaja en el Ministerio de Exteriores del cantón de Afrin, uno de los tres que conforman el autogobierno de Kurdistán Occidental.

En esa fecha que apunta Daleel, el régimen de Bashar al-Assad abandonó las regiones kurdas del norte del país, donde viven cerca de tres millones de personas, y el Partido de la Unión Democrática (PYD) –afín ideológicamente al PKK– se hizo con su control y proclamó un autogobierno al margen de la oposición siria y de Damasco. En Kurdistán Occidental está vigente una Constitución que considera oficiales el kurdo, el árabe y el arameo y establece cuotas en el parlamento para las diferentes nacionalidades y confesiones, así como una representación equitativa de hombres y mujeres en la Administración. Esta carta magna también ha impulsado la creación de estructuras de Estado, como fuerzas de seguridad y tribunales propios.

Episodios como los de Kobane y la heroica lucha de milicianas y milicianos kurdos en primera línea del frente contra el EI han servido para poner en el foco mediático las reivindicaciones de un pueblo milenario históricamente ignorado y despreciado. Unos derechos que han ganado legitimidad después de que los kurdos se hayan convertido en el aliado más fiable de la comunidad internacional para detener la ofensiva yihadista.

«Nuestro compromiso con la defensa de la democracia y la protección de todas las confesiones y naciones que viven en esta tierra es un mensaje que hemos conseguido hacer llegar a todo el mundo. Los ataques aéreos por sí solos son insuficientes, por eso es necesario que la comunidad internacional facilite armas avanzadas y pesadas a la Unidades de Protección Popular (YPG)», destaca Daleel.

La paz, ¿misión imposible? Los kurdos defienden que este modelo de «democracia radical» es el más progresista de Oriente Medio y podría ser la solución a las guerras de Siria e Irak. Una solución que se antoja muy lejana si se tienen en cuenta las fallida conversaciones llevadas a cabo hasta la fecha entre el Gobierno sirio y la oposición y en las que los kurdos no han estado presentes. Mientras la oposición solo concibe una transición sin Al-Assad, el régimen no concibe un fututo sin el rais.

«Con un Ejército Libre de Siria prácticamente desmantelado, la oposición política tiene muy poca legitimidad porque carece de representación militar sobre el terreno. Esto ya ocurrió en las conversaciones de Ginebra de 2014 y ahora se ha agudizado mucho más con el auge de los batallones yihadistas. Aunque se llegara a un acuerdo, el Estado Islámico y Al-Nusra no van a respetarlo porque tienen su agenda propia», explica Lurdes Vidal.

La complejidad de la situación y el fracaso de los planes impulsados anteriormente por la ONU han provocado que el nuevo enviado especial para Siria de Naciones Unidas y la Liga Árabe, Staffan de Mistura, haya rebajado las pretensiones, priorizando treguas y acuerdos de carácter local –como ya ha sucedido en algunos barrios de la periferia de Damasco– que faciliten la entrega de ayuda humanitaria a los civiles y con la esperanza de que dichas treguas se extiendan a lo largo del territorio.

«Aunque exista una oposición poco legitimada, es necesario poner sobre la mesa un planteamiento sobre la alternativa política a la situación actual. Si no hay una negociación política, se está admitiendo que la única posibilidad es Al-Assad y la pervivencia del régimen», destaca la analista del Instituto Europeo de la Mediterránea.

Otra de las hipotéticas soluciones a las que se opone frontalmente Lurdes Vidal es la partición de Siria en pequeños estados de acuerdo con criterios sectarios: «La partición de Siria es más una idea neocolonial emanada de algunos sectores de EEUU que una propuesta defendida por los propios sirios. El territorio no está fragmentado étnica y religiosamente de forma tan clara, la población está mezclada. Aunque la convivencia nunca ha sido idílica, más allá de las identidades étnicas, religiosas o tribales siempre ha predominado una identidad siria».

La analista del think tank con base en Barcelona advierte que «si creamos un miniestado alauita que sea satélite de Irán o un miniestado sunita servil de Arabia Saudí, solo se estará echando gasolina al fuego sectario. Hay que intentar revertir esta tendencia e ir por el camino de las negociaciones nucleares con Irán y rebajar las tensiones de Irán con Arabia Saudí».

Sea como fuere, lo que está claro es que el negro futuro de Siria no parece estar en manos de los sirios. Lamentablemente, se augura una guerra que se prolongará no durante años, sino durante décadas.