IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Un decálogo para la vitalidad

Hay momentos en los que a pesar de la evidencia de estar vivos, tenemos la sensación de perder la conexión con la propia vitalidad. Se nos escapa esa energía de arranque que nos mueve, nos enzarzamos en la rutina o directamente nos invade una sensación depresiva. Cuando esta sensación se convierte en habitual, merece la pena echar un ojo a las siguientes facetas:

Historias de fantasmas. Somos quienes somos gracias a nuestra historia, pero también a pesar de ella. Nuestros modos y maneras de estar en el mundo tienen historia y, a menudo, reaccionamos al mundo actual como lo hacíamos cuando aprendimos esas estrategias. Cuando tratamos a una persona nueva con la desconfianza, la precaución o el miedo de otras épocas, puede que estemos viviendo historias de fantasmas y ha llegado el momento de revisarlas o simplemente dar un paso más.

Presencia. Dar un paso más hacia la presencia en nuestro presente. Con total seguridad, no somos aquella persona que fuimos, hemos cambiado y nuestras circunstancias también lo han hecho. Por tanto, la situación actual ofrece oportunidades actuales sobre las que decidir hoy.

Espacio propio. Para decidir hoy, hay que caer en la cuenta de una evidencia: por el hecho de ser individuos, tenemos un espacio propio en el mundo, y a pesar de que nos parecemos, tenemos características, necesidades, formas de pensar y una creatividad únicas en su combinación, por lo que ocupamos una parcela única y conectada.

Ejercicio físico. Somos nuestro cuerpo, y todo lo anterior no existe sin nuestro cuerpo, preparado durante cientos de miles de años de evolución para recorrer el espacio, explorarlo, moverse por él para cubrir nuestras necesidades y alcanzar lo que hay más allá. El movimiento físico abre la puerta al movimiento cognitivo por la cantidad de cambios biológicos que afectan directamente al cerebro.

Cierta ingenuidad. Dicen que un perro viejo no aprende trucos nuevos, a no ser que mantenga la ingenuidad hacia lo que no conoce. La vida se nos queda sin expectativas cuando lanzamos las mismas visiones sobre el mundo que nos rodea, y la curiosidad se convierte en recelo. Merece la pena despertar de nuevo el beneficio de la duda sobre lo que hemos creído conocer por completo.

Expresión. El miedo nos paraliza, eso lo sabemos bien; en mayor o menos medida constriñe nuestro movimiento y la expresión de nosotros mismos, nosotras mismas. Recuperar la vitalidad pasa por expresar a las personas de alrededor nuestra manera de ser únicas, únicos, como una forma de expandirnos, de estirarnos como después de una larga siesta.

Sentido. Esa expresión espontánea de sí mismo, de sí misma, con la ingenuidad de buscar algo distinto, siempre genera un impacto en el mundo alrededor. Y de esa interacción surgen encuentros, actividades o posibilidades que probablemente estén más en consonancia con nosotros y adquieran sentido por dentro.

Implicación. Cuando encontramos ese sentido, y puede tratarse de una persona nueva que acabamos de conocer, de una actividad que descubrimos que nos gusta, de una forma de trabajar que tiene más sentido dadas mis circunstancias, sea como fuere, merecerá la pena arriesgarse a implicarse un poco más, aunque al principio sea unidireccional por nuestra parte.

Pasión. Es la implicación con aquello que tiene sentido desde dentro lo que nos apasiona y nos pone en contacto con la fuerza motriz que llevamos dentro, un deseo común en los seres humanos de ir más allá, de descubrir y aprender.

Relaciones íntimas. Todo esto no tendría mayor sentido sin las relaciones con las personas importantes. La vitalidad se sustenta en el disfrute compartido y, por tanto, la inclusión del otro. Incluso cuando no podemos encontrarla, son las relaciones íntimas y de contacto las que nos dan la seguridad para empezar.