IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Esa sensación de irrealidad

Si hay algo constante en las vidas que vivimos es el cambio. A menudo tenemos la sensación de que las cosas permanecen inmutables a nuestro alrededor y, de hecho, tenemos anhelos en este sentido: un trabajo fijo, una pareja, una casa en propiedad..., estabilidad en cualquier caso. Los últimos acontecimientos económicos y sociales nos han confrontado con una cultura de la estabilidad de años anteriores, estabilidad en cuanto a lo que podíamos esperar de nuestro entorno. Quien más y quien menos hemos tenido alrededor personas, si no nosotros mismos, que han tenido que afrontar un cambio radical con respecto a su trayectoria: personas mayores que han perdido su trabajo, familias ahogadas por deudas provocadas a su vez por la quiebra de empresas familiares, etc. En estos casos, no solamente cesa la entrada de dinero, con todo lo que ello supone, sino que psicológicamente dichos cambios sacuden fuertemente toda una estrategia de supervivencia, todas las creencias con respecto al mundo y nuestra posición en él, y se abre el abismo de incertidumbre sobre lo que esperar del futuro. El impacto es tremendo, lo mismo que cuando la enfermedad llama a la puerta o cuando simplemente sufrimos el ataque de otros en forma de robo o agresión física.

En todas estas situaciones se produce un seísmo cognitivo y emocional que puede ir acompañado incluso de un pinchazo en la cabeza, que se siente físicamente y que deja una sensación de confusión, de parálisis y, en general, de irrealidad. Es un momento de choque, o shock, en el que casi nos desconectamos de nosotros mismos por un instante para no notar la fuerza del impacto. Es algo así como un sistema de seguridad del cerebro ante la sobrecarga de estímulos. Fácilmente podremos identificarlo si recordamos alguna situación repentina de este tipo, que nos pilló desprevenidos. Según la intensidad de dicha situación, la desconexión también variará y nos llevará más o menos tiempo volver a conectarnos con nuestra capacidad para pensar con claridad. Probablemente, esta desconexión también nos dé el tiempo que precisamos para que la parte inconsciente de nuestra mente empiece a hacer los reajustes de emergencia necesarios antes de volver a encender el sistema y empezar a afrontar la nueva realidad. Solemos decir que en esos momentos vivimos como un sueño de imágenes inconexas que pertenecen a una realidad que no es nuestra y que está desconectada de quienes somos. Esta descripción es muy habitual en el caso de la vivencia de la muerte de una persona cercana y son muchos los ejemplos de este onirismo. Incluso esta fase del afrontamiento de un cambio radical en la vida puede durar mucho tiempo. Un tiempo en el que es difícil tomar cualquier tipo de decisión e incluso cuidarse a sí mismo.

Si vivimos una de estas situaciones (o quizá, más preciso sería decir cuando vivamos una de ellas), necesitaremos que otras personas nos presten esta capacidad de afrontar más conscientemente que está congelada en nosotros por el momento. Personas que estén disponibles para escuchar y formar parte de nuestras reacciones inesperadas, de nuestros relatos inconexos, incluso de pensamientos o sensaciones que aparentemente están fuera de la realidad. Recordemos que la realidad como tal, con un impacto de este estilo, se resquebraja por completo y lo que antes servía para entender el mundo ya no sirve, por lo que buscar un nuevo camino conllevará un viaje inesperado. No es locura, ni hay por qué tener miedo a estos momentos, simplemente son grandes ajustes que nuestra sofisticada mente afronta con brocha gorda.