Unai Aranzadi
los últimos serbokosovares

KOSOVSKA MITROVICA, HERIDA ABIERTA

Aislados en el norte de la proalbanesa República de Kosovo, los últimos serbokosovares que se resisten a abandonar su territorio ancestral permanecen atrincherados en la orilla norte del río Ibar. Entre patrullas de la OTAN, puentes bloqueados y un clima de continua tensión, la población serbokosovar y roma de Kosovska Mitrovica se ve amenazada e incomprendida, buscando una solución que no acaba de llegar.

Sucede muy de vez en cuando, pero cuando Ivanka decide cruzar al lado sur del río Ibar, detiene su viejo Fiat Uno en medio del puente, y es allí, y solo allí, donde pone en su vehículo las matriculas kosovares. «Si no las pongo, la nueva policía te multa, pero esta parte sur de Kosovo i Metohija a la que me dirijo fue, es y será siempre parte del pueblo serbio». Para Ivanka se trata de Kosovo i Metohija, y no simplemente aquello que desde 2008 conocemos como la proalbanesa República de Kosovo. Esta joven serbokosovar de veinticinco años entiende el nuevo Estado tal y como lo hacía antes de la intervención de la OTAN en 1999, es decir, «como una histórica región serbia». Con ochenta mil habitantes, de mayoría albanokosovar, y partida en dos por el río Ibar, la ciudad donde reside Ivanka, Kosovska Mitrovica, resguarda en su mitad norte la última concentración urbana de serbokosovares que aún no han abandonado su hogar. Asimismo, estos tampoco reconocen como propio al nuevo Estado de Kosovo, el cual tiene por capital Pristina y como fe mayoritaria, el Islam. «Desde que los albaneses nos expulsaron de todos los rincones de Kosovo i Metohija en 1999, ellos son la gran mayoría, pero si miras los toponímicos de los lugares más antiguos, verás que son serbios y que se refieren a lugares cristianos ocupados por el Imperio Otomano». Con los ojos abiertos como platos, Ivanka esconde la cruz ortodoxa que cuelga de su retrovisor, esforzándose por dar «una versión de la historia rigurosa» que, en realidad, oculta la represión que el régimen del serbio Milosevic ejerció contra los albanokosovares en los años noventa, cuando la guerrilla proalbanesa del ELK (Ejército de Liberación de Kosovo) comenzó a actuar contra civiles y uniformados serbokosovares, en lo que ha sido históricamente un ciclo fatal de agresión mutua entre las dos etnias. «De los albaneses como víctimas lo habéis contado todo, pero ahora es nuestro turno. Te voy a llevar a que veas a la familia gitana que antes de la guerra vivía junto a la casa de mis padres. Los roma, como les gusta que se les llame, también han sido maltratados por los albanokosovares. Esto no ha sido una agresión de serbios contra albaneses, esto ha sido una agresión del imperialismo que ha utilizado a los albaneses para crear tensión, intervenir y crear aquí un estado títere de la OTAN».

Sortear las grandes barricadas y cruzar el puente significa comenzar a ver mezquitas nuevas, barrios renovados gracias a las ayudas de la Unión Europea y plazas con cafés repletos de gente a todas horas. «¿De qué viven todos estos hombres desocupados? No me preguntes, nadie lo sabe. Aquí la mitad de la población no tiene trabajo conocido». En “el barrio de los gitanos”, que es originariamente un campo de refugiados, los roma sobreviven gracias a la ayuda humanitaria. Envuelta en una manta y con el té listo en la mano, la matriarca Ahmeti nos recibe junto a la entrada de su modesta vivienda. «Apenas nos relacionamos con los albaneses. Aquí, cuando esto era Yugoslavia, no había problemas. Vivíamos musulmanes con cristianos, romas con no romas y otras etnias minoritarias, pero a partir de los noventa todo comenzó a complicarse». Deportados continuamente de la Unión Europea y marginados nuevamente por las nuevas autoridades albanokosovares, los roma se encuentran en un estado de vulnerabilidad preocupante. «Después de que el ELK albanés nos echó de aquí ante la pasividad de la OTAN, unas pocas familias hemos regresado y gracias a una agencia de Naciones Unidas tenemos un techo, pero no acabamos de vernos tranquilos, pues sabemos que los albaneses nunca nos han querido. Hace poco atacaron de nuevo a la familia Dibrani».

Tres banderas. El nuevo Estado de Kosovo guarda muchas peculiaridades. Aunque no es “Zona Schengen” ni existe acuerdo bilateral firmado, los ciudadanos de la Unión Europea pueden visitar el país sin pasaporte. Basta un carnet de identidad. Su himno no tiene letra reconocida (caso único junto al de España) y aunque el dólar se utiliza con frecuencia, es el euro, sin ser parte de la eurozona, la moneda de curso legal (caso único junto a Montenegro). La bandera estatal, según la constitución, es la azul con estrellas amarillas (como si fuese casi la de la Unión Europea), pero la población, de mayoría albanokosovar, utiliza de forma generalizada la omnipresente bandera albanesa, que es roja con un águila negra. Las banderas de Estados Unidos también son habituales en todo el país. No solo en la ropa y los coches particulares, sino en cafés, transportes públicos y edificios. Para Ahmeti, «esto es territorio americano, te lo reconocerá hasta un albanés. Aquí tenemos una de las bases mas grandes del mundo, la llamada Bondsteel, que fue construida sobre tierra robada a muchos campesinos expulsados». El enorme asentamiento militar al que se refiere viola la legalidad internacional, ocupa casi cuatro kilómetros cuadrados y opera como un estado dentro del Estado. Tras sus muros de tres metros y alambre de espino se han dado muchos oscuros episodios aún no esclarecidos. «Desde allí no solo se ha hecho mal a los roma y a los serbios, sino que además este fue uno de los centros de detención secretos utilizados por la CIA antes de enviar prisioneros a Guantánamo», recuerda Ivanka.

En la República de Kosovo, con una población de casi dos millones de habitantes, solo dos personas de cada cien compran un periódico al día, y aunque no existe una sólida tradición periodística, recientemente se han publicado audaces reportajes de investigación sobre la corrupción generalizada que existe en el país desde su independencia. Producto de este trabajo, el pasado año se dieron a conocer datos que afectan no solo a Gobierno e instituciones, sino a la propia EULEX, la costosísima misión de la Unión Europea (se llevan gastados más de mil millones de euros hasta la fecha) que, como su acrónimo en latín indica (Misión Europea para el Imperio de la Ley), pretende velar por el orden y la justicia a través de sus 1.600 empleados internacionales. «Harta de ver corrupción en destacados funcionarios de la UE», la fiscal jefe británica Maria Bamieh, filtró al periódico “Koha Ditore” información sobre casos de corrupción en los que estarían implicados varios magistrados europeos de la EULEX con los que ella misma trabajaba. En dichos artículos se habla del juez italiano Francesco Florit, quien se habría embolsado 300.000 euros por dejar libre a un albanokosovar acusado de asesinato. De un modo parecido, el fiscal canadiense Jonathan Ratel y su colega checa Jarislava Novotna habrían obstaculizado el proceso abierto contra el ex ministro y diputado albanokosovar Fatmir Limaj, un presunto criminal de guerra del ELK, la guerrilla proalbanesa que en los noventa pasó de las listas estadounidenses de “terroristas” y “traficantes de drogas” a ser entrenada por las propias agencias de inteligencia europeas y norteamericanas. Prueba del clima de impunidad que todo lo atraviesa en el actual Kosovo, Agim Zogaj, el testigo que hace tres años iba a declarar contra Limaj, apareció ahorcado en un parque de Duisburg (Alemania) semanas después de que la Unión Europea se hiciese cargo de él como “testigo protegido”. El caso, como tantos otros que conciernen a veteranos del ELK hoy en el poder, finalmente ha sido sobreseído. Según Afrim Zogaj, hermano de Agim, «cuando matan a testigos supuestamente protegidos por Europa, sabes que se envía un mensaje claro a los que saben la verdad. Ya nadie querrá hablar jamás».

«Esto no se ha acabado» El origen de la ciudad de Kosovska Mitrovica se remonta al siglo XIV, con el levantamiento de la iglesia de San Demetrio. Debido a que ni ese templo ni otro que vino después permanecen en pie (este último estaba situado en el disputado sur de la pequeña urbe y fue prácticamente arrasado durante la guerra), en el año 2005 los serbokosovares de Kosovska Mitrovica construyeron una nueva versión de San Demetrio. Según cuentan dos soldados portugueses que patrullan la zona, «creemos que es la única no atacada por los albaneses desde el final de la guerra». Al cobijo de sus veintiún metros de altura, la escasa juventud que aún no ha emigrado acude a contemplar las vistas de una ciudad que, a efectos prácticos, ya no es suya. Fumando en un banco, parejas como la que forman Zoran y Marija cuentan hoy con uno de los índices de natalidad más bajos de todo el continente europeo. Para Marija ya no hay porvenir en su ciudad. «Este domingo hay elecciones municipales, pero nosotros hacemos boicot. Ya no creemos en los políticos de hoy. Ni siquiera los albanokosovares creen en los suyos y aunque se han quedado Kosovo y Metohija para ellos solos, también están emigrando a la UE». Sintiéndose marginados no solo por las políticas de exclusión albanokosovares, sino por una nueva clase política serbia ansiosa por ingresar en el mercado común a costa de olvidarlos, los serbokosovares se ven sin recursos y sin control sobre su propio futuro. «La farsa electoral, eso es lo que se celebra hoy. No quiero votar en urnas del Kosovo albanés dirigido por el criminal de guerra al que sus propios hombres llamaban ‘El Serpiente’», en referencia al primer ministro albanokosovar Hashim Thaci, otro histórico del ELK que siempre ha salido airoso cuando su nombre ha salido a colación en las investigaciones por crímenes de guerra en manos de la EULEX.

Tomando una cuesta que parte de la iglesia, en una villa con jardín y aperos de labranza vive Miroljub, un conocido nacionalista serbokosovar que luchó en la guerra de 1999. Engalanado con ropas tradicionales en el porche de su pequeña casa, este hombre de sesenta años asegura que «Europa y todo Occidente está en deuda con Serbia» y que es cuestión de tiempo que Europa vuelva a necesitarlos. «La guerra en los Balcanes es un hecho irremediable. No lo vemos con los patrones falsamente humanitarios de los occidentales. Por este espacio los musulmanes, sean otomanos o albaneses, han hecho presión siempre y los cristianos defendemos nuestro territorio. Lo de buenos y malos es algo que trajeron de fuera. Aquí todos luchamos; no hay opción». Descreído de una narrativa mediática «que por lo general no ha mostrado interés alguno en contar al mundo quién y cómo se instigaron desde fuera las guerras de Yugoslavia», Miroljub sirve raki en tres pequeños vasos. Una vez digerido el licor, parece tomar conciencia de lo impopular que puede sonar su discurso y en tono serio, trata de explicarse. «El Islam no es nuestro enemigo, porque aquí hay minorías musulmanas que han sufrido la violencia albanesa y están a nuestro lado. Que no se lleve el conflicto por donde no es. Nuestro enemigo es cualquiera que nos quiera echar de casa, sea de Texas, Berlín o Tirana». Tomando un libro de Historia, muestra la bandera albanesa y afirma que «los albaneses, además de por parte de la OTAN, tienen financiación saudí. No tienes mas que ver sus mezquitas nuevas. Nuestras iglesias se caen a pedazos y los jóvenes ya ni siquiera rezan».

Visiblemente identificada con el relato del Miroljub, Ivanka considera imprescindible visitar un hotel abandonado que es hoy un improvisado campo de refugiados. «Son serbios expulsados de otras partes de Kosovo i Metohija por los albaneses e incluso de serbios expulsados de Bosnia y Croacia. Es la parte perdedora de la guerra. El mundo no sabe que muchos serbios fueron desterrados para siempre de sus pueblos y ciudades; que cientos de miles de personas no han podido regresar nunca más a sus casas. Que a principios del pasado siglo, los serbios de Kosovo i Metohija éramos la mitad de la población y ahora somos extranjeros en nuestra propia casa». El hotel está a la vuelta de la esquina, pasados unos murales en honor a Karadzic y Mladic, héroes para muchos serbios y asesinos para los pueblos que han sufrido su feroz azote. El vestíbulo y los pasillos, que conservan su moqueta y sus paredes recubiertas elegantemente con madera, recuerdan a Ivanka «los días en los que la Yugoslavia socialista de Tito alcanzó un alto nivel de desarrollo. El bloque capitalista quería acabar con todo esto. Les molestaba ver el éxito fuera de su sistema». Abrir la puerta de una de la habitaciones ya es otra cosa. La atmósfera se vuelven rancia e irrespirable. En ella, una pareja de ancianos cocina, mata las horas y duerme. La mayor parte de ellos vinieron escapándose del campo con los niños acuestas. Pasado un tiempo, ya crecidos, los hijos salieron huyendo del ruinoso hotel-campamento. Hoy solo sus padres, ancianos y sin fuerzas, permanecen atrapados en una penosa condición de invisibles. Lo más preciado que poseen es una fotografía de lo que antes, «al sur de Kosovo i Metohija», era su tierra. «Mire, esta es mi casa. La quemaron los propios vecinos llegados antes de Albania». En todas las habitaciones se repite la misma historia. «A nosotros nos echó la mafia guerrillera del ELK. Pasaron del tráfico de heroína a decir que eran libertadores albaneses». Al fondo de un pasillo, uno de los refugiados más jóvenes no quiere enseñar su rostro a la cámara, aunque sí expresarse mientras muestra la foto de la que fuera su pequeña granja. «Esto no se ha acabado. Kosovo i Metohija es Serbia. No se lo pueden quedar todo». El resto de refugiados asienten con la cabeza. También Ivanka.