IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

¿Qué hace que esto suceda?

Es evidente que a las personas nos suceden toda una suerte de eventos mentales que nos alteran globalmente, desde el inicio de una nueva actividad que nos entusiasma a una ruptura o la llegada de un hijo a la familia. Estos eventos alteran nuestra manera de pensar, de sentir y también nuestro cuerpo, ya que, por simplificar, nuestra mente tiene como razón de ser la supervivencia en el medio, de modo que cambia en sincronía con las condiciones del entorno. En ese sentido, somos muy sofisticados y los cambios que vivimos ante situaciones nuevas se suceden en distintos niveles, intensidades y duraciones, y lo hacen, a menudo, al mismo tiempo unos y otros.

Muchos de estos cambios van ocurriendo sin que nos demos cuenta, lo que quiere decir que no tenemos una idea clara de en qué aspectos concretos pensamos o sentimos diferente, no podemos poner etiquetas que definan ese cambio o describir sus causas, o ni siquiera establecer una cronología del mismo. Simplemente notamos algo diferente, aunque no sepamos muy bien qué es. Esto se debe principalmente a que es la parte no consciente de nuestra mente la encargada de ir juntando las señales sutiles del entorno y operar los cambios que correspondan, también sutiles. Un ejemplo de esta mente inconsciente lo encontramos cuando revisamos todo lo que hacemos sin pensar: desde los movimientos automáticos que realizamos al conducir o cómo seguimos una ruta mientras caminamos hablando por teléfono, e incluso cuando se nos mete una canción en la cabeza todo el día. Por así decirlo, nuestra mente opera simultáneamente a varios niveles, de los cuales solo somos conscientes en una parte. Esta es una consideración general y muy reduccionista del funcionamiento de la mente en esos dos niveles, y es por esta razón por la que nos cuesta tanto entender cómo funcionan algunos de los eventos psicológicos más complejos. Como sociedad, nos afectan y llaman la atención, pero como individuos, nos alertan e incluso nos dan miedo.

Eventos como la psicosis, las adicciones o incluso la depresión o el suicidio son enigmas por su complejidad y la dificultad que suponen para los científicos en la búsqueda de sus causas. Para afrontarlos necesitamos conocer cómo funcionan, entender sus mecanismos para tratar de hacer algo desde fuera que cambie el curso de los acontecimientos internos y no desemboque en el sufrimiento o la desorganización profunda que suelen desencadenar, incluso la muerte.

Sin embargo, conocer cómo funciona a nivel neurológico y molecular ayuda a diseñar fármacos que los aplaquen, pero no a entender por qué suceden. Aquí, los científicos convienen en que las causas son una mezcla entre la genética y el ambiente, lo que hace prácticamente imposible aislar una causa y un efecto, como solemos exigir para explicar por qué sucede algo. Sin embargo, esta investigación ambiental, y relacional, permite entender las circunstancias históricas en las que surgió una depresión, un brote psicótico o incluso una adicción a una sustancia. Nos permite comprender los distintos aspectos que han influido en una persona concreta y, por tanto, podemos extrapolar los factores de riesgo que pueden influir en otras personas en situaciones similares. Es una manera de prevenir a través de la historia. De hecho, estas son las maneras en las que también podemos entendernos y cuidarnos a nosotros mismos en un ámbito más privado. ¿Cómo es lo que me pasa? ¿Cómo funciona mi tristeza, mi bloqueo, etcétera? Y ¿qué ha pasado en mi vida o en esta situación para que yo haya llegado a estas sensaciones, estos pensamientos?