GARA Euskal Herriko egunkaria
CRÍTICA «Alvin y las Ardillas: Fiesta sobre ruedas»

El trío nació en 1958 y cumple 58 cantarines años


Estamos en plena temporada de premios anuales, y las nominaciones a los Óscar son las más publicitadas, pero nadie parece querer acordarse de que también existen los antipremios. Y entre las películas favoritas para los Razzies se encuentra “Fiesta sobre ruedas”, que acumula tres nonimaciones, incluida la de Peor Secuela. Teniendo en cuenta la cantidad de franquicias que produce al año Hollywood, el hecho de destacar negativamente dentro de una modalidad ya de por sí cada vez más denostada, habla a las claras del hartazgo que provocan entre el público adulto “Alvin y las ardillas”. Las cuatro entregas que lleva estrenadas el estudio Fox desde finales del año 2007 hasta la fecha están cortadas exactamente por el mismo patrón, con muy insignificantes e inapreciables variaciones de guion.

Y si lo que gustó a las generaciones infantiles que vieron nacer a las mascotas cantoras en 1958 de la mano de su creador Ross Bagdasarian padre todavía hoy sigue enganchando a los niños y niñas del nuevo milenio, es seguramente debido a que la fórmula de los muñecos con voces humanas interpretando canciones pegadizas no falla, y ha encontrado una segura continuidad en la era de YouTube, en la que tanto furor siguen causando los videos de gatitos que maullan melodías facilonas.

Vista una vistas todas, porque la combinación de imágenes animadas y acción real resulta esquemática en sí misma, del mismo modo que la relación entre mascotas y humanos no admite ironías. La corrección política hace que las asexuadas criaturas Alvin, Simon y Theodore sientan unos celos filiales, por así decirlo, con respecto a su amigo de carne y hueso Jason Lee. Le siguen a Miami en su viaje de novios, temerosos de que se comprometa con Bella Thorne, y de que hayan de aceptar a su hijo biológico como hermanastro. Por supuesto que las posibles analogías racistas quedan totalmente excluidas.