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DE REOJO

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Es una palabra de moda y no significa casi nada: cambio. «Su cambio, muchas gracias». De todas las circunstancias de la primera sesión de investidura me gusta destacar el tono decimonónico de Rajoy, pero con un acierto innegable, cuando hablaba del “señor Cambio”. Me hacía gracia, era un recurso del club de la indecencia bastante bien utilizado. Y entonces sonó la palabra cal, y se la añadió lo de viva, y se colapsaron las memorias, se rompieron los puentes inexistentes, se volvió a la casilla de salida, o a la de cárcel. El juego de la oca, de la poca, de la foca, de la horca política. A Míster Equis no se le toca, ni se le menciona. Mi sufrimiento añadido: verlo por TVE. No se puede explicar si no se ve. La tendenciosidad y partidismo es ya caricaturesco. En cuanto apareció Joan Tardá, se fueron a entrevistar a cargos del PP para que repitieran consignas y manipulaban la realidad, cuando el portavoz del PNV charlaba como en el batzoki, siguieron metiendo sus cuñas publicitarias y de ahí en adelante, las intervenciones en un recuadro, sin voz y a su alrededor todo fue propaganda y desinformación, con Sergio Martín, despanzurrado en un sillón, desganado, insistiendo en manipular groseramente.

Pocos tertulianos dijeron algo más que lo que querían oír los que les pagan. De los entrevistados, cada siete uno no era del PP. Estos no esperan al señor Cambio, ni siquiera a su primo el señor Recambio. Su inutilidad es tan grande que en las votaciones le salieron trescientos cincuenta y un parlamentarios.

Escribo sobre estos residuos porque cada vez que veo imágenes de las fronteras europeas y los refugiados me entran espasmos en la conciencia. Y leo que bajo la bandera olímpica concurrirán en los juegos olímpicos de Río los atletas refugiados. Hay que cambiar para que este desastre humanitario no sea crónico.