2016 API. 10 CRíTICA: «El juez» El amor puede hacer perder el juicio Mikel INSAUSTI En teoría unos juzgados pueden parecer el escenario menos romántico para una historia de amor, pero Christian Vincent consigue encajar a los personajes enamorados dentro de unas situaciones tan frías como las legalistas, uniendo ambos mundos a través del misterio. Porque, bien mirado, lo que tienen en común la justicia y el amor es la falta de respuestas que les rodea. Y así la narración en paralelo conjuga un caso de parricidio por resolver y un romance lleno también de interrogantes y dudas. Sin embargo, las formas cinematográficas que emplea para ilustrar cada uno de los dos apartados son distintas. Vincent evita el drama judicial al uso, decantándose por un estilo documentalista para la observación de un universo jurídico que tiene sus peculiaridades dentro de la cultura francófona, yéndose a fijar en cómo la diversidad cultural ha ido adaptándose al sistema judicial y no al revés. En su desentrañamiento de la variada composición humana de un jurado popular, hasta podría parecer una actualización del clásico teatral de Reginald Rose llevado al cine por Sidney Lumet en “Doce hombres sin piedad” (1957), cuyo simple enunciado hasta suena machista y desfasado hoy en día. En cambio, para sacar a la luz el idilio oculto desarrollado durante la celebración del juicio, Vincent cambia el tono y se inclina por el drama intimista. Y es en tal punto donde la película gana enteros gracias a una inspirada dirección interpretativa que sabe potenciar lo mejor de Fabrice Luchini y de la danesa Sidse Babett Knudsen, que habla sin apenas acento. La escena en que el protagonista del título preside el tribunal y va nombrando de manera mecánica a los miembros del jurado elegidos por sorteo, sin poder evitar lanzar una mirada furtiva apasionadamente contrariada a la mujer de su pasado que no tarda en reconocer, es de una prodigiosa sutileza a cargo del odioso y entrañable Luchini.