2017 URT. 12 PRIMARIAS EN EL PS Unas primarias a modo de testamento vital Las elecciones presidenciales de esta primavera en el Estado francés se antojan un desfiladero para un Partido Socialista (PS) que dilapidó su último crédito en el quinquenato de François Hollande. Maite UBIRIA BEAUMONT Periodista Rotos los puentes con la izquierda, la “Bella Alianza” del Partido Socialista aparece como un juguete roto. Por ello, sus primarias pueden servir para depositar el testamento vital de toda una singladura política. Porque hoy ninguna alternativa pasa por el PS. Para dar voz a la izquierda social se antoja más oportuno el discurso de un nostálgico del mitterrandismo reconvertido para la ocasión en tribuno de la “Francia Insumisa” llamado Jean-Luc Mélenchon. Con todo, el que medios y analistas adornan como el mejor albacea de una izquierda institucional devastada no es otro que el exministro Emmanuel Macron. Un outsider socio-liberal con pasado de banquero. Todo un símbolo de los tiempos que corren para la izquierda hexagonal. Los electores podrán elegir al candidato de la izquierda institucional en el proceso de primarias organizado por la llamada “Bella Alianza” los próximos 22 y 29 de enero. De camino a las urnas, el primero de los tres debates televisivos programados antes de la primera vuelta señala la jornada de hoy, 12 de enero, como una fecha clave en la carrera por la designación. Los debates de la elección interna celebrada a finales de 2016 por el centro-derecha registraron cifras de audiencia récord, interpretadas como un renacimiento de la Francia política. El diagnóstico parece un tanto excesivo ya que, en un país que no termina de encontrar la salida a la crisis económica y que confronta desafíos en materia de seguridad que fomentan el conservadurismo social y el esencialismo republicano más excluyente, el debate sobre quién ocupará la Presidencia a partir de mayo no despunta hoy como una preocupación central para el grueso de la ciudadanía. Sin embargo, a falta de dos meses para que arranque oficialmente la campaña, las elecciones internas acaparan la atención de los medios de comunicación, animados desde distintos ámbitos políticos y económicos a ejercer de propagadores de candidatos y programas. Ello con el fin de aplicar una terapia preventiva ante la temida abstención electoral, considerada como un síntoma irrefutable de la enfermedad de un sistema que confronta una pérdida sostenida de credibilidad. Aunque esa deslegitimación no es nueva y engarza en el pasado próximo con el vaciado democrático aplicado por Nicolas Sarkozy, el proceso de desconexión entre las elites políticas y las esferas ciudadanas se ha visto acelerado bajo la presidencia de François Hollande. Hasta el punto de imposibilitar al todavía presidente a aspirar, como es tradición, al segundo mandato. La renuncia de Hollande, que debía dar aire al Partido Socialista, se ha convertido, sin embargo, en un factor de preocupación añadida para los organizadores de las primarias. Otro más. Los aspirantes principales se han apresurado a despojarse rápidamente de la herencia, en un afán de aparecer como «algo nuevo». Sin embargo, la operación de borrado estaba llamada al fracaso de antemano. Simplemente porque no es tan fácil romper el hilo conductor cuando los cuatro espadas que van a disputarse la candidatura desde las filas del PS –Arnaud Montebourg, Benoît Hamon, Vicent Peillon y, por descontado, Manuel Valls– han ejercido como ministros del crepuscular presidente. Como consecuencia, ese empeño no ha reportado nada positivo a los candidatos con mayores oportunidades de alzarse con la investidura. Con permiso de los otros tres candidatos «de relleno» que completan la “Bella Alianza”. A las puertas de las primarias, la actitud de algunos de esos candidatos ha sido percibida por la base irredenta del PS como una deslealtad y desde los sectores de la izquierda plural, como el enésimo sinsentido. Y es que al ejercitar ese «derecho al olvido» los aspirantes no han renunciado solamente a servirse de la figura de Hollande, sino que se han privado de una baza electoral mayor: la de cultivar una memoria selectiva que les permitiera siquiera reclamar sus propias trayectorias. Esa actitud, que convierte en todavía más titubeante la posición del PS y de sus aspirantes, ha tenido su cénit en el mea culpa bien poco convincente de Manuel Valls en relación al uso y abuso del 49.3. El artículo constitucional que permite al Gobierno sacar adelante leyes sin contar con el voto del Parlamento ha sido utilizado en cinco ocasiones en el mandato que implica a Hollande y, por tanto, también a su ahora apóstata, Valls. El Gabinete que dirigía hasta hace bien poco el ahora candidato se sirvió de esta suerte de decretazo para sacar adelante la impo pular reforma laboral o Ley El Khomri. Al poco de abandonar su cartera de primer ministro para investirse como presidenciable, Valls ha optado por presentarse como usuario contra su voluntad de una potestad constitucional que, por cierto, ha sido utilizada hasta en 85 ocasiones desde la instauración de la V República, allá por 1958. Y anuncia su decisión de suprimirla si es finalmente investido candidato socialista. Aunque la autocrítica de Valls no alcanza al fondo de la cuestión: al uso de esa prerrogativa para imponer medidas antisociales desoyendo la voz de la calle. Pero también en esta materia el olvido es una aspiración inalcanzable. Y no solamente para Valls, sino también para exministros díscolos como Arnaud Montebourg, competidor directo de Valls, o el propio Emmanuel Macron, que consolida posiciones en el extrarradio chic del partido. De hecho, el exprimer ministro también se valió del denostado 49.3 para sacar adelante un texto legal que recogía aportaciones del primero y llevaba la firma del segundo. Se trataba entonces de dar salida al proyecto de Ley sobre el Crecimiento y la Actividad Económica que, ciertamente muy enmendado, remite como autor a Macron y retrata a este como el impulsor de una batería de medidas liberalizadoras que van desde el trabajo dominical a la limitación de competencias de los tribunales laborales o a la reducción de la indemnizaciones por despido. Emmanuel Macron, el ministro cuya reforma mereció el repudio de sindicatos y sacó a los trabajadores a las calles, es presentado hoy por sondeos y opinantes como el único aspirante capaz de seducir al votante ahuyentado por este quinquenato socialista. Cosa distinta es que congenie con esa izquierda social para la que el antiguo socialista y hoy égida de la “Francia Insumisa”, Jean-Luc Mélenchon, tiene mayor grado de credibilidad, a pesar de que su imagen se vea deteriorada no solo por el lastre histórico, sino por sus dificultades evidentes para consolidar una alternativa de izquierda transformadora. El ambiente de desmoralización creciente que viven las clases populares francesas y les orienta hacia el populismo de extrema derecha, así como la incomprensión absoluta que Mélenchon muestra hacia las luchas sociales y políticas que emanan con gran fuerza e imaginación desde las distintas realidades naciones o culturales que conviven en el Hexágono, son hándicaps mayores en esa misión. Al otro lado de la balanza, la mercadotecnia otorga a Macron el brillo de un nuevo César. Los elogios que recibiera durante su corto paso ministerial de parte de la patronal francesa (Medef) y su currículo laboral en la banca Rothschild parecen ser su mejor aval para actuar de albacea externo de un PS que, salvo cura milagrosa, llegará a las presidenciales bajo respiración asistida. En tal situación, lo más sensato es que utilice estas primarias para redactar su testamento vital. Por lo que pueda pasar. Para poder participar no es necesario ser afiliado del PS: basta con declararse de acuerdo con «los valores de la izquierda» –por escrito– y abonar un euro en cada una de las dos vueltas Las primarias de la izquierda secelebrarán el 22 y 29de enero. Instalaránunos 8.000 colegioselectorales, muy lejosde los 10.200 puntosde voto que dispuso laderecha para suproceso interno