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EN CHINA, LAS GRANJAS YA HAN SUPERADO LAS 10.000 VACAS

El consumo de leche ha explosionado en China. ¿A qué precio? Explotaciones gigantes, algunas incluso con más de 10.000 vacas, producen montañas de estiércol y arroyos de aguas. Los pequeños campesinos se sienten perjudicados.


La industria láctea de China, que está apoyada por el Gobierno, representa una cifra de negocios de 38.000 millones de euros. Esto es reflejo del creciente atractivo que tiene la leche para los 1.400 millones de habitantes del gigante asiático pese a que muchos de ellos padecen, en distintos grados, intolerancia a la lactosa.

Para responder a esta demanda, la producción, hasta hace poco asegurada por las pequeñas explotaciones, se está confiando cada vez más a las «megagranjas». Pero, paralelamente, estas instalaciones generan inmensas cantidades de desechos.

«En verano, el olor del estiércol es muy fuerte», explica Ren Xiangjun, un campesino del distrito de Gannan. Con el dedo, señala la enorme granja del grupo agroalimentario chino Feihe International, de la cual escapa un flujo de agua verde. Jeringuillas y embalajes de medicamentos veterinarios usados se ven esparcidos en las inmediaciones. «Después de poner las inyecciones, tiran aquí todos los residuos. Y mis tierras se ven directamente afectadas».

«El estiércol es tan alto como una montaña. Esto no nos aporta nada bueno. Solo contaminación y ruido», lamenta la señora Ren, habitante de la vecina localidad de Daxing.

Cuando, en 2012, se inauguró esta granja en mitad de las verdes praderas de la provincia de Heilongjiang (en el nordeste, no lejos de la frontera con Rusia), Feihe se jactó de criar 10.000 vacas.

En China, la industria lechera ha crecido en términos económicos más de un 12% anual desde 2000. Un boom que ha sido avivado por la afición de la creciente clase media por la leche, percibida desde hace unos años como un alimento sano después de una ausencia milenaria en la cultura y la gastronomía de este país.

No obstante, en 2008, un gran escándalo de leche infantil adulterada, a consecuencia del cual perecieron seis bebés y más de 300.000 cayeron enfermos, tuvo un importante efecto sobre la confianza de los consumidores. Los pequeños productores fueron acusados de haber añadido a su leche melamina, una substancia química utilizada para inflar artificialmente la tasa de proteínas. «Entonces, el Gobierno pensó que las granjas gigantes serían más fáciles de gestionar e inspeccionar», explica a AFP David Mahon, fundador de una sociedad de inversión especializada en el sector.

Las megagranjas ya existen en otros países, como en Nueva Zelanda, pero raramente sobrepasan las 3.000 reses. Según publicó un medio estatal, en 2014 China poseía 56 explotaciones de al menos 10.000 vacas, instalaciones que provocan una serie de problemas de contaminación en distintas provincias, debido a las decenas de miles de toneladas de vertidos de todo tipo que producen. Las leyes que obligan a las granjas a reutilizar estos vertidos como fertilizante son a menudo ignoradas.

«A causa de estas montañas de estiércol, es mejor visitar ciertos lugares de China en invierno porque, en cuanto llega el deshielo, el olor es insoportable», subraya Mahon. «China está en fase de aprendizaje y su falta de experiencia en la producción de leche aboca a este género de cosas», añade.

¿Hacia un cambio?

Pero los comportamientos evolucionan. «Cuanto más grande es el tamaño de las granjas, los problemas medioambientales, de contaminación y de bioseguridad son más importantes», comentaba en 2014 Yang Liguo, vicedirector de la Asociación Lechera de China, organismo vinculado al Gobierno. Las autoridades se están «replanteando realmente» la política lechera y «cada vez tienen más claro que el objetivo son las granjas con un límite de 350 cabezas», destaca David Mahon.

Además, el hacinamiento de los animales aumenta el riesgo de enfermedades como la brucelosis, causada por la bacteria Brucella, que puede transmitirse a los humanos a través del contacto o de la ingestión de productos lácteos, causando artritis.

Wang Dali, que fue empleado de Feihe y encargado de la limpieza de los establos en la granja de Gannan, contrajo la brucelosis en 2012. Actualmente inválido, sufre dolores cuasipermanentes en las articulaciones. Y denuncia la falta de higiene en las explotaciones lecheras. «Las vacas estaban apretadas las unas contra las otras», explica, cada una con 12 metros cuadrados de media. «No eramos capaces de tratar los purines. Así que construimos un hoyo... y ahora todo se va apilando allí como una montaña».

Por su parte, el grupo agroalimentario Feihe rechaza las acusaciones de los campesinos. «Es imposible que sucedan esas cosas», aseguró por teléfono a AFP un empleado de la empresa en Gannan.

No lejos del inmenso montón de estiércol, un campesino apunta hacia el horizonte: «La contaminación no ha sido tratada convenientemente. Seguramente, esto tendrá repercusiones». Después señala hacia las plantas de maíz que crecen junto a las jeringuillas abandonadas para a continuación comentar: «Este maíz, nosotros no lo comemos. Lo vendemos al mercado».