2017 URT. 31 El legado de Valls Belén MARTÍNEZ Analista social No se si Valls creyó alguna vez en la promesa ilusoria del fin de la historia. Y si no sucumbió a las tesis de Fukuyama tras la caída del muro de Berlín, no estoy tan segura de que no vaya a ceder tras su derrota en las primarias del PSF. Quien otrora materializó un hermanamiento con el campo de Khan Yunis y defendió la causa palestina, tras extraviarse en un giro copernicano, quiso encarnar la última esperanza del socialismo, con consignas como: «sociedad del trabajo», «izquierda patriótica y republicana» y «autoridad». Aventuro que debe estar que se lo llevan los demonios. Entre obsesión securitaria y mito identitario, quiso que el Pueblo le siguiera en su defensa intransigente de un laicismo que anima a llevar la kipá con orgullo, a la vez que hace del velo una cuestión de Estado. Como si el yarmulke fuera más compatible con el bonete de Marianne que el hiyab. Bajo la sombra del tótem universalista, fustigó al islam (sinónimo de perdición nacional), convirtiéndolo en el ‘otro’ no asimilable e incompatible con la República. Partidario de la lógica de la agitación («los bárbaros a nuestras puertas») antes que de la dialéctica, no supo apreciar lo que Sayad expresó de manera admirable: «Pensar la inmigración es pensar el Estado». Se despide sin postrarse ante la evidencia.