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FAST & FURIOUS 8

A todo gas: Primer capítulo después de Paul «Brian O’Conner» Walker


Previamente, en la saga antes conocida como “A todo gas”... Se quemaron neumáticos, se destrozaron carrocerías, se dispararon armas de alto calibre, se fracturaron huesos y se sembró el caos en varios países. Lo de siempre, vaya... Solo que, además de todo esto, tocó pasar por esa experiencia traumática a la que Hollywood no nos tiene acostumbrados: Ver la palabra “Fin” cobrando sentido en la gran pantalla. Para mayor alivio de la Universal, la saga (una de las más longevas y lucrativas de la historia) no llegó a la línea de meta... pero para desgracia de todo el mundo, sí lo hizo Paul Walker, uno de los dos pilares en los que se habían apoyado las aventuras del “rápido y el furioso”.

Con el primero fuera de la carrera, queda por ver cómo se desenvuelve el segundo, el cual se niega a actuar en solitario. La familia sigue siendo lo primero... lo cual no quiere decir que esta deba respetarse. Para la su octava entrega, “A todo gas” se atreve a violar su valor más sagrado. Dominic Toretto es reclutado por las fuerzas del mal para traicionar a sus camaradas y robar los códigos nucleares de un submarino ruso. Una excusa (es lo que es) tan buena como cualquier otra para que la troupe de toda la vida se vuelva a juntar e intente imponer el bien y la justicia a ritmo reggaetonero y a trescientos kilómetros por hora.

El director F. Gary Gray se estrena como primer piloto en esta –lujosa– escudería, y lo hace con menos lucimiento que sus antecesores más ilustres (Justin Lin y James Wan, quienes pusieron el listón muy alto), pero con total conocimiento de causa. Es decir, con la seguridad de saber dar al gran público lo que este ansía. Curvas y cambios de rasante peligrosos, persecuciones trepidantes, tiroteos irresponsables, artes marciales letales y otros deportes de riesgo, para la enésima celebración de la acción por la acción.