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CRÍTICA «The Square»

La insoportable levedad del arte moderno


Si bien en las entrañas de “The Square” topamos con la saludable intención de apostar por la risa a la hora de abordar un tema tan dado a lo guiñolesco como es la propia condición humana y el arte en su autocomplacencia, todo en el filme bordea el exceso y a algo que le fue atribuido al franciscano William de Baskerville: arrogancia intelectual. En el caso que nos plantea el cineasta sueco, todo orbita en torno a una declaración manifiesta de observar a los parodiados desde una perspectiva cuasi divina, como si el cineasta adoptara la postura acomodada de quien señala desde las alturas y dicta el destino bufonesco que le aguarda a sus “víctimas”.

Considerado como un alumno aventajado de Michael Haneke, Östlund se escuda en un universo ya de por sí abonado a todo tipo de excesos como es el arte actual para sacar de su chistera existencial un encadenado de secuencias que funcionan a la manera de un gag colectivo. Ejemplo de lo que se pretende lo encontramos a mitad de metraje. En el transcurso de un banquete escenificado en uno de esos dorados y opulentos salones abonados a la clase alta, irrumpe un hombre de torso desnudo que simula ser un simio para sorpresa, deleite y posterior disgusto de los comensales. Este retorno a los orígenes humanos ha sido orquestado por el museo de arte contemporáneo y a través de esta performance se pretende remarcar la vacuidad de una sociedad y, de paso, señalar directamente a un modelo de arte moderno que en su deriva creativa es capaz de hacer cualquier cosa, por muy ridícula que esta pueda resultar. El exceso cabalga libre a lo largo de un filme que también pretende ser incómodo, lo cual provoca que de la comedia pasemos a lo anodino porque descubrimos que esta fiesta no va con nosotros.