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No se habían ido


Así es. Estaban ahí. Aquí mismo. Sabíamos que el franquismo no se había ido. En el Estado español ha sido el procés en Catalunya, los movimientos del Gobierno de Pedro Sánchez para exhumar los restos del dictador Franco del Valle de los Caídos y la inventada avalancha de migrantes lo que ha servido de pretexto a los de siempre, a los que se quedaron agazapados en las sombras gracias a la, por algunos, ensalzada transición que dio paso al régimen del 78 esperando el momento más propicio para salir de nuevo, con fuerza, a la luz. Porque vienen del odio, un odio libre de impuestos, como dice Ramón Lobo.

No son más que nunca, pero son más visibles. Han reaparecido. Lo han hecho, y hacen, en las calles de Catalunya, un día sí y otro también, y en el Valle de los Caídos. Y van dejando su huella en donde se tercie. Han resurgido. El fascismo, como tantas impensables cosas, está de moda. Lo ha puesto de moda una crisis que ha quebrado la confianza en la clase política, instituciones y partidos tradicionales, dejando sin referentes a grandes capas de la sociedad.

Lo advirtió Darío Grandinetti en la presentación en Zinemaldia de “Rojo”, la película de Benjamín Naishtat que relata la complicidad civil durante la dictadura en Argentina. «Aspiro a que esta película nos haga reflexionar sobre la necesidad de estar atentos siempre, porque no se van nunca. Hay que verlos llegar desde lejos para que no nos sorprendan más, porque siguen trabajando de otras maneras con el mismo objetivo: quedarse con todo». Toca hacerles frente y combatirles, también con alternativas, para que no lo logren.