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JOPUNTUA

Cuando las fresas huelan a coño


Me cuesta horrores teclear Gwyneth Paltrow y a ella, la amo. En su absurdidad, con esos negocios millonarios de soluciones disparatadas para el bienestar de las mujeres. Y por su grandeza: fue ella quien convenció a otras actrices abusadas por Weinstein para que lo denunciaran todas a la vez en la prensa, dándoles la confianza de que el momento de derribar al todopoderoso violador/productor había llegado, que se sostendrían juntas y darían una patada en los huevos al patriarcado. Y bien que lo han hecho. Hay que ser una puta joya feminista y empática en las distancias cortas para consumar esa conspiración desde abajo. En su faceta mamarracha, y también vindicativa, acaba de sacar al mercado una vela que presume de oler como su vagina. El aroma es en realidad una combinación de geranio, bergamota, cedro y semilla de hibisco: coño puro.

El 8 de marzo de 1996, planté con otras compinches feministas una vulva, gigante, rosa y transitable, en la puerta de acceso del edificio central del campus de Leioa. Repartimos aquel día octavillas en las que gritábamos: nuestros chochos no huelen mal. Fue precioso, revelador y delirante, ¡cómo puede perturbar tanto la representación de un coño, a ver de dónde coño venimos!

«Han proliferado ideas tan chistosas como que tenemos envidia del pene ¿envidia? ¿De un colgajo de carne? Tiene mucha lógica: Nosotras, capaces de gestar una vida en nuestras entrañas, de alumbrar seres humanos, cobijarlos y alimentarlos, tenemos envidia de un tosco apéndice que cumple varias funciones. Nosotras con un agujero para miccionar, otro para dar vida y un órgano exclusivo para el placer, envidiamos una simple palanca de cambios cárnica y elemental, claro que sí». Lo dice Diana Aller, una de mis ideólogas imprescindibles.

Hay un aforismo de mi ex y amigo genderhacker Maro que siempre me hace reír cuando entro en una frutería: si los coños tienen que oler a fresa, yo quiero que las fresas huelan a coño. Que así sea.