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CINE PARA LA CUARENTENA

Mi foto sobre tu tumba


Vlade Divac es un líder, y los líderes cargan con una gran responsabilidad. Nacido en 1968, tenía 22 años cuando en la final del Mundial de Argentina 1990, protagonizó el dislate más grande de su vida. Yugoslavia, barriendo a los Estados Unidos en semifinales y a una URSS sin lituanos en la final, había conquistado el oro, erigiéndose a la gran alternativa al Dream Team de los profesionales de la NBA que ya se avecinaba. Pero alguien entró a la cancha del Luna Park con una bandera croata, y topó con el pívot... yugoslavo. Divac le quitó la bandera y la arrojó, y como líder nato que era, se hizo con una bandera yugoslava y, junto con los Kukoc, Petrovic, Savic, Paspalj... celebró aquel oro coreando «¡YU-GOS-LA-VIA!» «¡YU-GOS-LA-VIA!». Pero el mal ya estaba hecho.

La amistad entre Divac y Drazen Petrovic, labrada a partir de 1988 y, sobre todo, en el primer año de los dos en la NBA –Divac triunfando en los Lakers; Petrovic en el banquillo de Portland, antes de triunfar en los Nets–, se hizo añicos. En 1991 se desataría el conflicto armado en los Balcanes y el croata Petrovic se sintió desgajado. «La guerra civil sigue en mi pueblo y yo soy croata», diría en una entrevista.

Divac trató de rehacer aquella amistad. Pero el bueno de Vlade pese a su condición de «unionista» de la Yugoslavia de Tito, siempre fue un icono serbio para todos, entre ellos Petrovic y los también croatas Toni Kukoc y Dino Radja. «Divac es un chetnik», espeta alguien.

El fin de la Guerra de los Balcanes y el paso del tiempo sirvieron para recuperar la amistad con Radja y Kukoc, pero jamás con Drazen. En junio de 1993 una carretera alemana segó la vida del «genio de Sibenik». Una conductora inexperta de madrugada, un cambio de rasante que impide ver un camión en plena autopista. «Drazen dormía en aquel momento. No vio nada. No sintió nada. Murió. Solo tenía 28 años», diría Aleksandar Aza Petrovic, su hermano mayor, con un nudo en la garganta que ni 26 años de distancia lograba aflojar.

Once Brothers (Hermanos y enemigos), es una de los historias deportivas que la cadena ESPN hizo por su trigésimo aniversario, bajo el epígrafe «ESPN. 30 For 30», un documental con imágenes de aquella época, con testimonios de grandes jugadores plavi, como Radja y Kukoc, más Aza Petrovic y Biserka, la madre de Drazen, con el propio Vlade Divac llevando el hilo de una absolución que el gigante serbio necesita. La somera explicación del colapso del bloque de Este como gran motivo por el cual las diferencias étnicas hicieran saltar en pedazos aquella Yugoslavia completa el contexto de una obra emotiva; menos cuando más lo pretende, y más cuando Drazen Petrovic deja de ser dolor y muerte para pasar a ser un icono.

Divac, en 2009, vigésimo aniversario del oro de Yugoslavia en el Eurobasket de Zagreb, entra en Croacia. Pese a las miradas atravesadas de muchos, sigue adelante y rinde homenaje a Petrovic: una foto sobre su tumba de la espalda de un gigante con el número 12; un gigante que recibe el abrazo de Drazen. Su amigo.