2020 API. 02 KOSOVO, LA PICA DEL TÍO SAM EN LOS BALCANES Puede que sea el lugar en el que más se admire a Estados Unidos. Los turistas estadounidenses son recibidos con alfombra roja y los políticos albanokosovares bromean con que son «más americanos que los americanos». Desde la independencia de Kosovo, los albaneses repiten con orgullo el «We love America». La misma América que acaba de patrocinar el golpe palaciego contra el Gobierno soberanista de Albin Kurti. Miguel FERNÁNDEZ IBÁÑEZ Pristina La estación de autobuses de Pristina mantiene su ritmo. Para llegar al centro desde la abarrotada estación, tras atravesar un túnel y recorrer unos 200 metros, aparece el bulevar Bill Clinton, una arteria vital de la capital de Kosovo. En la misma vía, a la derecha, una estatua en honor al expresidente demócrata de EEUU, quien obligó a la OTAN a intervenir en la guerra de 1998-99. Esta estatua de un Clinton sonriente y que saluda bonachón tiene competencia: custodiado por la catedral de santa Teresa de Calcuta y la Universidad de Pristina, comienza el bulevar George Bush, en honor al también expresidente republicano. En Kosovo, en lo referente a EEUU, no importa la ideología: el «We love America» es acrítico. EEUU protege al pueblo albanés desde hace un siglo. En 1919, en la Conferencia de París, el presidente Woodrow Wilson ayudó a certificar la independencia de Albania, amenazada por las ansias anexionistas de italianos, griegos y serbios. Tras la II Guerra Mundial, las fronteras se estabilizaron. La mayor parte de los albaneses, los de Albania, vivieron durante décadas bajo la aislada dictadura comunista de Enver Hoxha. El resto, más allá de Grecia, terminó durante décadas en la Yugoslavia socialista de Tito. A finales del siglo XX, la guerra asoló a los Balcanes. Croacia y Bosnia se independizaron de Yugoslavia tras crueles guerras. En 1999 le llegó el turno de facto a Kosovo. La presión de la Administración Clinton provocó la intervención de la OTAN, la primera desde su creación en 1949, bajo el pretexto humanitario: evitar una limpieza étnica dirigida por el serbio Slobodan Milosevic, quien capituló 78 días después de la primera bomba de la Alianza. Fue entonces cuando Kosovo pasó a ser un protectorado de la ONU hasta 2008, fecha en la que declaró su independencia. EEUU obtuvo una imponente base militar en Europa, Bondsteel, y la influencia decisiva en cada decisión del Estado: los políticos que han dominado el país, Hashim Thaçi o el fallecido Ibrahim Rugova, siempre reconocieron que nunca tomarían decisiones contrarias a los deseos de EEUU y así ha sido estos días. Washington tiene una robusta pica en el corazón de los Balcanes. Una carta contra Rusia que a la vez condiciona las relaciones con la UE. Además, a diferencia de otros lugares del mundo, donde EEUU cuenta con el apoyo de los gobiernos, pero no así con el de la población, los albaneses solo muestran gratitud y, en un país donde nada funciona, ninguno de los errores es atribuido a EEUU. Esta inmaculada imagen no significa que los albaneses desconozcan el talante imperialista estadounidense, pero están contentos con la relación interesada. «Nos liberaron de Serbia, nos dan estabilidad y nos protegen: los necesitamos», resume el sentir general Valmir Rexhepi, de 26 años, que trabaja en un aparcamiento de Gjilan, localidad cercana a la frontera con Serbia. «Welcome» En el centro de Pristina, muchas agencias ofertan trabajo en EEUU. «Work and Travel», rezan los carteles. Banderas de estrellas y franjas ondean en algunos establecimientos. La parrilla balcánica cede a veces ante el merchandaising «made in USA» aunque los estadounidenses que se pasean en ropa militar con una enorme sonrisa en la cara, saben que esto no es Afganistán y comen en el restaurante Shaban por tres euros. Carne de calidad al estilo balcánico, pero fuera de este local, como ocurre desde hace dos décadas, el trending es América: en vallas publicitarias, en algunos nombres americanos albanizados, de nuevo en los nombres de las calles, una dedicada al desconocido Robert Doll. El fotoperiodista César Dezfuli retrató en 2018 algunos ejemplos destacados de esta pasión: el hotel Victoria, en Pristina, tiene en el tejado una réplica de la Estatua de la Libertad; en Prizren, en las montañas Shar, un restaurante simula la Casa Blanca; el alcalde de Llashticë ama tanto a Estados Unidos que decora la ciudad con símbolos estadounidenses. Esta pasión es, en demasiados casos, muy cañí, un spaguetti western sin el toque del cineasta Sergio Leone, y sus muestras más rocambolescas están organizadas por colectivos pagados por el grupo de presión yankee. En Kosovo, por ejemplo, se celebra el 4 de julio, día de la independencia estadounidense, y se bromea con ser un estado más dentro de EEUU: ante la falta de reconocimiento internacional, que incluye a cinco estados de la UE, los albanokosovares podrían viajar y ser, al menos al cruzar fronteras, ciudadanos de primera categoría. Querrían escuchar, por una vez: «Welcome».