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Un Gobierno pluripatológico


El brote de covid-19 detectado en el Hospital de Basurto registra por el momento veinticinco afectados, uno de los cuales ha fallecido. Es una noticia terrible, a la que le sobraba la apostilla de que se trataba de una persona «con muchas patologías específicas, suficientemente importantes como para haber sido la causa del fallecimiento». Escuchar esa frase en boca del director gerente de la OSI Bilbao-Basurto genera desasosiego, no porque no sea cierto, nadie lo pone en duda, sino porque suena a excusa, a un intento de suavizar la gravedad de lo ocurrido, a paño caliente. Probablemente no era su intención, pero esas palabras parecen decir que haberse infectado no fue un hecho importante para una vida que ya estaba condenada.

Es una información que no se aporta con el resto de víctimas del coronavirus, muchas de las cuales seguro que también tenían patologías previas, y si en este caso se ha dado quizá habría que haberla acompañado con detalles concretos. Como eso no se puede hacer, podrían haberse ahorrado la otra parte. ¿Puede sostenerse que haber caído enfermo en este brote no ha tenido influencia en el estado vital de esa persona? ¿Que habría muerto igual? ¿Que no habría vivido más? No, ¿verdad?

En realidad, la mención a las patologías previas sí fue habitual en la primera fase de la pandemia, cuando el número de víctimas no era tan abrumador como ha acabado siendo. Así, por ejemplo, cuando se informó del primer fallecido en Euskal Herria se dijo que era un hombre de 82 años de edad «con enfermedades crónicas». Como si el entrecomillado lo explicara todo. Luego supimos que esa persona, a la que no le hicieron la prueba hasta horas antes de fallecer, hacía vida normal y que esas enfermedades crónicas no habrían acabado con él, no al menos con tanta celeridad, si no hubiera sido por el empujón de ese maldito virus.

También supimos que esa persona había compartido habitación hospitalaria con un paciente que se recuperaba de una neumonía, que acabó infectándose de covid-19 a causa de ello y tardó semanas en recuperarse. Pero eso lo averiguamos después, porque su mujer lo expuso públicamente. Esas cosas no suelen salir en el parte oficial.

Porque si algo ha puesto de relieve esta crisis es que el Gobierno de Lakua también está aquejado de varias patologías. Ya se ha hablado de su incapacidad para dialogar y de su proverbial ceguera social, pero quizá la falta de transparencia sea su dolencia más evidente. En este sentido, la gestión comunicativa del Departamento que dirige Nekane Murga ha sido nefasta, pese al esfuerzo sobresaliente que han hecho los profesionales de Osakidetza encargados de publicar el informe diario.

También le fallan los reflejos, algo que ya había quedado en evidencia con el desastre de Zaldibar, con el lehendakari como principal exponente, y que ha ido arrastrando durante esta pandemia. Que la consejera haya tardado tres días en asumir el cambio de tendencia, y que el lunes, con sendos brotes hospitalarios sobre la mesa, hablara de «estabilidad», indica lentitud y escasa capacidad de respuesta. Salvo que intentara tapar la realidad, en cuyo caso el diagnóstico sería diferente.