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JUGUETES CON CHISPA PARA PODER SOÑAR

En una era en la que el consumo del tiempo es cada vez más individualista y digital, el proyecto Kromosoma tailerra propone juegos cooperativos y juguetes de madera que crean un vínculo con sus dueños. Todo lo producen de forma artesanal en Errenteria.


Probablemente nadie olvida la bicicleta en la que aprendió a andar sobre dos ruedas. Tampoco el lugar en el que lo hizo ni los golpes que le costó. Hay experiencias vitales estrechamente ligadas a ciertos juegos, juguetes y otro tipo de entretenimiento. Una forma de robarle las horas al reloj bastante alejada del modelo actual, mucho más individualista y digital. Como nuestro propio estilo de vida. Quizá por el giro de 180º que plantea en el consumo del tiempo y en la forma de relacionarnos con los demás, tenga algo de arriesgado el proyecto Kromosoma tailerra, aunque con toda seguridad que cada una de sus piezas despertará en nosotras una reflexión y muchos recuerdos de la niñez.

A punto de cumplir seis años, este proyecto enraizado en el barrio de Beraun de Errenteria fabrica de forma manual y artesanal juguetes y juegos de madera, muchos inspirados en décadas anteriores, entre los años 40 y 70. Un tiempo lejano que, sin embargo, ha dejado piezas tan conocidas como la clásica rana verde a la que se le llena la boca con fichas, los perros y patos de arrastre, los puzzles de madera, y otros muchos juegos cooperativos. «Los juguetes de arrastre gustan mucho porque acompañan al niño o a la niña en sus paseos y carreras. Siempre se crea un vínculo entre ambos, y eso es muy importante. A veces porque te ha costado conseguirlo, o porque has vivido mucho con el juguete… eso es lo que perdura y lo que buscamos cuando nos decidimos a fabricar los modelos», explica a GARA Alberto Monroy.

Junto a Eva Díaz de Isla, diseñadora industrial, conforma este proyecto. Ambos unieron sus caminos profesionales 35 años atrás, cuando se dedicaban a la dinamización infantil y juvenil, a la gestión de ludotecas, colonias, y un proyecto de plástica escolar en los centros educativos de Errenteria. «Lo que hacíamos era potenciar y difundir la creación plástica. Fueron una etapa y unos proyectos muy enriquecedores; las niñas y niños aportaban un montón de ideas, la suya es una creatividad más fresca».

Después de muchos años aunando la educación con la creación, emprendieron su propio camino, volcando sus ideas pero sobre todo su filosofía en la creación de juguetes y juegos. «Con la chispa de la creatividad siempre encendida», uno de los aspectos más importantes es la recuperación de juguetes, por ello tienen un pequeño almacén o fondo de juguetes, así como mucha documentación. «Estamos muy al tanto de las novedades, de lo que se hace en la actualidad, pero tenemos un apartado muy importante sobre la recuperación de juguetes. El mundo del juego es muy interesante a nivel formativo», añade.

Y en esa recuperación de la tradición juguetera cabe también la recuperación de una forma de vivir. «El tiempo libre y su gestión es clave. En la educación de la persona hay tres ámbitos: el familiar, la escuela y el tiempo libre, que es la calle. Con esas tres vertientes hacemos todo lo que es la unidad formativa de las personas, en un trayecto que va desde los 0 años hasta los 18, cuando ya se llega a la edad adulta. En todo ese tiempo la importancia del juego es alucinante, es fundamental, porque a través del juego está la relación, la investigación, la formación, el marcarte objetivos… hay muchísimos planos», defiende.

Lo cierto es que dieron el salto convencidos, aún a sabiendas de que no era un mercado nada fácil. Pone como ejemplo a otros países con larga tradición, como Bélgica, Alemania y Países Bajos, donde son muy habituales los pequeños talleres familiares para la fabricación de juguetes de madera.

Personalizar el juguete

Entre ambos artesanos, cuenta Monroy, ponen sobre la mesa una batería de propuestas, una selección de las piezas que puedan ser atractivas y a la vez comerciales, que sean asequibles también es importante. «Muchas veces en la artesanía hay que dedicarle tiempo y eso encarece el producto, pero lo cierto es que la mano de obra es muy difícil de cuantificar», afirma. En una jornada de trabajo pueden llegar a la decena de unidades, a veces son la mitad, porque es un proceso manual que requiere de sus propios tiempos: el corte de la madera, el pulido, el lijado, el pintado… son cuatro manos y las piezas surgen una a una. «Es otro mundo», afirma. Sus juguetes y juegos oscilan entre los 7 y los 50 euros.

De cada pieza producen una serie de diez unidades y las sacan a la venta en ferias y otras citas en las que participan, como Atlantikaldia y Durangoko Azoka, o en los mercados de artesanía de Jazzaldia, Euskal Jaiak y Navidad de Donostia. Una vez reciben el feedback del público analizan después si se reedita o no, aunque sin dejar de crear juguetes nuevos.

Dan mucha importancia a la capacidad comunicativa de los colores, por eso su paleta es viva y muy llamativa. Utilizan tintes al agua, y siempre dejan abierta la opción de que la niña, el niño, pueda aportar algo de su mano, pueda personalizarlo para hacerlo más suyo. «En otros tiempos, un patinete, una goitibera, lo hacíamos entre la cuadrilla, o el tío para la sobrina, la madre a su hijo… nos interesa recuperar esa parte, es decir, que ese juguete se pueda terminar de trabajar, decorar, incluso modificar en casa, como una evolución personal. Por ejemplo, un juguete que no es de arrastre poniéndole una hebilla y una correa cambia completamente. Que vean que con materiales asequibles de casa se pueden hacer grandes cosas. Jugar es soñar, marcarse objetivos», afirma.

Para Kromosoma, para decidirse a fabricar o no un juguete, ha de reunir ciertos requisitos: «Ha de ser simple, original y divertido, pero sobre todo, tiene que tener chispa», detalla. Las puertas de su taller, donde trabajan cada día, están siempre abiertas y aunque no tienen venta directa, si expositores; además, recogen encargos. Su página web (kromosomatailerra.com) es también una ventana a su universo, aunque la mejor ocasión para conocerles es visitarles en alguna feria.