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Pena de muerte


Más que un secreto, era tabú. Ahora, documentos desclasificados revelan que, durante la guerra de Argelia, París no sólo se valió de métodos sucios contra el independentista sino que decidió eliminar a ciudadanos franceses con el único objetivo de mantener ese territorio del Magreb bajo soberanía francesa. Al final De Gaulle cedió ante la evidencia, pero ahí quedan los centenares de asesinatos cometidos por los servicios secretos, penas de muerte que jamás fueron deliberadas por la Justicia sino por los aparatos del Estado que, evidentemente, quedaron impunes. Un par de décadas después, el abogado Robert Badinter, logró con sus discursos cambiar de signo la opinión pública francesa, convenciendo a casi todos de que las condenas a muerte decretadas por el Estado era tan criminales como las determinadas por la ley de la calle.

Hoy, cuatro décadas después, Emmanuel Macron, en su «guerra contra el terrorismo islamista», autoriza cada vez más operaciones militares de «neutralización», sobre todo en el Magreb. Porque la vida, según a quién se la siegue, vale o una condena o una medalla. Casi cuarenta años después de que se aboliera la pena de muerte, resulta que la pena capital se sigue aplicando. Ya sea a golpe de subfusil en la África colonial. Ya sea a golpe de firma, en las cárceles del Estado donde según la procedencia, uno está condenado a morir en prisión.