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CRÍTICA «Hil kanpaiak»

La paz de los huesos


El segundo largometraje de Imanol Rayo se merece toda la atención posible por parte de la audiencia, incluyendo también a quienes nos dedicamos a hacer críticas de cine, ya que no siempre uno tiene el tiempo o la paciencia que determinadas obras maestras exigen por su complejidad y riqueza ocultas. Los tesoros autorales que esconde “Hil kanpaiak” (2020) bajo su apariencia genérica de thriller rural son muchos, y me costó apreciarlos o disfrutarlos en un primer visionado, por lo que he necesitado ver la película por segunda vez, y no tardaré en repasarla una tercera vez, ya desde la total y rendida admiración.

De entrada, la evolución del cineasta arbizuarra me pilló desprevenido, a resultas de que habían pasado casi diez años desde el estreno de su ópera prima “Bi anai” (2011), una creación más bressoniana, estilísticamente hablando, pero que conecta con “Hil kanpaiak” (2020) en la obsesión personal por los parecidos físicos o el desdoblamiento de identidad de los gemelos. Al emparentarse esta vez con el tema del cainismo, las relaciones fraternas cobran una mayor virulencia dentro del contexto de una tragedia familiar marcada a sangre y fuego por la traición y la venganza, representadas en su versión animal por un par de mastines clónicos.

Pero, como en las tragedias de Haneke o en los dramas de Bergman, la muerte es la que se enseñorea por los rincones, tal como anuncia un título más ilustrativo y sombrío que el de la novela original “33 ezkil”, mediante poderosas imágenes de crucifijos, gallinas abrasadas o coronas de flores bajo la lluvia. Un caudal visual que, de la mano de una espectral puesta en escena que reúne en un mismo espacio temporal la vida en el baserri y las visitas al campo santo, impulsa una narración in crescendo con una media hora final apoteósica en la música coral y en el genial plano-secuencia de la pelea fuera de campo.