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EDITORIALA

Entrenando a diario para ser un país normal, como el resto


Hoy el Athletic se enfrenta al Barcelona en la final de la Supercopa. En fútbol es inútil hablar de injusticia, pero todo el mundo al que le gusta este deporte coincide en que por méritos la Real debería jugar hoy esa final contra el Athletic. Una final entre ambos equipos hubiese sido una fiesta para miles y miles de ciudadanos vascos. Hasta para los que no son seguidores de ninguno de estos equipos o incluso para quienes abjuran de este deporte. Si el tema fuese el fútbol, el juego, la expresión atlética y artística que conlleva, todo el mundo sería del Manchester City, del Bayern de Munich, del Barça o de la Selección francesa. E irían cambiando de equipo, según ganasen o perdiesen.

En su libro “Nacionalismo Banal”, Michael Billig explica la importancia de los símbolos cotidianos en la elaboración de marcos favorables a las identidades nacionales. El fútbol, como deporte hegemónico, no solo refleja intereses y poder sistémicos, también representa lealtades, ambiciones e ideales populares. Es un elemento de transmisión de identidades, ideologías y valores. Los marcos nacionales, la existencia de una comunidad con características y rivales, se reproduce aquí a diario de manera rutinaria y eficaz. Todo el mundo entiende la importancia de ganarle al Real Madrid.

El fútbol también es, no hay duda, una moderna religión, un negocio corrupto e insostenible, una vía de evasión social y un dispensador de testosterona. Es, en todo caso, algo más que «once contra once» en pantalón corto persiguiendo un balón.

De cabeza vamos mejor que muchos otros

En cierto sentido, en el partido de hoy se enfrentan Euskal Herria y Catalunya. En el procés, por ejemplo, el Barça se ha considerado un factor relevante tanto en Catalunya como a nivel internacional. En otros planos, hoy también se enfrentan los poderosos contra los resistentes, los ricos contra los pobres, los globales contra los locales. Valores e identidades que harán decantar las preferencias de miles de personas. Siendo vasco o vasca, desear que hoy gane el Barça es toda una declaración de intenciones, prioridades y valores.

Para una nación como la vasca, pequeña y negada por los poderes estatales e internacionales, el fútbol es un espacio donde puede competir y reivindicarse. Si no en igualdad de condiciones, sí dependiendo más de sus fuerzas, talento y valores. Un terreno en el que tiene un valor añadido que representan decenas de profesionales. El caso de los entrenadores vascos es impresionante.

De igual modo que la Real debía estar hoy en la final, también sería de justicia que estuviese Gaizka Garitano. Aunque ya se ha dicho que la justicia no es un valor central en el fútbol, la elegancia sí puede optar a serlo. En la élite no se puede vivir ni de rentas ni de deudas, pero se debería ser imparcial y riguroso con todo el mundo, sea de casa o de fuera. Si no, menudo «resultadismo».

El propio Imanol Alguacil es un buen ejemplo de humildad. Le tocó asumir gran responsabilidad en crisis, dio un paso atrás y regresó de nuevo a la primera línea con un resultado espectacular. Sustituyó a Asier Garitano, que luego formó parte de ese momento mágico de cinco entrenadores de cinco equipos vascos en primera. Él no tuvo suerte y el resto no tuvo paciencia, quizás.

Esta misma semana Osasuna hacía un ejercicio poco común a estos niveles: estando en puestos de descenso, confirmaba a Jagoba Arrasate pase lo que pase. El «jagobismo» tiene algo de contracultural. Como José Luis Mendilibar, el artífice de una hazaña de dimensiones planetarias: la pervivencia en primera división de un equipo como el Eibar.

Se habla de los primeros entrenadores, pero en segunda fila y en otras categorías hay una barbaridad de profesionales vascos. Otro tanto a nivel internacional: Mikel Arteta, Javi Gracia, Unai Emery, Julen Lopetegi, Didier Deschamps… Y no se debe olvidar que el mundo cambia, en algunas cosas para bien, y un ejemplo es que Iraia Iturregi haya cogido las riendas del Athletic.

Semejante panorama tiene que ver con valores compartidos, con una forma particular de hacer las cosas, con todo lo imaginado y material que forman una nación. Hoy es día de partido, y para algunos los tiempos en los que la ikurriña estaba por encima de otras banderas han pasado. No en este turno, no en esta casa. Que no gane el mejor, que gane el nuestro, el vasco. Que para eso es fútbol, y es mucho menos banal de lo que parece, como bien saben los estados y los poderosos.