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CRÍTICA «Libertad»

El crepúsculo de los jinetes libres y salvajes


Tras incidir con mucho acierto en el thriller de reminiscencias negras, Enrique Urbizu ha encontrado en las andanzas de los bandoleros del siglo XIX la excusa perfecta para abordar otro género que le apasiona, el western. En concreto, el estilo crepuscular. El firmante de obras como “No habrá paz para los malvados” ha plasmado, tanto en la gran como en la pequeña pantalla, un crudo acercamiento a un modelo de vida siempre al límite y una mirada implacable a la trastienda política y social instaurada en una Andalucía sacudida por la miseria. En este su retrato de los célebres “El Aceituno” y “El Lagartijo”, el cineasta vasco otorga protagonismo a la crónica de Lucía, apodada “La Llanera”; una mujer que tras cumplir una condena de diecisiete años de prisión acusada de bandolerismo, regresa con su hijo –a quien parió en la cárcel– a su localidad natal con intención de reiniciar una nueva vida.

No obstante, la protagonista se verá inmersa en mitad del fuego cruzado entre los bandoleros y el Gobernador de Cádiz. Si en su manera de enfocar un estilo de vida libre y salvaje asoman los ramalazos legados por Sam Peckinpah, en su estudio de personajes se revelan las pautas que dictó John Ford.

Por ello, los personajes de Urbizu parecen nacidos de las mismas entrañas de la tierra que tanto aman como maldicen. Bebe, Isak Férriz, Xabier Deive, Jorge Suquet, Sofía Oria y el joven Jason Fernández, además de las colaboraciones especiales de Kandido Uranga, Pedro Casablanc y Luis Callejo otorgan un gran empaque interpretativo al guion firmado por Miguel Barros y Michel Gaztambide en el que la mujer asume de manera coherente buena parte del peso dramático.

A este reparto habría que sumar la gran importancia que adquiere la propia y agreste escenografía, un personaje más dentro de un engranaje de gran crudeza pero también dotado de una fuerte carga lírica.