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20 años del G8 de Génova (Y III)

NOCHE CHILENA EN LA ESCUELA ARMANDO DIAZ

Hasta 2017 Italia no tuvo una ley sobre crímenes de tortura. Fue una larga y tensa lucha, tanto en el Parlamento como en los medios, que comenzó prácticamente el último día de la cumbre del G8 en Génova en 2001. El día más duro, vergonzoso y escalofriante.


Tras la muerte de Carlo Giuliani y las polémicas políticas sobre el tema de la seguridad o las provocaciones, el 21 de julio de 2001 se produjo una enorme manifestación. La secuencia era conocida: el mismo calor de siempre; los mismos encapuchados de negro, los Black Block, atacando a pacifistas; y la Policía y los carabinieri golpeando a ciegas, llevándose a la cárcel a gente que no había hecho nada.

Para muchos de los detenidos iba a comenzar una verdadera pesadilla. En la prisión de Bolzaneto, un barrio fuera del centro de Génova, casi en una colina, vivieron y sufrieron algo que fue definido como «carnicería mexicana» por la crueldad de los hechos y la violencia gratuita empleadas.

Génova recuerda mucho a Bilbo, hay algunas zonas muy distintas de la imagen típica que se tiene de la ciudad italiana, con la playa y la parte vieja. Es un lugar que se desarrolla tanto en horizontal como en vertical; la capital de Liguria no tiene algo como el funicular de Artxanda, por ejemplo, pero ciertos barrios xeneizes podrían ser una copia de Altamira o del mismo Deusto. No obstante, Bilbo no tiene mar ni playas. Uno de estos barrios altos es Bolzaneto, en lo alto de una colina, en el que se encuentra un cuartel de los Carabinieri. Allí, en los días posteriores a la cumbre del G8, según multitud de testigos, sucedieron cosas indignas. Los manifestantes capturados fueron torturados, física y moralmente, escucharon eslóganes fascistas, racistas y sexistas, fueron obligados a cantar himnos nazis y a levantar el brazo como en la época de Mussolini.

Como la batalla contra nada de 1918

Aquellos detalles se conocieron meses y años después, por supuesto. La noche de aquel sábado 21 de julio, cientos de manifestantes descansaron además en el centro de la ciudad, en la escuela Armando Diaz. Un centro que lleva el nombre del general que lideró al Reino de Italia a la victoria en la I Guerra Mundial; los austriacos ya escapaban del frente, pero aun así fuimos a por ellos en la mítica batalla de Vittorio Veneto.

El célebre comunicado de la victoria, sobre todo su frase final, todavía se estudia de memoria en las escuelas: «I resti di quello che fu uno dei più potenti eserciti del mondo risalgono in disordine e senza speranza le valli che avevano discese con orgogliosa sicurezza» («Los restos de lo que fue uno de los más poderosos ejércitos del mundo suben en desorden y sin esperanza alguna los valles que habían descendido con orgullosa seguridad»). Puro estilo italiano, muchas palabras para no decir mucho. Hubo tanta propaganda sobre esta victoria que muchísima gente después de la guerra empezó a llamar sus hijos varones Firmato, pensando que el final del comunicado, «Firmato Diaz», era el nombre del general. Propaganda, ignorancia y analfabetismo. Un cóctel tremendo.

Armando Diaz todavía vive en muchas calles y plazas italianas. En Milán, mi ciudad, existe una glorieta justo detrás de la Piazza del Duomo. La escuela genovesa que lleva su nombre fue el lugar al que acudieron muchos manifestantes después de los importantes incidentes de aquel día. Y a las once de la noche, mientras todos descansaban, un centenar de policías irrumpió en el instituto empezando a golpear con sus porras, sin reparar demasiado en dónde, a quién y cómo lo hacían. Un periodista inglés acabó en coma; algunos «más afortunados» en el hospital; y otros en la cárcel de Bolzaneto, la sede de la posterior carnicería mexicana.

Una verdadera masacre, la prueba de que el poder había perdido el control o, hablando pasolinianamente, estaba en el punto álgido de su anárquica actuación.

«Nos habían dicho que en la Diaz había algún Black Block, encontramos bombas molotov y cuchillos»; esa fue la explicación. Las cámaras grababan sangre en paredes o escaleras, los restos de las palizas eran visibles en todas partes. El argumentario policial parecía el mismo comunicado de la victoria de Armando Diaz, cuando ganó contra nadie pero quería dar a entender que había derrotado al mundo entero. No había ningún black block y probablemente las bombas molotov les había puesto la propia Policía.

Fue «una noche chilena», tal y como escribieron algunos periodistas. Aunque fue una minoría, por supuesto; la mayoría rellenó páginas de papel y minutos de radio o televisión con la versión oficial.

Tuvieron que pasar 16 años para lograr una ley sobre la tortura. Una nueva jurisdicción cuya raíz parte de aquellos infernales días veraniegos en los que sucedió la cumbre del G8 en Italia. Al final, Génova es un caso evidente, de manual y a estudiar en las escuelas, de cómo las autoridades pueden manipular un determinado ambiente durante un largo tiempo.

Para mi generación, bastante desafortunada en general, fue la pérdida de la inocencia. Tomamos consciencia de que, es verdad, «otro mundo era posible», pero de que ese mismo mundo quizá ya nos rechazaba.