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DE REOJO

Corrupción se escribe con tilde


La RAE dice que manzanas traigo y si el escribidor siente que es necesario colocar la tilde al adverbio sólo, que lo haga. Es decir, ni fu, ni fa. Los tildistas estamos en territorio neutral. Pero corrupción, de momento, se sigue escribiendo con tilde. Y cada vez que se dice esa palabra, un concejal, una senadora, un secretario o una jefa de prensa de algún partido siente que se le caen diez pelos de cualquier parte de su cuerpo. Esto en términos generales, porque fijándose un poco en la banda de Núñez ha aparecido un dúo patético formado por Borja Mari que parece que su moderación es nombrar a ETA como si se tratara de una receta de supositorios y el novelista González Pons, ese espectro que anda por Bruselas haciendo el ridículo y hablando del Tío Berni como si se tratara de un personaje de ficción.

Las dudas razonables se agrandan cuando se piensa de manera estricta sobre la corrupción, lo qué significa y sus miles formas de ejercerla. Parece que nos cuesta identificarla, sólo es lo que hacen los otros y parece imposible posicionarse sobre lo que cada uno de nosotros en nuestro caminar cotidiano, trimestral, anual, que en cuanto podemos arañamos algo que se puede considerar un acto de corrupción. La permisividad con la corrupción es inversamente proporcional a la cantidad que se maneja en esa mordida, ocultación, fraude, etcétera. Atender a cualquier noticiero es sumar corrupciones en demasiados estamentos de la estructura social como para quedarse en que sólo la ejercen los políticos. Un virus que afecta de arriba abajo y de izquierda a derecha. Quizás se trate de una cultura ancestral.