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ENCUENTRO SINDICAL DE LAB

Abordar incomodidades para un sindicalismo antirracista

LAB, un sindicato europeo a punto de cumplir medio siglo de vida, construido sin otro remedio sobre los cimientos que durante siglos han forjado, hasta hoy, una sociedad racista en todas sus formas, se aventura a comenzar un proceso antirracista interno y externo. ¿Por dónde empezar? Lucía Mbomio y Marra Junior dieron algunas pistas.

Marra Junior y, al fondo, Lucía Mbomio, en la jornada que celebró LAB ayer. (Jagoba MANTEROLA | FOKU)

LAB celebró por primera vez ayer unos encuentros sindicales a los que otorgará un carácter anual con el objetivo de perpetuar su renovación. El cambio exige una transformación interna, y el sindicato abertzale quiere que esta renovación se lleve a cabo en clave antirracista. Un reto que ya empezó a abordar con la creación de la Secretaría Antirracista y al que se dedicaron las ponencias matutinas del encuentro que se prolongó durante toda la jornada de ayer.

Lucía Mbomio (Alcorcón, Estado español), periodista y militante antirracista, sobrevoló la historia del desarrollo del racismo para que después Marra Junior (Diourbel, Senegal), fundador del Movimiento Panafricano de Bilbo e integrante del movimiento antirracista vasco, aterrizara el problema al mundo sindical.

En la sala Landatxo de Oiartzun, ante alrededor de 200 militantes de LAB, Mbomio dictó que «ser racista es lo normal», porque siglos de historia han moldeado a la sociedad europea actual para que así lo sea, y también al individuo, aunque nazca como «una bola de arcilla» intacta, apuntó.

Retrocedió hasta 1438, al texto “El Corbacho” de Alfonso Martínez de Toledo, donde, por primera vez, se plasmó por escrito el término «raza» en castellano, como sinónimo de linaje. El significado de raza fue mutando a «mancha» o «de sangre impura», explicó la periodista. Al otro lado se situaría la ciudadanía blanca, carente de raza, «limpia» y de «sangre pura».

El eje de división entre los «sangre limpia» y los «sangre pura» que justificó la «limpieza de sangre» -se promulgaron una serie de estatutos que otorgaron rango legal a la discriminación religiosa que padecían los cristianos nuevos; solo los «cristianos viejos» podían desempeñar ciertos cargos- fue, en un principio, la religión, hasta que en 1492 los colonos llevaron esta idea a Abya Yala instalando la raza como categoría divisoria y deshumanizaron a toda persona racializada. Después llegaría la esclavitud, la manifestación más evidente del racismo.

Las consecuencias de esta secuencia de hechos históricos llegan hasta hoy. Parte de la población se ha beneficiado del privilegio blanco que, parafraseando a Peggy McIntosh, Mbomio definió como «un paquete de activos inmerecidos». Y la gente racializada ha llegado a esta parte de la historia con lo opuesto.

La periodista desgranó algunas manifestaciones de racismo más concretas: adultificación -citó un informe de la Universidad de Georgetown que concluye que a las niñas negras se las lee más adultas y menos inocentes que a las blancas-, hipersexualización, falta de referentes racializadas -en el Estado español, «solo el 7,5% de las referencias aparecidas en 115 libros escolares analizados de 19 asignaturas diferentes hacen mención a las mujeres. Ahora pensad: ¿Cuántas no eran blancas?», preguntó-, guetificación, autoodio, autoprejuicios...

Para emprender un proceso antirracista, un sindicato debe empezar por tener en cuenta todas estas cuestiones, es decir, con formación y, quizás, sugirió Mbomio, preguntarse por qué hay tantas personas negras en trabajos precarios y tan pocas en sindicatos. «El punto de partida es reconocer el racismo», determinó.

A LA CALLE

El acompañamiento que ofrece un sindicato antirracista a una persona trabajadora, según apuntó Marra Junior, no deberá perder de vista el carácter interseccional de la raza, la clase y el género, entre otras categorías.

El más importante de los consejos que dio a las militantes de LAB fue que escuchen a quien les presenta el problema, que no intenten imponer sus ritmos, pues el objetivo, dijo Junior, debe ser el de construir un espacio seguro en el que la trabajadora pueda «hablar sin filtros», «para que pueda sentir confianza durante el acompañamiento».

Pero ¿qué hacer para que las personas migrantes o racializadas quieran contar con el asesoramiento de LAB? Junior cree que el sindicato «debe bajar del pensamiento académico para acercarse a los colectivos que están en la calle, que militan desde sus cuerpos y experiencias».

«Puede ser un relato desplazado, radical», advirtió, aunque piensa que estas relaciones son necesarias: «Hay que empezar una relación incómoda para después transformar esa incomodidad en una relación de confianza».