GARA Euskal Herriko egunkaria

Nuestras ciudades


Es raro pasear por tu propia ciudad y no reconocerla, sentirte como una turista. A veces, las sensaciones de verse fuera del paisaje y del paisanaje, pueden ser agradables. Percibirse como alguien que va descubriendo rincones, detalles de edificios, lugares en la sombra, personas desconocidas… Las ciudades que más cerca tenemos o que habitamos, esconden secretos y pueden llegar a seducirnos de nuevo. Los espacios cambian con el paso del tiempo, las ciudades que conocimos de niñas hace mucho que dejaron de existir, con ellas se fueron también sus habitantes, sus bares y restaurantes y diría que hasta las farolas. Las ciudades que conocíamos desaparecieron y las que ahora transitamos se parecen demasiado unas a otras y se uniformiza sin piedad el lenguaje de sus habitantes y paseantes. ¿Qué pensarían las personas que vivían en ciudades como Donostia, Bilbo o Baiona hace cincuenta años si volvieran a habitarlas? Cuando era niña, Bilbo parecía siempre gris, lluvioso, sucio y triste, pero me gustaba llegar hasta la ciudad en tren y perderme entre la energía de personas que se movían, ajetreadas, por las calles. Una de las cosas favoritas de pasear por la urbe era acompañar a mi madre en algunas de las cafeterías que ya no existen y que han sido sustituidas por el nombre de una franquicia o una tienda de souvenirs. Puede que pronto, Bilbo, me ofrezca lo mismo que puedo encontrar en cualquier otra ciudad del mundo y me convierta en extranjera.