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DE REOJO

El efecto umbral


Las ciencias que nos explican cómo somos y las razones por las que a veces no sabemos atrapar moscas aseguran que eso que nos pasa tan a menudo de salir del salón con una intención clara, llegar a la cocina y plantarnos delante de la nevera sin saber a qué hemos ido, se llama efecto umbral. Parece ser que nuestro cerebro se acomoda a una situación física, geográfica, de manera estabilizada, y al movernos y atravesar una puerta se despista, algo así como que pierde la señal del wifi. No es tan evidente el que sea una línea, sino el cambiar de espacio es lo que confunde a nuestro sistema operativo. Estaban tus neuronas tan entretenidas y a gusto viendo una telenovela turca y de repente apareces en un espacio con olor a pimientos asados, se despiertan todos los resortes automatizados y pierde la orientación. Eso sí, normalmente se recuperan los 5G en el momento que frenas, piensas, miras, repites gestos y ¡zas!, descubres que venías a buscar una cerveza bien fría.

Por eso creo que estos días existe un efecto umbral social generalizado. Viajar, hay que viajar. Hay que dejar la rutina y entrar en otra rutina más masiva por carretera, tren, avión, barco, bicicleta o a pie, porque debemos aprovechar las vacaciones, que, por cierto, el pobre hombre de Feijóo considera que están sobrevaloradas. Exactamente como él, que lo único que ha dicho destacable en una comparecencia inútil, una más, es que las asociaciones de afectados por la Dana que se reunieron con él no le pidieron la dimisión de Mazón, sino que le dijeron que “no debería continuar”. Humor en el umbral del cinismo empanado. ¿A qué he venido yo?