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Madame Guillotine


Cuando leí el libro “María Antonieta” de Stefan Zweig, a pesar del trato exquisito del autor hacia el personaje, no hacía nada más que pensar en la capacidad que demostró con sus actos para ganarse la guillotina paso a paso, terminando su vida en ese instrumento en plena revolución francesa. Nadie pensaría que el feudalismo volvería.

Tras el paso del feudalismo a la democracia, la revolución industrial, el capitalismo y el neoliberalismo tenemos enfrente el tecnofeudalismo en la actualidad.

Los resultados de la revolución industrial fueron, por una parte, el traslado del punto de mira del sector primario al sector de producción en fábricas, que provocó importantes movimientos poblaciones y una búsqueda sin fin de materias primas que serían expoliadas a los países poseedores de las mismas.

En esa fase, el objetivo de los gobiernos era la mejora de la calidad de vida colectiva. En contraposición al comunismo del este de Europa, el resto apuesta por el estado de bienestar con gobiernos capitalistas de corte democrático.

El peor resultado de esta época es la destrucción de la naturaleza como consecuencia de una actividad productiva imparable.

La caída del bloque del Este da alas al neoliberalismo, que propugna el mercado como eje central, se revela contra el poder de los Estados y la democracia, pone en el centro al individuo, planteando que su bienestar va a depender de lo que el mismo haga (gran mentira en la que algunos, ricos, poseedores de conocimiento, etc., juegan con cartas marcadas frente a pobres que no van a tener ni cartas). En esta fase, ganar más y más ha sido el fin más importante. Ello ha motivado la deslocalización de las empresas con el objetivo de producir más barato, la desaparición de los programas de calidad, de mantenimiento de estructuras, la desaparición del tejido industrial de los países denominados occidentales, dejando a algunos de ellos (por ejemplo, Estados Unidos) sin capacidad productiva, con consumo permanente, sin técnicos para poner en marcha el tejido productivo y con unas balanzas comerciales próximas a la bancarrota (“La derrota de occidente”, Emmanuel Todd).

El individualismo máximo y la codicia son las características de esta fase que ha llevado al mundo a una situación de una anormal distribución de la riqueza, con unos pocos enormemente ricos y una inmensa mayoría en niveles de pobreza. Decía Pepe Mujica (“Semillas al viento”) que la democracia es el régimen político menos malo. Pues bien, en la situación actual, la democracia está sentenciada a muerte.

La llegada de Trump al poder en Estados Unidos supone el remate, el neoliberalismo en estado puro. De lo que no son conscientes sus votantes es que el objetivo de Trump es su enriquecimiento personal y que, aunque quisiera, cosa que no ocurre, se necesitarían muchos años para conseguir la producción necesaria para el consumo habitual de los Estados Unidos.

La codicia ha sido una de las características más importantes de esta fase y es la que ha llevado al suicidio al neoliberalismo, pasando a una nueva etapa: el feudalismo, y en este caso concreto el tecnofeudalismo en el que inmensas sumas de dinero y poder se concentran en muy pocas manos. Según Shoshana Zuboff (“La era del capitalismo de la vigilancia”), a través de los dispositivos electrónicos, redes sociales, teléfonos inteligentes, casas inteligentes nos han sacado lo que ella llama el excedente conductual (hábitos, anhelos, tendencias emocionales en síntesis, lo que antes se conocía como el alma de las personas, con el objetivo de individualizar el consumo, los deseos de cada persona y, posteriormente, provocar el cambio conductual para controlar el poder político (elecciones 2016 en los EEUU, Brexit, etc.).

En esta fase, y a diferencia de la revolución industrial en la que el trabajador vendía su fuerza laboral al capital, las personas han vendido el alma. Las tecnológicas nos conocen más a nosotros que nosotros mismos y van a intentar hacer de nosotros lo que ellos quieran.

El nihilismo se ha hecho dueño de la sociedad haciendo pensar que nada tiene sentido, dando vía libre a los feudales a controlarnos, sin que se haga nada para evitarlo.

Es decir, a pesar de que algunos se empeñen en lo contrario, el neoliberalismo ha muerto para darle paso al feudalismo.

Recuerdo que hace ya bastantes años, cuando unos amigos fuimos al monte Denali en Alaska, una tormenta nos sorprendió en el tercer campo y nos pasamos 4 días metidos en tiendas que, a su vez, estaban dentro de iglús que hicimos con bloques de hielo cortados con sierra. La temperatura era de -30°C y salíamos un momento a las tardes para planear el día siguiente. Lo más importante era el parte meteorológico de los Rangers (mañana un buen día para leer un libro). El viento y la temperatura hacían que los encuentros fueran breves. Un día, un miembro de otro grupo que coincidió con nosotros en la subida dijo: «¿si vamos a acabar hablando de chiques porque no empezamos?».

Cuando pienso sobre la vuelta del feudalismo, miro hacia atrás y me acuerdo de María Antonieta y soy consciente de qué fue lo que acabó con el feudalismo, fue la respuesta popular. No creo que en esta ocasión debamos esperar siglos. Si vamos a acabar hablando de Madame Guillotine (en modo figurado), al igual que en Alaska, la cuestión sería empezar ya con la respuesta popular (dejando de un lado el nihilismo), cuanto antes, no sea que por esperar acabemos todos congelados.