2025 ABU. 16 KOLABORAZIOA Abusos de poder Mati ITURRALDE Médica de Familia El ejercicio de la violencia gratuita y la crueldad consciente es, sin duda, una facultad exclusiva de nuestra especie. Los seres humanos somos muy capaces de reconocernos como iguales y, por lo tanto, sentir empatía hacia los otros; pero también podemos convertir cualquier mínima diferencia en razón suficiente para excluir y negar derechos a quienes consideramos inferiores. Esta última situación, la mayoría de las veces, es inducida. No creo que, de manera espontánea, nos neguemos a reconocer en otros nuestra propia identidad; suele ser algún poder el que nos convence de que esto es lícito y conveniente, y nosotros lo llegamos a admitir servilmente. Los poderes que nos gobiernan en la actualidad son diversos y complejos, pero su ejercicio rara vez está exento de abusos. Las élites económicas, obsesionadas con acumular riqueza y, por ende, poder, son en esta parte de la historia de la humanidad las más peligrosas, porque no conocen límites. Así, el sionismo, disfrazado de proyecto ultranacionalista y religioso, responde en realidad a intereses económicos que tejen alianzas en todo el mundo, sin que el genocidio palestino les acarree castigo real alguno, amparados en el reparto del poder concertado por esas élites oscuras. El abuso del poder es ya una constante de las diferentes crisis que afronta la humanidad. Los líderes a los que podemos poner cara resultan una muestra evidente de la «triada oscura»: narcisismo, maquiavelismo y psicopatía. Esos rasgos de la personalidad que los convierte en seres peligrosos para el resto, paradójicamente, también les ayudan a mantenerse en lugares de privilegio, ejerciendo con arrogancia su despotismo. Pero si analizamos nuestros entornos, el abuso de poder también se ejerce a menor escala. El afán de dominación de ciertos grupos sobre el común social no responde a un predominio intelectual, social o ético, sino simplemente a un supuesto estatus de conocimiento superior o a la pertenencia a espacios elitistas amparados por una falsa meritocracia. La agresividad de sus líderes hace que la igualdad desaparezca y su poder se imponga. En la discusión pública, cada vez más ácida y excluyente, sobre la transición ecológica, he venido percibiendo este abuso del poder por parte de sectores convencidos de poseer el monopolio de la verdad y la corrección. Se aprecia desde la política, el mundo empresarial y los lobbies ideológicos, pero también desde la llamada Academia (el ámbito universitario para el común de los mortales). Para estos sectores, imponer una única visión de la realidad y de las alternativas para cambiarla resulta vital. Son aprendices de élite, de andar por casa, que en la mayoría de los casos responden a intereses espurios. Así, el contraste de ideas, el cuestionamiento de principios inamovibles o el intento de analizar la realidad desde los visores de la propia sociedad merece de pronto categorizaciones faltonas y hasta criminalizadoras desde la atalaya del poder. Cualquiera que objete o simplemente dude es tildado de negacionista, colapsista, retardista, reduccionista... o cualquier otro adjetivo que sirva para anular o invisibilizar el pensamiento crítico, en un ejercicio de abuso de poder tan viejo como manipulador e interesado. Los movimientos sociales nacidos para hacer frente a proyectos devastadores de nuestro entorno solemos encontrarnos atrapados en estas estrategias e intentos de manipulación, sin entender del todo el interés de los abusadores del poder en manejar espacios populares discretos, diversos y conscientes de sus propias limitaciones. Porque evidentemente ningún movimiento vecinal de base es capaz de subvertir resultados electorales, hundir imperios empresariales o cortocircuitar carreras de expertos de ningún área. Y, sin embargo, no dejan de ser llamativos los intentos de convertirnos en piezas de su tablero de ajedrez, en simples peones dentro de su reparto de poder. Luke Kemp, al estudiar el auge y el colapso de distintas sociedades a lo largo de 5.000 años de historia, concluyó: «...si quieres salvar el mundo, el primer paso es dejar de destruirlo. En otras palabras, no seas un imbécil. No trabajes para las grandes tecnológicas, los fabricantes de armas ni la industria de combustibles fósiles. No aceptes relaciones basadas en la dominación y comparte el poder siempre que puedas... y si no tienes esperanza, en realidad no importa. Se trata de rebeldía. De hacer lo correcto, de luchar por la democracia para que la gente no sea explotada. Incluso si fracasamos, al menos no contribuimos al problema». Creo que las asociaciones populares nacidas en los últimos tiempos para enfrentar el monopolio del poder y sus abusos responden a este planteamiento. Por eso, su independencia, diversidad y horizontalidad son imprescindibles. En este mundo donde las desigualdades avanzan sin freno, reivindicar la toma de decisiones colectivas, el cuidado de las debilidades propias y ajenas y, por encima de todo, el respeto hacia las personas y grupos que nos rodean es la mayor contribución que podemos ofrecer frente a todos los abusos de poder. La independencia, diversidad y horizontalidad de las asociaciones populares nacidas en los últimos tiempos para enfrentar el monopolio del poder y sus abusos