2025 IRA. 24 GAURKOA Manual de ferretería Nora VÁZQUEZ Jurista y sanitaria {{^data.noClicksRemaining}} Artikulu hau irakurtzeko erregistratu doan edo harpidetu Dagoeneko erregistratuta edo harpideduna? Saioa hasi ERREGISTRATU IRAKURTZEKO {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Klikik gabe gelditu zara Harpidetu {{/data.noClicksRemaining}} Parece que ha llegado, sí, y esta vez con el remite bien visible. El manual de instrucciones para estos tiempos airados viene de Estados Unidos. No es un tratado de filosofía ni un compendio de economía política, sino más bien un catálogo de ferretería gruesa, un folleto de teletienda para el alma demagógica. Viene de aquellas tierras donde los espectáculos parlamentarios incluyen a congresistas con lanzallamas en sus vídeos de campaña, y donde exhibir un arsenal en el jardín es una declaración de principios. Aquí, la adaptación es menos pirotécnica, menos llamarada y más querella, pero con el mismo desdén por esa antigualla llamada humanidad. El primer capítulo de éste manual enseña a identificar un enemigo y a despojarlo de cualquier rasgo que pueda suscitar empatía. Tómese, por ejemplo, un barco que se adentra en la inmensidad para rescatar a náufragos. La lógica más elemental, esa que aprendimos antes incluso de saber leer, nos dice que a quien se ahoga se le tiende la mano. Pero el manual, en su sabiduría de neón y víscera, instruye en el arte de retorcer la realidad hasta que el salvavidas parezca un arma y la víctima, un invasor. Así, se llega al prodigio de desear en voz alta que la nave y su carga humana se hundan, de llamar «negreros» a quienes precisamente luchan contra las nuevas formas de esclavitud. Es una pirueta moral que exige un vaciado interior completo, un alma convertida en solar yermo para que en ella pueda crecer la mala hierba del odio sin estorbos. Para quienes se resisten a este nuevo evangelio de la inhumanidad, el manual reserva un apéndice maquiavélico: la guerra a través de los juzgados. Es un método más pulcro que el lanzallamas, pero igualmente incendiario. Lo llaman lawfare y es su gran estrategia: si un adversario político te incomoda, si un periodista desvela tus vergüenzas, si una organización no gubernamental te afea tu crueldad, no discutas sus ideas; sepúltalo bajo una montaña de demandas. Acúsalo de lo más estrambótico, de lo más inverosímil. No importa que las querellas sean archivadas una tras otra; el objetivo no es ganar en el tribunal, sino en el telediario. La táctica es la mancha, la sospecha que siempre queda, el agotamiento del contrario, que ha de gastar su tiempo, su dinero y su energía en defenderse de fantasmas, mientras el querellante profesional sonríe desde su escaño, impoluto y con la misión cumplida. Y aquí es donde surge la tentación del espejo, el impulso de responder con las mismas armas. Por eso, nuestros políticos, aunque les lloren lágrimas de sangre, harían bien en leer ese manual infame. Para comprender su código fuente, para anticipar el siguiente movimiento del adversario. Es preciso conocer los patrones del incendio para poder construir cortafuegos eficaces. Cerrarse en la endogamia de las buenas intenciones, pensar que estas estrategias son ocurrencias de tres o cuatro mentes trastornadas, es un error fatal. Es no ver que lo que aquí se ensaya en videos virales y bravuconadas, ya es la norma en países enteros donde la ultraderecha ha dejado de ser una caricatura para convertirse en el poder que dicta las leyes y las vidas. Y su mercancía ideológica es absurda pero también letal: la convicción de que un arma en casa puede salvar más vidas que una vacuna en el ambulatorio. Es la lógica del miedo individualista frente a la confianza en el bien común. Es la privatización de la seguridad, como se privatiza la sanidad o la educación. Es la misma lógica que lleva a privatizar la igualdad, a convertirla en un privilegio que se concede o se niega en función del origen, el color de piel o a quién se rece. Y si alguien alza la voz contra un genocidio televisado a diario, el manual tiene la etiqueta lista: terrorista. De repente, millones de personas con un mínimo de conciencia se descubren señaladas, como si la decencia fuese una célula durmiente de algún comando del mal. Y ante esta amenaza de un tiempo oscuro que ya asoma la cabeza por la puerta, ¿qué hacer? Quizá lo más inteligente sea empezar a tejer. Pero no una red cualquiera, no una de esas mallas flojas y con nudos gordos de rencillas pasadas. Se necesita una red tersa, un tejido de alambre fino y resistente que no pueda cortarse con las tijeras de la demagogia. Sí, ya lo sabemos: la izquierda a veces tiene más cabezas que Cerbero, el perro guardián del infierno, y cada cabeza muerde a la de al lado con más saña que al enemigo común. Es una verdad incómoda, un lastre de vanidades y familias mal avenidas. Pero las vanidades pasaron. O deberían. No es buen momento para la autocomplacencia ni para mirarse al ombligo mientras la casa arde. Hablo de otra cosa. Hablo de gente de verdad. Personas que encarnan esa coherencia casi revolucionaria de pensar, decir y hacer la misma cosa. Gente que no busca un cargo, sino que asume una carga. Que está dispuesta a engancharse con toda la fuerza, la mucha o la poca que tenga, para sacar a un pueblo adelante. Y, sobre todo, que dedica tanto tiempo a la acción como a la pedagogía: explicar qué se hace, por qué se hace y para quién se hace, con la humildad de quien sabe que no posee la verdad, pero la busca honestamente. Esa red tersa es la que se teje con los hilos de la humanidad práctica. Una humanidad que no es un poema ni un discurso, sino la decisión consciente de tratar al otro como un igual, especialmente cuando es diferente. Para construirla necesitamos a esa gente de verdad, personas cuya humanidad no sea una estrategia de marketing, sino la materia prima de sus convicciones; personas que entiendan que la política es, por encima de todo, un acto de cuidado hacia los demás. Al final, el único manual que puede derrotar al manual del odio es el que cada ser humano lleva escrito en su propio corazón. Solo hay que atreverse a leerlo. Ante esta amenaza de un tiempo oscuro que ya asoma la cabeza por la puerta, ¿qué hacer? Quizá lo más inteligente sea empezar a tejer. Pero no una red cualquiera