GARA Euskal Herriko egunkaria
ENTREVISTA
Elkarrizketa
Jason hickel
Antropólogo económico y autor de “Menos es más”

«Decrecer no significa vivir peor; es reducir SUVs, jets y el complejo militar-industrial»

Jason Hickel (Esuatini, 1982) es antropólogo económico y miembro de la Royal Society of Arts. Actualmente es profesor en el ICTA-UAB, ha trabajado en la London School of Economics y en la Universidad de Oslo. Es una de las voces más influyentes del decrecimiento y colabora en medios como “The Guardian” o “Foreign Policy”, entre otros.

(JASON HICKEL)

 

Jason Hickel sostiene que si el crecimiento económico sigue estrellándose contra los límites planetarios mientras derechos básicos continúan sin garantizarse, quizá el problema sea la devoción casi ritual por producir lo superfluo. En “Menos es más. Cómo el decrecimiento salvará al mundo” (Capitán Swing), plantea algo que suena a simple lógica pero resulta profundamente subversivo: dejar de fabricar lo innecesario -SUV mastodónticos, moda desechable o la industria militar, enumera con puntería y cierta saña- y orientar la economía hacia lo que de verdad produce bienestar: vivienda asequible, transporte público, servicios básicos.

Criado en Esuatini, antes Suazilandia, y afincado hoy en Barcelona, Hickel llegó a Elizondo invitado por Akelarre Kulturgunea y Baztango Talde Ekosoziala y con la decepción de una COP30 que, a su juicio, vuelve a esquivar lo esencial. Cree que la cuestión de fondo es siempre la misma: quién decide qué se produce, qué se descarta y con qué criterios presumimos de progreso. Más aún cuando seguimos adorando un indicador capaz de colocar gas lacrimógeno y atención sanitaria en la misma casilla de “crecimiento”. Quizá convenga empezar por ahí.

¿Qué sostiene el fetiche del PIB en plena crisis ecológica?

No es un error; vivimos en una economía capitalista y el PIB mide lo que es valioso para el capitalismo. A menudo se da por sentado que “crecimiento” significa mejora del bienestar, progreso social o innovación. Pero no es nada de eso. El crecimiento del PIB es algo muy específico: el aumento de la producción industrial agregada en precios de mercado. Según este parámetro, un millón de euros en gas lacrimógeno vale lo mismo que un millón de euros en asistencia sanitaria. Es obvio que no existe una relación directa entre el Producto Interior Bruto y el bienestar.

Si el crecimiento ya no puede ser un objetivo, ¿qué debería significar la prosperidad?

Hay quien ha intentado crear métricas alternativas al PIB que midan el verdadero progreso económico, teniendo en cuenta los costes sociales y ecológicos. Pero creo que es mejor pensar en los objetivos que queremos alcanzar como sociedad y centrarnos en ellos. Si lo que buscamos es mejorar la salud o la educación, reforzar el transporte público, cuidar la fertilidad del suelo, reducir emisiones, recuperar biodiversidad o regenerar los territorios, deberíamos organizar la producción en torno a estas metas en lugar de perseguir el crecimiento del PIB.

Sin embargo, la palabra “decrecimiento” suele provocar resistencia y malentendidos.

Cuando la gente oye hablar de decrecimiento suele pensar que significa reducir todas las formas de producción y consumo, y que eso les hará más pobres. Pero eso es incorrecto. El decrecimiento es algo muy específico: se refiere a reducir las formas de producción perjudiciales e innecesarias, como los SUV, la moda rápida, los jets privados, las mansiones, los cruceros o el complejo militar-industrial, que consumen enormes cantidades de energía y que, en gran medida, solo benefician a la clase capitalista. El decrecimiento propone reducir esas partes mientras se reorganiza la producción para centrarse en lo que es más importante para el bienestar humano.

En su libro cuestiona la tendencia a culpar al consumidor individual.

El cambio de comportamiento individual puede ser útil, pero el principal problema al que nos enfrentamos gira en torno a quién controla la producción. El capitalismo es muy antidemocrático, y la producción está controlada por grandes bancos, corporaciones y el 1% más rico, que posee la mayoría de los activos invertibles. Y para el capital, el objetivo de la producción no es satisfacer las necesidades humanas, sino maximizar y acumular beneficios. Esto se denomina ley capitalista del valor. Así, obtenemos una producción masiva de cosas como combustibles fósiles y SUV, porque son muy rentables para el capital, pero obtenemos una subproducción crónica de viviendas asequibles y transporte público.

Que son mucho menos rentables...

O no lo son en absoluto. Y esto explica el hecho de que, a pesar de tener unos niveles tan altos de producción total, hasta el punto de sobrepasar los límites planetarios y provocar el colapso ecológico, seguimos sin satisfacer muchas necesidades humanas básicas. Es una paradoja, y ocurre porque el capital asigna mal la producción. Nuestro objetivo debe ser democratizarla y alinearla con objetivos ratifica- dos democráticamente, para poder alcanzar nuestras metas sociales y ecológicas. Al fin y al cabo, ¡es nuestro trabajo! ¡Son nuestros recursos! ¡Deberíamos tener algo que decir sobre cómo se utilizan nuestras propias capacidades productivas! Tenemos que recuperar este poder del capital.

Argumenta que el Norte global necesita reducir su uso de materiales y energía para que el Sur pueda desarrollarse.

Las economías ricas son las principales responsables del colapso climático, de aproximadamente el 90% del total de emisiones que superan el límite planetario y de la mayor parte del uso excesivo de materiales en el mundo. Además, sus altos niveles de consumo dependen de una apropiación masiva de recursos del sur global. Por lo tanto, son los países ricos los que deben reducir el exceso de consumo de energía y materiales.

¿Y qué necesita crecer en el Sur Global?

Allí tiene que recuperarse el control sobre sus propias capacidades productivas. Una gran parte de la producción del sur está controlada por capital extranjero y organizada en torno a la maximización de los beneficios para ese capital. Y es por eso que hay cientos de millones de personas empleadas en la producción de prendas de vestir en talleres clandestinos para Zara y H&M, azúcar para Coca-Cola y piezas para el iPhone, etc. Cuando podrían estar utilizando su mano de obra y sus recursos para el desarrollo nacional. Para ello es necesario alcanzar la soberanía económica. Lo fundamental para nosotros es apoyar los movimientos de liberación nacional y soberanía como, por ejemplo, la alianza de los Estados del Sahel.

¿Cómo cree que el enfoque de China está marcando el rumbo de esa transición?

En los medios de comunicación occidentales recibimos mucha propaganda antichina. Esto nos impide comprender lo que está sucediendo allí y qué podemos aprender de ello. En cuanto a la transición ecológica, lo de China es impresionante: producen entre el 80% y el 90% de todas las tecnologías de energía renovable del mundo y está instalando más capacidad de energía renovable que el resto del mundo en su conjunto. También están llevando a cabo más reforestación que cualquier otro país, plantando millones de árboles. China puede hacer esto porque cuenta con un sólido marco de política industrial y finanzas públicas. Puede orientar la inversión hacia lo que quiera, no está limitada por la lógica del beneficio.En Occidente, podemos hacerlo, pero no es rentable, así que no lo hacemos.

En Euskal Herria existe un intenso debate en torno a las energías renovables y el uso del suelo. ¿Cómo conciliamos la justicia territorial con la necesidad de dejar atrás los combustibles fósiles?

Con los combustibles fósiles no vemos las consecuencias de inmediato, pero con las renovables, sí: el aumento del consumo implica más parques eólicos y solares y más montañas destruidas. Eso debería hacernos preguntarnos cuánta energía necesitamos realmente. La cuestión central es el consumo industrial. Y ahí entra el decrecimiento: si reducimos la producción innecesaria, baja la demanda energética, la transición es más rápida y no hace falta construir tanta infraestructura. Pero para ello necesitamos control democrático sobre la producción, porque el capital nunca recortará algo que le da beneficios. Llegar a ese objetivo pasa por una transición socialista democrática.

Para ello plantea la necesidad de un partido de masas fuerte. ¿Cómo sería ese partido? Necesitamos partidos de masas con fuertes vínculos con las comunidades, los trabajadores y los movimientos sociales, que puedan ganar las elecciones y tomar el poder. Este debe ser el objetivo, es la única manera. Para cada país esto se ve de manera diferente. En algunos casos, ese vehículo puede formarse como una coalición de partidos existentes. En otros, se necesita un nuevo partido.

Si el control democrático sobre la producción es esencial, ¿qué medidas podrían adoptarse de manera realista para avanzar en esa dirección?

En primer lugar, establecer un mecanismo de financiación pública y una política de orientación crediticia que permita canalizar las inversiones hacia actividades social y ecológicamente necesarias. En segundo lugar, establecer una garantía de empleo público para que cualquiera pueda formarse y participar en los proyectos colectivos más importantes de nuestra generación: llevar a cabo la transición energética, mejorar el transporte público, regenerar el suelo, aislar los edificios... Trabajo digno con salarios dignos. En tercer lugar, establecer servicios públicos universales y viviendas asequibles, de modo que la producción se organice en torno a garantizar lo más necesario. Con este enfoque, podemos abolir la inseguridad económica y resolver nuestra crisis ecológica en un breve periodo de tiempo. Tengo un mensaje para el PSOE, Sumar, Podemos y el resto de la izquierda: estas políticas ganarán las elecciones. ¿Queréis derrotar a la extrema derecha? Así es como se hace.