2025 AZA. 30 125 años sin Oscar Wilde, persona y personaje El 30 de noviembre de 1900 fallecía en París el gran escritor irlandés Oscar Wilde, lastrado por los escándalos de los cuales había sido víctima y por su encarcelamiento por su homosexualidad. Repasamos su figura, que hoy en día sigue siendo admirada: la de un artista primero idolatrado y luego, humillado por la misma sociedad que lo encumbró a la gloria. Oscar Wilde murió en París el 30 de noviembre de 1900. (Photo 12 via AFP) ALESSANDRO RUTA DONOSTIA {{^data.noClicksRemaining}} Artikulu hau irakurtzeko erregistratu doan edo harpidetu Dagoeneko erregistratuta edo harpideduna? Saioa hasi ERREGISTRATU IRAKURTZEKO {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Klikik gabe gelditu zara Harpidetu {{/data.noClicksRemaining}} «Todo arte es bastante inútil». Así se despedía Oscar Wilde de los lectores en la introducción de su incontestable obra maestra, ‘‘El retrato de Dorian Gray’’, «la historia más moral entre las historias inmorales»: después de unas cuantas frases a favor del propio arte llegaba esta sentencia, paradójica. Porque en realidad todo fue paradoja en la vida de este escritor que ha representado como nadie la figura de un artista de éxito, primero idolatrado y luego, humillado por la misma sociedad que lo encumbró a la gloria. Wilde murió hace hoy 125 años ‘‘autoexiliado’’ en París, donde había transcurrido el último periodo de una vida voluntariamente extrema. El personaje acabó víctima de aquella Inglaterra que quería mandar en el mundo, económica y políticamente, celosa de que nadie pudiese manchar su imagen. En su caso, la “culpa” explícita fue la de ser homosexual. Murió en París. Su tumba (espectacular, enorme, quizás fuera de contexto) está en el cementerio del Père Lachaise, donde tuvieron que colocar una estructura de vidrio para protegerla del asalto de los fans. Allí, entre otros mitos fallecidos desgraciadamente en París -del estilo de Jim Morrison- y auténticos monumentos de la historia francesa, las marcas de los miles de besos sobre la estructura nos recuerdan que mister Wilde ha dejado profundas huellas realmente. ¿TALENTO O POSTUREO? Nos quedamos con lo que escribió en 1998 la célebre revista ‘‘New Yorker’’, que afirmaba que todas las celebraciones, los libros póstumos, la parafernalia entera sobre la vida y, sobre todo, la muerte de Oscar Wilde, no le hubieran gustado nada al interesado. Por lo menos, en lo que respecta a convertirlo el mártir. Que no era un santo lo sabía cualquiera, y en primer lugar él mismo que, como un equilibrista, se dividía entre la imagen del padre de familia responsable, casado con dos hijos, y sus relaciones homosexuales con jóvenes, que lo llevarían a la cárcel en aquella Inglaterra retrógrada e hipócrita, siempre en busca de un culpable sin mirarse nunca en el espejo. Un caso como el de Lord Byron, otro poeta muerto en el ‘‘exilio’’ después de una caza de brujas contra sus costumbres (sexuales, otra vez) escandalosas, no había servido para nada. Hijo de una artista, tras una vida misma transformada en obra de arte, ‘‘New Yorker’’ se preguntaba si acaso el talento y la obra de Wilde no habían sido opacados por la conclusión triste, solitaria y final de su vida. Es decir, si realmente el personaje se había tragado al escritor. Lo cierto es que ‘‘El retrato de Dorian Gray’’, publicado en 1890, vale una carrera entera. Aún más, bastan las primeras dos páginas: todos aquellos aforismos que conforman una especie de manifiesto espiritual, desde «No hay libros morales o inmorales; un libro está bien o mal escrito. Ya está», pasando por «Un compromiso ético en un artista es un imperdonable manierismo de estilo», hasta llegar a la sentencia sobre la inutilidad del arte. Esos aforismos siempre fueron el punto fuerte de Wilde: él mismo era una especie de aforismo, de paradigma. Cuántas veces en redes sociales nos hemos topado con memes o frases atribuidas al escritor irlandés, como si supiese ya hace más de un siglo que la comunicación iba a ser eficaz solamente utilizando unas pocas palabras, un tuit o un ‘‘X’’ que, sinceramente, hubiera encontrado horroroso. «Puedo resistir a todo, menos a las tentaciones» es una de las sentencias más conocidas, aunque no resulta cierto que fuera obra suya. Esta lo era más: «La mejor manera de resistirse a las tentaciones es abandonarse a ellas». Verdad o mentira, mentira o verdad, dicho y no dicho, lo importante era que se hablara de él, en un sentido artístico realmente moderno, anticipador de las tendencias actuales. A la manera de un Gabriele D’Annunzio, que en aquella misma época en Italia se mantenía firmemente provocador pero, por si acaso, heterosexual. La mezcla de talento y postureo potencia la cercanía de Oscar Wilde a todos nosotros, y explica mucho por qué al final lo queremos. Más allá de la calidad de sus trabajos, muchos simplemente oídos y no ‘‘consumidos’’, empezando por sus dos últimos, cuando ya se estaba acercando al abismo. LUZ EN UNA ÉPOCA ABURRIDÍSIMA ‘‘The ballad of Reading Gaol’’ y ‘‘De Profundis’’, cuánto tiempo había pasado desde sus brillantes obras teatrales, el mismo Dorian Gray y los cuentos infantiles. ‘‘El gigante egoista’’ -¡vaya revelación cuando supe que era suyo!- con aquel final poético y conmovedor. Pero ¿quién era el gigante, el mismo Wilde? ¿La sociedad que no dejaba jugar a los niños en su jardín? ¿La revelación casi mística y ‘‘cristiana’’ del pequeño ayudado por el gigante? El esteta absoluto Oscar Wilde sabía tocar cuerdas inesperadas. Las mismas que tuvo que buscar una vez arruinado por las denuncias de sodomía del padre de su amante, Alfred Douglas, y que lo llevarían a la cárcel, pasando a la historia como un mero corruptor de jóvenes, depredador que vivía del reflejo de su personaje público. Esto también es algo a borrar del resumen del escritor irlandés que se puede encontrar en los libros de literatura, otro objeto que probablemente Wilde hubiera tirado a la basura. De la tristeza y del abandono saldrían sus últimas obras, sobre todo aquel ‘‘De Profundis’’, una carta abierta a su amante. No pudiendo ya quedarse más en Inglaterra, Wilde decidió irse a Italia y luego al Estado francés, con la salud ya parcialmente minada por los dos años pasados en prisión. La muerte le llegó con apenas 46 años, al inicio del nuevo siglo, casi marcando el final de una era, de la cual desafortunadamente Wilde no hubiera podido escribir. Vaya a saber qué hubiera producido viendo la Belle Epoque, la Guerra Mundial y el fascismo, con su sarcasmo habitual, algo inédito para aquella época, tan revolucionaria en cuanto a modernización como aburrida, por lo menos en Inglaterra. La verdad es que la larguísima (de 1837 a 1901) edad victoriana, el contexto donde Wilde pasó de ser estrella a paria, sin las aportaciones de los artistas hubiera sido la quinta esencia del tedio. Menos mal que hubo gente como Charles Dickens, las hermanas Bronte, la Hermandad Prerrafaelita de pintores y el mismísimo Oscar Wilde, este irlandés maldito y querido. Nosotros seguiremos dando besos a la estructura que protege su tumba, en el Père Lachaise. Porque no todo el arte, el de Wilde al menos, «ha sido inútil». OBRA«New Yorker» se preguntaba si acaso el talante y la obra de Wilde no habían sido opacados por la conclusión de su vida. No, «El retrato de Dorian Gray» vale por una carrera entera. Incluso las dos primeras páginas. SARCASMO¿Qué hubiera escrito con su sarcasmo habitual si no hubiese muerto a los 46 años y hubiera conocido la Belle Epoque, la Guerra Mundial, el fascismo...?