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DE REOJO

Fiesta o rito


Las imágenes, las crónicas, los datos de las primeras horas de las elecciones en Extremadura me han colocado entre el escepticismo liberal y la demagogia crónica que representa tener un mínimo conocimiento de los procesos y los sistemas y quedarse silente. Callarse no es otorgar, sino posicionarse. Por lo tanto, los que practican la abstención merecen un respeto y hasta una cuenta en los resultados del escrutinio porque, al final, son los que van a decidir de manera directa los resultados.

La fiesta de la democracia es uno de esos sintagmas más populistas y viejunos que hemos ido arrastrando. Tiene su lógica; algunos vivimos cerca de treinta años sin poder ejercer el derecho a voto y, llegada la oportunidad, lo celebrábamos como una auténtica fiesta, como la recuperación de algo arrebatado por la dictadura. Y no nos fijábamos en ciertas circunstancias que incidían de manera indirecta en el resultado. La ley D’Hont, entre otras, ya que al desconocer las reglas electorales no podíamos detectar que desde el diseño del sistema condicionaba los resultados. Y siguen condicionando porque esta ley electoral no se ha tocado, ni parece que existan intenciones serias por parte de los partidos por cambiarla.

El caso de los votos de correos robados y que se han recuperado va a ser la excusa si no sale la mayoría absoluta que buscan para seguir con el deterioro de todo el proceso electoral. Lo hemos visto globalmente: si no salen las elecciones como les gusta, son un fraude. Al contrario, callados. Parece que la fiesta es ahora un rito civil que pierde fuerza simbólica. La presión demoscópica ha acabado con muchas de las ilusiones.