2014 OTS. 16 CRíTICA: «Alabama Monroe» Un gran melodrama con corazón de música bluegrass (2) MIKEL INSAUSTI La elección de la música bluegrass para dotar de pleno sentido al sentimiento melodramático en «Alabama Monroe» es todo un acierto. Es un estilo puro que nos devuelve a las raíces, en ese viaje de ida y vuelta entre el Viejo y el Nuevo Continente. Las canciones que componen la banda sonora de la película expresan el estado anímico y sentimental de la pareja protagónica, pero también sus demonios internos. Monroe tiene una visión idealizada de los Estados Unidos a través de su cultura musical popular, que no concuerda con su política real beligerante a raíz de los atentados del 11-S. Cuando Bush encabeza la ofensiva conservadora en contra de la investigación con células madre, el protagonista se siente directamente atacado a consecuencia del cáncer que sufre su hijita y para el que no parece haber una solución médica. Es entonces cuando su particular sueño americano se rompe en mil pedazos, como si la tierra prometida le hubiera sido arrebatada y pasara a ser un granjero desahuciado. No acaba ahí la cosa, porque el arraigo original de la música que tanto ama también se vuelve en su contra. El bluegrass nació en nucleos familiares profundamente religiosos, con los que su mujer aparece más identificada, provocando el inevitable enfrentamiento. Alabama le está recordando constantemente ese mensaje redentor y él, herido de muerte por la pérdida de su pequeña, no puede soportarlo. El título original «The Broken Circle Breakdown» hace referencia a la ruptura del círculo, inspirándose en el clásico espiritual «Will the Circle Be Unbroken», que el patriarca del clan musical de los Carter adaptó para funerales, y de ahí la dimensión trágica que adquiere dentro del relato. Se da además la circunstancia de que Didier Monroe y Elise Alabama deciden poner a su niña el nombre de Maybelle en honor a la madre de las hermanas Carter. El instinto de perpetuación queda reflejado igualmente en la profesión de ella, que es tatuadora. Se supone que los tatuajes son para toda la vida, pero los nombres grabados en su piel van cambiando y superponiéndose.