2014 MAR. 25 CRíTICA: «La partida» La doble vida como forma de supervivencia en Cuba MIKEL INSAUSTI El andaluz Antonio Hens está considerado como el continuador del cine de Eloy de la Iglesia, con su predilección por las películas de chaperos que se mueven en contextos sociopolíticos en los que tienen muy mal acomodo, y donde su sola presencia ya resulta una provocación. Su anterior «Clandestinos» resultó una polémica ópera prima, al inscribir su historia de amor homosexual dentro del conflicto vasco, atrayendo a polos opuestos enfrentados por la violencia. El mensaje podría resumirse en que la pasión adolescente lo puede todo, y no respeta ni a los uniformes o lo que representan. En su segundo largometraje «La partida» el romance gay entre jóvenes tiene lugar en la Cuba del turismo sexual, así que surge como una manifestación de rebeldía contra una situación de falta de oportunidades. El amor secreto es el verdadero, mientras que la prostitución sirve de mero recurso alimenticio. Los dos protagonistas llevan una doble vida, la cual forma parte de su lucha diaria por la supervivencia. El retrato de la convivencia familiar diurna, simultaneada con las actividades nocturnas que les sirven de sustento, debería bastar para reflejar la marginalidad a la que se ve abocada la pareja gay del relato, pero Hens subraya demasiado su condición como excluidos de la sociedad cubana al ponerles a jugar a fútbol. Sabido es que en Cuba los deportes nacionales con el béisbol y el boxeo, por lo que lo del fútbol suena raro y forzado. Más bien obedece a esa mentalidad europea, según la cual la esperanza de los chicos de los países subdesarrollados está en fichar por un equipo profesional de las grandes ligas del viejo continente. Otras películas, como «Habana Blues» de Benito Zambrano, han preferido utilizar la música como pasaporte de salida, lo que tiene más lógica. El rol del cliente «gallego» con «billete» recae en Toni Cantó, que para mayor coindicencia resulta ser entrenador de fútbol. De tal manera que su personaje conecta la figura del turista sexual con la del intermediario hacia la supuesta prosperidad al otro lado del charco.