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Ofensiva yihadista en Oriente Próximo

El fantasma del estado islámico asoma en Líbano

La expansión del Estado Islámico en Siria e Irak se ha convertido en una de las principales preocupaciones en Líbano. Por el momento, los líderes suníes descartan que este fenómeno en concreto se implante en el país. Sin embargo, advierten sobre un resentimiento suní que podría alimentarlo.


Las calles suníes están deprimidas. Si no se toma en cuenta lo que está ocurriendo, el Estado Islámico podría establecerse en Líbano». El jeque Nabil Rahim conoce bien los entresijos de su comunidad y deja caer que la organización yihadista, que ya controla importantes áreas de Siria e Irak, podría establecerse oficialmente en Líbano. Al contrario que en los estados vecinos, donde incluso EEUU ha llegado a bombardear, el país del Cedro se mantiene como retaguardia, con esporádicos repuntes de la violencia sectaria en forma de coches bomba. Por el momento, según asegura el jeque, solo hay personas que declaran a título individual su adscripción al movimiento liderado por Abu Bakr Al Baghdadi, ahora rebautizado como Califa Ibrahim. Aunque, a juicio de Rahim, esto podría cambiar. De hecho, compara los sentimientos de los suníes en Líbano con los de sus hermanos en Irak, donde el Gobierno chií de Nuri al-Maliki los marginó hasta el punto de provocar el cisma yihadista. Aunque aquí los equilibrios son diferentes y, por ejemplo, tienen garantizado el primer ministro, que siempre profesa su fe. Sin embargo, también operan factores externos e influyentes como Arabia Saudí.

«La persecución contra los suníes ha provocado resentimiento», argumenta el jeque, que asegura que «300 miembros» de esta rama del Islam «han sido detenidos sin juicio». En realidad, tienen que ver con los coches bomba o con la colaboración con las milicias sirias. Sin embargo, en un país marcado por la violencia sectaria, cualquier movimiento en el que intervenga otra comunidad puede considerarse como una afrenta. Para justificarlo, se insiste en el «control» de Hizbulah sobre un ejército que trata de promover la cohesión interna.

Nombres nuevos para viejas tensiones

Nabil Rahim sabe de lo que habla, ya que él mismo fue detenido en 2008 por sus lazos con Fatah al-Islam, una facción salafista que había infiltrado un año antes en Nahr El Bared, campo palestino en Trípoli que quedó reducido a escombros tras los choques con el Ejército. Ahora, sin embargo, rechaza las prácticas del Estado Islámico (EI). «Están en contra del sunismo. Ofrecen una imagen muy mala», afirma, tras reafirmar una idea muy extendida en la zona: que la creación del EI obedece a los intereses de «agencias de inteligencia». En este sentido, el jeque establece una diferencia con Al Qaeda. «Son distintos. Es cierto que Al Qaeda protagonizó ataques como el 11S, y yo estoy en contra, pero... no creo que sean lo mismo», asevera.

Si se habla de EI en Líbano todas las miradas apuntan hacia Trípoli, principal bastión suní en el norte. Allí, la militarización evidencia que el Gobierno libanés se toma la amenaza en serio. En el centro, en la rotonda de Al Nour, decorada con banderas negras, los soldados patrullan diariamente. Cerca de allí, en la calle Siria, que divide las comunidades de Yabal El Mohsen (alauí, defensores del régimen de Damasco) y Bab Al Tabaneh (sunís y partidarios de los rebeldes), los retenes custodian edificios agujereados por la metralla. A 30 kilómetros de la frontera con Siria tampoco se puede escapar de la guerra. Es precisamente en esta zona donde pueden verse algunas banderas de Daesh (acrónimo en árabe del Estado Islámico de Irak y el Levante, nombre original de la formación).

Las mismas enseñas ondean en pequeñas callejuelas de campos de refugiados palestinos como Ain El Hilweh, en Saida. Estos enclaves son puestos en el disparadero cada vez que un conflicto sacude Líbano. La discriminación y la falta de expectativas pueden ser un caldo de cultivo para el monstruo. Sin embargo, hasta reconocidos islamistas rechazan que el nuevo fenómeno tenga opciones de implantarse. «La bandera es un detalle. Se trata del símbolo de Mahoma, que el EI utiliza como antes lo utilizó Al Qaeda», explica Jamal Khattab, del Movimiento Islamista Yihadista, un grupúsculo armado que ha crecido solo en este campo.

En su opinión, es imposible que el EI pueda establecerse en Ain El Hilweh debido a la amplia presencia de fuerzas con base religiosa y agenda nacional como Hamas, la Yihad Islámica o su propio grupo. Aunque tampoco descarta que militantes procedentes del exterior pudiesen maniobrar. Los campos, rodeados por el Ejército, tienen sus propias leyes y son frecuentes los combates entre milicianos yihadistas. Se reproducen, se alargan durante tres días y vuelven a calmarse, a la espera de un rebrote.

No obstante, no todo es Palestina en estos enclaves. Y la situación política del Líbano, así como la guerra en Siria, también condiciona. Por eso, Khattab responsabiliza a Hizbulah de la posibilidad de un rearme suní. «Les hemos recomendado que no interfieran, porque aviva el enfrentamiento entre sunís y chiís», advierte. Además, tiene claro que la proliferación de un yihadismo que nunca ha puesto el punto de mira en Israel «perjudica la causa palestina». «En lugar de hacer frente al enemigo común, estamos dividos», afirma. «Imagina que todo el dinero que se ha gastado en Siria, Libia o Irak se dedicase a la resistencia», defiende.

Todos coinciden en que la capacidad militar de los aliados del EI es escasa en Líbano. Nada que ver con Hizbulah. Por eso, su crecimiento dependería de un apoyo social que hasta el momento no se expresa en alto. «Algún día se levantarán en el norte, en las zonas sunís. Por el momento están dormidos», considera Abu Salem, miembro del FPLP en el campo de Bedawi, en Trípoli. No obstante, no se puede pasar por alto que el Movimiento Futuro, liderado por Saad Hariri, ha apostado por apoyar a otros grupos islamistas. E incluso que salafistas como Rahim han llegado a ser amenazados por supuestos fieles al EI, que le han llegado a calificar como «ateo», lo que es usado por el jeque para reafirmar su rechazo al nuevo fenómeno yihadista. Y pese a todo, el riesgo persiste. «Arsal volverá a repetirse», vaticina Rahim.

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«El Estado Islámico ha crecido por tres razones: en primer lugar, la marginación de los sunís en Irak; en segundo, por los conflictos entre Arabia Saudí e Irán en la zona; en tercero, porque constituye un grupo muy poderoso, con muchos recursos económicos, lo que atrae a la gente». El jeque Nabil Rahim aporta estas tres claves para entender el fenómeno del EI. Aunque para acercarse a Líbano también hay que añadir la cercanía de la guerra en Siria. Un número indeterminado de jóvenes libaneses cruzaron la frontera y se enrolaron en las filas de la oposición armada a Bashar al-Assad. Especialmente, en Jabat Al Nusra, socio de Al Qaeda, y luego en el EI. El salafista, sin embargo, rechaza estas iniciativas. «Si puedo, les recomiendo que no lo hagan. Son un grupo pequeño y no van a cambiar nada», afirma. Algunos, de hecho, han comenzado a regresar. Y esto abre un nuevo foco de conflictos para Líbano.

El caso palestino es diferente. Aunque en un primer momento hubo jóvenes que se sumaron a la revuelta, especialmente en las filas de Hamas, las diferentes facciones llegaron a un acuerdo de «no injerencia». Por un lado, para tratar de salvaguardar campos como el de Yarmouk, que ahora está completamente arrasado -la UNRWA denunciaba ayer mismo que no ha podido acceder al interior en la última semana para repartir comida a los últimos residentes que se resisten a marcharse-. Por otro, para que los enclaves de refugiados no reprodujeran el conflicto. No obstante, lo que no se puede ocultar es la división existente entre los propios refugiados. Algunos, partidarios de Bashar al-Assad, reivindican su papel de «refugiados cinco estrellas» en Siria, donde gozaban de muchos más derechos que en Líbano. Otros, defienden la legitimidad de las manifestaciones de 2011. Quienes salieron a luchar son pocos y, en la mayoría de casos, no han regresado, según confirma Abu Salem, responsable del FPLP en Bedawi. A.P.