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El Papa Francisco y los movimientos sociales

El Papa Francisco invitó al Encuentro Mundial de los Movimientos Populares, celebrado esta semana en Roma, a un gran número de organizaciones de todo el mundo, a quienes recibió con un mensaje que, en opinión del periodista uruguayo, «sintoniza con las políticas sociales de los gobiernos progresistas». Sin embargo, Zibechi considera que la propuesta de Francisco está a una gran distancia de la Teología de la Liberación y la práctica de las comunidades eclesiales de base.


Entre el 27 y el 29 de octubre se celebró en Roma el Encuentro Mundial Movimientos Populares convocado por el Papa Francisco. No es algo habitual que la mayor autoridad de la Iglesia católica se reúna con más de cien dirigentes sociales de todos los continentes para debatir sobre tres ejes, tierra, trabajo y vivienda; sobre los grandes problemas y desafíos que enfrenta la humanidad desde la perspectiva de las organizaciones de los pobres y excluidos.

La convocatoria fue realmente amplia. De América Latina acudieron organizaciones tan importantes como el Movimiento Sin Tierra de Brasil, el Movimiento Nacional Campesino Indígena de Argentina, el Comité de Unidad Campesina de Guatemala, la Federación Uruguaya de Cooperativas de Viviendas por Ayuda Mutua, la Corriente Villera Independiente de Argentina, la Coordinadora Nacional de Organizaciones de Mujeres Trabajadoras Rurales e Indígenas de Paraguay, la organización de mujeres Bartolina Sisa de Bolivia y el Sindicato Mexicano de Electricistas, por mencionar sólo a las más conocidas en cada país.

Del Estado español fueron invitadas la Asociación Democracia Real YA y la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Salvo excepciones no hubo centrales sindicales, siendo mayoritarias, por los menos por Latinoamérica, las organizaciones de cartoneros y recicladores de basura, trabajadores de empresas recuperadas, campesinos, comunidades negras, habitantes de favelas y villas miseria, así como pueblos indígenas. Las delegaciones de Asia y Africa fueron muy numerosas, destacando la organización campesina de Palestina. Participó también el presidente Evo Morales.

Por el tipo de organizaciones invitadas, el Papa priorizó a los trabajadores pre-carizados, temporales, migrantes y los que participan en el sector informal sin protección legal, ni reconocimien- to sindical ni derechos laborales. A los campesi-nos sin tierra y pueblos indígenas en riesgo de ser expulsados del campo a causa de la especula- ción agrícola y de la violencia, y a los que viven en suburbios, sin infraestructura urbana adecua-da. En suma, a las capas más pobres en cada país, que son en realidad los protagonistas de las luchas más importantes de los últimos años.

Los objetivos centrales del Encuentro, según Joao Pedro Stédile, coordinador del MST, consistieron en compartir el pensamiento social de Francisco, contenido en su Exhortación Apostólica «La Alegría del Evangelio», difundida en noviembre de 2013. También se trató de reflexionar sobre las injusticias y las «formas de interacción con las instituciones y las perspectivas futuras», en una reunión que fue preparada durante más de un año y en la que Vía Campesina jugó un papel destacado (Adital, 24 de octubre de 2014).

En su intervención en el Encuentro, Francisco no se limitó a criticar la economía actual, a la que definió como «Imperio del dinero», sino que habló largamente de los movimientos: «No se contentan con promesas ilusorias, excusas o coartadas. Tampoco están esperando de brazos cruzados la ayuda de ONG, planes asistenciales o soluciones que nunca llegan o, si llegan, llegan de tal manera que van en una dirección o de anestesiar o de domesticar. Esto es medio peligroso. Ustedes sienten que los pobres ya no esperan y quieren ser protagonistas, se organizan, estudian, trabajan, reclaman y, sobre todo, practican esa solidaridad tan especial que existe entre los que sufren, entre los pobres, y que nuestra civilización parece haber olvidado, o al menos tiene muchas ganas de olvidar».

Además, les propuso «luchar contra las causas estructurales de la pobreza», advirtió contra «es-trategias de contención que únicamente tranqui- licen y conviertan a los pobres en seres domesti-cados e inofensivos» y terminó con un «sigan con su lucha», porque nos hace bien a todos.

Francisco tiene una larga experiencia con los movimientos de los más pobres. En 2009, tuve una larga conversación con el padre Pepe, José María Di Paola, en la villa 21 en el barrio Barracas de Buenos Aires. Es una villa poblada por paraguayos inmigrantes, con viviendas precarias autoconstruidas, muy pobres, donde el padre Pepe trabajó diez años hasta que tuvo que salir amenazado por bandas de narcotraficantes. En ese momento Pepe tenía 46 años, pelo largo, ropa informal y se expresaba como un vecino más.

Hablamos de Mario Bergoglio, entonces arzobispo de Buenos Aires, un hombre a todas luces conservador, al punto que algunos lo acusaron de haber colaborado con la dictadura, pero comprometido con los pobres. «Viene a la villa en micro (transporte colectivo), viene solo, camina hasta la iglesia y toma mate con los vecinos. No viaja en el coche del arzobispado. Conoce nuestro trabajo, apoya a los curas villeros que vinimos a aprender de la gente, no a decirles lo que tienen que hacer».

La anécdota vale para recalcar un hecho que me parece indudable. El Papa Francisco cree en la necesidad de que los pobres se organicen y que luchen por sus derechos. Piensa así desde mucho antes de haber sumido el trono de Pedro y ha codificado sus ideas en textos que sintetizan sus postulados sociales y políticas. No veo dobles intenciones por ningún lado.

Siento, sin embargo, una gran distancia entre la propuesta de Francisco y aquellos años sesenta y setenta cuando predominaba la Teología de la Liberación y la práctica de las comunidades eclesiales de base. Encuentro dos diferencias importantes. Una, en las propuestas que defiende el Papa. La otra, en el modo como se propone modificar el estado actual de las cosas.

Ciertamente, la «exhortación apostólica» de Francisco sostiene que «los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio». Tanto en su doctrina como en vida pastoral, los pobres juegan un papel central. Sin embargo, a lo largo del texto de 142 páginas aparecen más como objetos de ayuda que como sujetos de su liberación. Destaca un capítulo que titula «La inclusión social de los pobres», que siento contrasta con la «opción por los pobres» de los teólogos de la liberación y sintoniza con las políticas sociales de los gobiernos progresistas.

En segundo lugar, la Teología de la Liberación fue en gran medida consecuencia de la práctica de millones de creyentes en sus comunidades eclesiales de base, pero también en una amplia gama de movimientos, desde los campesinos y sindicales hasta las guerrillas armadas. La reflexión teológica se nutría de una práctica transformadora, y a menudo revolucionaria, a la cual servía. No siento una tensión similar en el Encuentro Mundial de Movimientos Populares. Quiero decir, que no veo una voluntad de poder como la que impregnó a los cristianos cuatro décadas atrás.

Es posible que esa diferencia esté ligada al cambio de época (ya no se habla de revolución ni hay fuerzas que la promuevan) y no tanto a una intención explícita de integrar más que en transformar. Los curas de la liberación tenían muy claro que el sujeto no eran ellos, ni la Iglesia, sino los pobres. Aún es pronto para saber hacia dónde se dirige este impulso de Francisco. Pese a las cautelas necesarias, y a las limitaciones que se adivinan es, en todo caso, un aire fresco tan necesario como urgente.