Ainara Lertxundi
GARAren edizio taldeko kidea / Miembro del equipo de edición de GARA
Elkarrizketa
Analía Kalinec
Hija de represor argentino y autora del libro «Llevaré su nombre»
Analía Kalinec observa una fotografía familiar. (Mariano MILITELLO)
Analía Kalinec observa una fotografía familiar. (Mariano MILITELLO)

«Una no debe lealtad incondicional a un padre que secuestró, torturó, asesinó...»

Analía Kalinec nació el 31 de octubre de 1979 en plena dictadura argentina. Su padre, miembro de la Policía Federal, está condenado a cadena perpetua. «Llevaré su nombre» es el testimonio de esta hija «desobediente» ante un padre genocida.

«Centros clandestinos, tortura, muerte, vejaciones, robos, secuestros, tabicamientos, violaciones, tubos, violencia, amenazas, tormentos, vuelos de la muerte, desaparecidos. Un alias, un Dr. K. Un torturador con la cara de papá (...) Duele la verdad, más duele la injusticia. Y mucho más la impunidad. Y es mi papá. ¿Qué les voy a decir a mis hijos? ¿En qué pensaba mi papá cuando torturaba? ¿Pensaba en serio que la patria se defendía en centros clandestinos?». Son reflexiones extraídas del libro «Llevaré su nombre» de la argentina Analía Kalinec. Su padre, Eduardo Emilio Kalinec, miembro de la Policía Federal Argentina, fue condenado en 2010 a cadena perpetua por delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico-militar.

Aquel diario que Analía Kalinec comenzó a escribir en 2002 pensando en los hijos que un día quería tener y cuando aún no conocía la otra cara de su padre, se convirtió a lo largo de casi dos décadas en testimonio de su evolución hasta asumir su condición de hija de genocida y convertirse en activista y miembro fundadora del colectivo Historias Desobedientes, conformado en 2017 por hijos e hijas de represores.

«Los crímenes que cometió mi papá van más allá de la dinámica familiar, se insertan en la historia de un país y, por eso, estos escritos no se quedaron en un mero diario íntimo de la familia sino que se convirtieron en libro», señala a NAIZ en entrevista telefónica.


«Llevaré su nombre». ¿Por qué este título?

En realidad pensamos en varios, aunque este fue el primero y, finalmente, el que elegimos. Tiene un doble sentido. Por una parte, es mi papá y no puedo evitar llevar su nombre. También es una asunción de mi persona como hija de genocida y desde ese lugar hago un pronunciamiento político. Familiares de genocidas creamos el Colectivo Historias Desobedientes para repudiar públicamente los crímenes de nuestros allegados.

La portada es una fotografía suya de pequeña abrazada a su padre, una imagen muy tierna.
Cuando presenté las fotos, la editorial escogió esa para la portada. Al principio, fue un poco impactante verla en la tapa. En el libro describo sin pudor y sin ocultar nada el recorrido vital que he hecho frente a un padre que fue muy afectuoso y querido por mí. Cualquiera de nosotros tiene fotografías así en su casa, sin embargo, esa persona a la que estoy dando un beso es un genocida. Impresiona. Viéndola, empecé a reflexionar sobre algunos detalles. Está hecha en Mar de Plata, la ‘ciudad feliz’ como la llaman. Mi padre está con su camiseta bien planchada por mi madre, el maletín en el que siempre llevaba su arma a un costado. Refleja esa dualidad, la de una hija con un padre querido y genocida.

En su biografía, la nieta apropiada y restituida Viki Montenegro narra sin tapujos las contradicciones internas hasta aceptar su condición de hija de desaparecidos y la dicotomía entre el amor hacia quienes se apropiaron de ella y saber la verdad. ¿Cómo se sobrelleva una mochila tan pesada?
El libro de Viki es muy conmovedor y tiene muchos puntos de encuentro con mi historia en cuanto a los vínculos de amor con esas figuras parentales tan importantes en la constitución de uno mismo. Mi libro recopila veinte años de escritura en los que la imagen del padre querido, todopoderoso, dueño de la verdad y a quien no se puede cuestionar se va derrumbando. En mi cabeza primero hice una diferenciación: por un lado, mi papá, y, por otro, el represor. Después vino todo un trabajo para entender que son una misma persona, que es la misma persona que me ha llevado a juicio para declararme ‘hija indigna’ y desheredarme. En ningún momento dejo de reconocer ese vínculo de afecto que tuve con él, la añoranza hacia ese padre tan querido. Pero, en el camino, me he ido transformando, al tiempo que él ha ido tomando una postura rígida, oscura y de silencio.

Dos de sus hermanas, policías de profesión, respaldan a vuestro padre, incluso en el proceso que él ha iniciado contra usted para declararle «hija indigna».
Es terrible. Refleja cómo funciona internamente la familia y el aparato ideológico. ¿Qué es lo que motiva que yo haya tomado unas decisiones distintas y que mis hermanas sigan alineadas con mi padre? Ellas también están pagando un coste alto por negar los hechos. Es preocupante que a una generación posterior como la de mis hermanas, que conviven con las madres, las abuelas y la lucha de los organismos y que pudieron tener acceso a la causa de nuestro padre y leer los testimonios de las personas que fueron torturadas por nuestro papá, eso no las movilice internamente y les lleve a hacer un trabajo de empatía o de compromiso social. Esto refleja la existencia aún de un sector oscuro de la sociedad que no puede revisar su propia historia y sensibilizarse con el otro.

En una ocasión estuvo sentada al lado de una persona que a sus 17 años fue torturada por su padre. ¿Cómo afronta este tipo de situaciones?
En febrero de 2020, a mi padre le quisieron conceder salidas transitorias. Él está condenado a cadena perpetua por crímenes de lesa humanidad. Eso dio lugar a una audiencia en la que tanto las querellas como la Fiscalía se opusieron. Desde Historias Desobedientes también dimos nuestra opinión utilizando la figura legal de Amigo del Tribunal. Nos opusimos a que a una persona como mi padre que sigue guardando silencio acerca de los desaparecidos, que no da información sobre los bebés nacidos en cautiverio, que no se arrepiente... se le otorgue este beneficio cuando, además, lleva más años impune que preso. En ese contexto, Miguel D´Agostino, una de las víctimas de mi padre, expuso lo que para él suponía la posibilidad de que la persona que lo torturó cuando tenía 17 años saliera en libertad y el miedo que ello le producía. D´Agostino estaba a mi lado. No es la única vez que he tenido un diálogo con una víctima directa de mi padre. En general son encuentros emotivos, muy respetuosos y hasta reparadores para ambos. También sé de personas que han preferido no vincularse directamente conmigo, pero que me han enviado algún mensaje.

En la presentación virtual del libro participó Taty Almeida, de Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora y un referente en la defensa de los derechos humanos, al igual que Nora Cortiñas, quien ha estado junto a Historias Desobedientes.
Más allá de la cuestión personal, las Madres, con su sabiduría han sabido esperar, escuchar y ver de qué se trata. Siempre digo que Historias Desobedientes es un emergente social que surge de la lucha de estas mujeres que no se quedaron en casa y salieron a transformar ese dolor y esa pérdida en lucha y en reclamo de verdad, justicia y reparación. Que Taty, las Madres, Abuelas y los organismos conozcan y valoren positivamente la existencia de nuestro colectivo habla de unas condiciones sociales que tenemos acá en Argentina y que no hay en otros países; en ningún otro país se ha juzgado a responsables de crímenes de lesa humanidad de una manera tan exhaustiva y extensa como se ha hecho en Argentina. Son más de mil los condenados y siguen los juicios así como las causas y las investigaciones. Poder superar los años de impunidad ha generado un nivel de conciencia que ha penetrado en las propias familias de los perpetradores.

¿Cómo han recibido sus hijos este libro?
Ellos lo leyeron antes de que se publicara. Cuando lo empecé, ignoraba la condición de genocida de mi papá, después se fue convirtiendo en un diario de investigación en el que trato de entender quién era mi papá, por qué le estaban juzgando, por qué estaba preso. Tenía un afán permanente de dejar todo anotado para que ellos, en la medida en que fueran creciendo, pudieran entender todo lo que me estaba pasando y el distanciamiento con sus abuelos, sus tías y primos. Los crímenes que cometió mi papá van más allá de una dinámica familiar, se insertan en la historia de un país y, por eso, estos escritos no se quedaron un mero diario íntimo de la familia sino que se convirtieron en libro. Esto lo hablamos con ellos. Aunque es nuestra historia también tiene su correlato con la historia de un país. Dar testimonio tiene un valor positivo para mí, primero para tramitar mi propia historia y también de cara a otras personas que tal vez estén atravesando una situación similar. Asumir la condición de genocida de un padre es doloroso, genera secuelas y tiene costes emocionales y síquicos.

A 45 años del golpe de Estado, ¿sigue habiendo necesario hablar de la dictadura?
Sí, claramente. Cuando como Historias Desobedientes somos convocados a dar charlas en escuelas, institutos, universidades, centros comunales, nos damos cuenta de que el mero hecho de contar hace que quien escucha se haga preguntas simples como ‘¿qué estaban haciendo mi papá, mi mamá, mi tío, mi abuelo... en esa época?’. Estas charlas generan una búsqueda personal y una conciencia.

Desde Abuelas se apela a esas gargantas profundas que pueden tener información sobre los bebés robados a que la den. ¿Qué le diría a quien pueda aportar algún dato ya sea por su condición de familiar de un represor o por otro motivo?
Creo que en la medida en que crezca nuestro colectivo, puede ser un aporte interesante. Viniendo de estas familias, entiendes esa lógica tan endogámica y cerrada que impera en ellas. Muchas veces determinadas informaciones no penetran en estos núcleos familiares. Tal vez desde Historias Desobedientes podemos empezar a resquebrajar ese muro de silencio. Puede pasar que haya un hijo o hija de genocidas que tenga información sensible y ni siquiera sea consciente de ello. Tenemos el caso de Pablo Verna, que en su calidad de hijo de genocida es considerado fuente de prueba porque ha recibido de boca de su propio padre información sensible. Siempre mantengo la ilusión de que nuestro testimonio pueda generar más conciencia. Por eso redoblamos nuestro llamamiento a la desobediencia, uno no debe lealtad incondicional a una persona que secuestró, torturó, asesinó, que guarda silencio y reivindica esos crímenes. Hay que romper con estos mandatos culturales, religiosos, sociales y legales tan instalados.

¿Qué es lo que más le preguntan cuando acude a dar charlas?
Hay una pregunta que siempre aparece y para la cual no tengo respuesta: ‘¿Qué es lo que hace que vos estés acá y tus hermanas no?’. Los más pequeños me preguntan si sigo queriendo a mi papá, si lo podría perdonar. La figura de mi mamá también es un interrogante, no termina de saberse si es una mujer cómplice o totalmente sometida, está entre esas dos variables. También me preguntan cómo se sobrelleva todo esto. No es casual que yo sea sicóloga y que trabaje con la palabra como herramienta de sanación y de transformación. Hay una insistencia por mi parte de poner palabras a lo que llevo.