Ainara LERTXUNDI
Elkarrizketa
VICTORIA MONTENEGRO
NIETA ROBADA EN LA DICTADURA, MILITANTE POLÍTICA Y DIPUTADA

«En mi vida anterior, las odiaba, a Estela sobre todo; ahora soy parte de una gran familia»

Victoria Montenegro fue apropiada por el coronel del Ejército argentino Herman Tetzlaff en febrero de 1976, antes incluso que el golpe de Estado del 24 de marzo. La actual diputada ha relatado en el libro «Hasta ser Victoria» su largo proceso de restitución.

El 13 de febrero de 1976, antes del golpe de Estado, un operativo comandado por el coronel Herman Antonio Tetzlaff –falleció en prisión en 2003– irrumpió en la vivienda de los padres de Victoria Montenegro, que en ese momento tenía trece días de vida. Las Abuelas de Plaza de Mayo tuvieron conocimiento de su existencia en 1984 cuando una tía suya de acercó a la organización buscando información, pero su restitución llegaría años más tarde. María Sol Tetzlaff, Hilda Victoria y Viki Montenegro son parte de un complejo proceso hacia la verdad y la construcción de una identidad robada, plasmado por ella misma en el libro «Hasta ser Victoria». Un camino plagado de contradicciones, de ambigüedades, de miedos, de interrogantes, en el que la actual legisladora y militante política tuvo que desandar la formación ideológica que recibió. De visitar con orgullo el cuartel militar Campo de Mayo de la mano de Tetzlaff, de querer ser militar de carrera y odiar a esas «viejas del pañuelo» a fundirse en un emotivo abrazo con la presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo, Estela Barnes de Carlotto, en la rueda de prensa en la que dio a conocer la identificación de los restos de su padre, arrojado en uno de los vuelos de la muerte.

«¿Sabés cuál es la perfección del mal? Decir ‘yo te salvé la vida, te salvé de ser Victoria, sos María Sol’. Que torture a tus padres, los mate, te robe y logre que lo quieras. Que yo me pregunte qué haría si supiera que está preso y no tiene los remedios y saber que no podría dormir pensando en eso. Esa es la perfección del mal», afirma en el libro Montenegro, quien en entrevista a GARA mira a la niña que fue, pero también al futuro, y asegura que la aprobación de leyes fundamentales en la Argentina actual como la del matrimonio igualitario o el aborto no hubieran sido posibles de haber seguido con la impunidad.

¿Qué le lleva a escribir “Hasta ser Victoria”?

Hace varios años, una amiga, también hija de desaparecidos y escritora, me planteó que plasmara en un libro mi restitución y todas las contradicciones que se dieron durante el proceso. Por muchos motivos, no pude avanzar en ese proyecto. Después, como diputada acompañé a jóvenes a hacer una visita a la Casa de Ana Frank en Argentina y me impresionó mucho lo que significó para ellos leer su testimonio escrito. De regreso, el grupo de docentes que acompañó a estos estudiantes me planteó la importancia de dejar plasmado lo que una relata en cada encuentro. El momento decisivo para sentarme a escribir fue el nacimiento de mi nieto Noah.

Impresiona cómo María Sol pasó a ser Hilda Victoria y, después, Viki. ¿Cómo cohabitan todas ellas en usted?

Es bastante complicado, primero, lidiar con los afectos ideológicos cultivados durante la etapa de María Sol, ordenarlos y construirte a vos misma. Te pueden dar el resultado de un análisis genético, pero eso no hace que inmediatamente vos seas esa persona, porque la mayor parte de tu vida no lo fuiste y esa otra persona que te impusieron en la dictadura tuvo vínculos, convivió, llamó papá y mamá a dos personas durante 25 años... Me llevó un tiempo bastante largo tramitar toda esa decepción y dolor. Lo que sí tuve claro es que iba a ser sincera conmigo misma. No salí inmediatamente a decir ‘bueno, las Abuelas me encontraron’. Yo me escondí y entendí que iba a necesitar mucho tiempo para entender el desastre que era mi cabeza y, principalmente, el dolor que me generaban todas esas contradicciones. Tardé siete años en decir mi nombre, unos años más en aceptar mi historia de una manera genuina. Con respecto a los nietos siempre está la idea de que debes querer a tus padres. En mi caso, ‘vos tenés que odiar’ a esa persona, condenada por delitos de lesa humanidad, un asesino. Pero no puedes hacerlo. Tu humanidad no puede odiarlo. No voy a cambiar nada de lo que me pasó odiándolos. Esta vida ya está. La pregunta que me hice es qué iba a hacer con esa historia. Y ahí mucho de lo que era María Sol me ayudó, sobre todo, en la resistencia al dolor.

En el libro narra el vínculo tan estrecho con sus apropiadores, el amor hacia ese padre, un militar como Herman Tetzlaff, las contradicciones internas, la culpa por la causa que le abrieron a Tetzlaff, el rechazo inicial a las Abuelas, cómo comenzó a romperse ese «grueso vidrio»…

Mi papá, jefe de los cuarteles, era quien salvaba la Patria. Después me entero de que no solo no es mi papá sino que fue quien hizo desaparecer a mis padres, asesinó a otras personas… Al principio, sientes la necesidad de justificarlo –‘la culpa es de todos menos de él, es de los que militaban porque hacían cosas que no debían y él solo hacía lo que le ordenaban’–. En la medida en que vas avanzando en la verdad, te das cuenta de que es imposible sostener eso. Vas entiendo todo ese horror y saliendo del lugar ideológico en el que estabas. Pero, aun con toda esta verdad, no puedes dejar de quererlos, es la perfección del mal a la que me refiero en el libro. Todo es aberrante.

Fue a El Palomar a ver cómo eran los aviones desde donde tiraban los cuerpos al río. Su padre, Roque Orlando Montenegro, fue arrojado de uno de vuelos de la muerte. La comparecencia en la que dio a conocer la identificación de sus restos finalizó con un sentido abrazo con Estela Barnes de Carlotto. ¿Qué significó ese momento?

En mi vida anterior, como María Sol, yo las odiaba, a Estela principalmente. Ahora soy parte de una gran familia. Ese día, en la restitución de los restos de mi papá, las Abuelas, Estela en representación de ellas, y todos mis hermanos que estuvieron presentes fueron mi sostén fundamental para poder transmitir el mensaje de que los familiares que aún no han podido dar su sangre, que la den. Después fue sanador, pero en ese momento sentí un dolor que no le deseo a nadie en el mundo. Una vez que estaba muy mal le dije a un miembro del Equipo de Antropología Forense que no podía entender tanta saña contra un cuerpo, que te aten, que te tiren vivo de un avión. Me dijo, ‘nunca lo vas a entender, porque no eres como ellos’. A diferencia de otros países en los que se considera que basta con poner una cruz arriba para seguir adelante, en Argentina los sacamos, los identificamos y nos hacemos cargo de esa historia. Te puedo decir lo que significó hacer la tumba de mi papá, que la hice con mis tíos, mis primos. Fuimos a buscar las piedras al río, la madera es del río donde él se bañaba. Si piensas que el objetivo de la dictadura era que el cuerpo nunca apareciera, porque estaba atado a un bloque de hormigón y lo tiraron en medio del río de la Plata, que yo aparecí y que, por eso, di una gota de sangre que atravesó todo el río de la Plata, el más ancho del mundo, y trajo a mi papá de vuelta...

Usted declaró en el juicio por el robo sistemático de bebés. ¿Qué papel han jugado estos juicios en Argentina?

Son reparadores para las familias y la memoria de los desaparecidos pero, sobre todo, son fundamentales para el proceso histórico. Lo que sucedió fue terrorismo de Estado; se secuestró, se torturó, se asesinó, se robaron los bebés… Es llamar a las cosas por su nombre. Hace 20 años, mi apropiador era un vecino muy querido por todos y nadie cuestionaba lo que había hecho. Antes se hablaba de los ‘papás de corazón’, hoy no hay quién lo haga. Está claro que es un delito de apropiación y que está bien lo que hacen las Abuelas, es parte de una causa nacional. De norte a sur, de este a oeste de Argentina, cuando aparece un nieto, hay una cantidad de personas que lo celebran y lo sienten como algo propio. Eso tiene que ver con el rol de los organismos y con los procesos de justicia que establecieron que no hubo ‘corazón’ sino terrorismo de Estado. Cada condena hace que los jóvenes que hoy son parte de las Fuerzas Armadas argentinas y que no tienen nada que ver con esta historia, tengan claro que si alguien en algún momento decide no respetar la voluntad popular y alzarse en armas contra el pueblo, lo va a pagar, que la impunidad no es una opción para Argentina. Todavía tenemos pendiente la complicidad económica y civil con la dictadura militar. Con los procesos de justicia garantizamos que estas historias no se repitan. Leyes fundamentales para la ampliación de los derechos humanos como el matrimonio igualitario, de identidad de género o el aborto no hubieran sido posibles si no terminábamos con la impunidad.

Además de diputada, es usted militante política, da charlas a jóvenes... ¿Cómo ve el futuro?

Hace poco estuve con estudiantes de entre 13 y 14 años. Me preguntaron qué vamos a hacer los nietos. Les respondí que somos 130 y que quienes asumimos roles políticos somos poquitos. Les dije que la pregunta es qué van a hacer ellos; yo sola, por el hecho de ser hija de desaparecidos, no voy a cambiar el mundo. Las Abuelas y las Madres nos dejan un legado de compromiso, de resistencia, de coherencia y de amor. Lo que ha hecho posible que yo sea Victoria y tantos hermanos tengan su identidad es el amor de esas mujeres que, en el peor momento de sus vidas, respondieron a una orden de circular con dignidad y cambiaron para siempre el rumbo de Argentina. Pero ahora nos toca a nosotros. Yo quiero que mi nieto no discuta si son 30.000, si a una chica hay que violarla porque llevaba la falda corta… discusiones que son el resabio de esa sociedad tan tenebrosa que dejó la dictadura. Quiero que todo lo que me pasó en la vida, la tortura y muerte de mis padres, el secuestro, la apropiación, no le pase nunca más a nadie. Ese es el desafío y el libro apunta hacia ahí.