Ramón Sola
Bilbo

Pasado y futuro, demócratas y violentos, involución y evolución

La manifestación de Bilbo, junto a ciertas tomas de posición de agentes diversos durante la semana, confirma que el Estado se ha llevado por delante una herramienta organizativa, pero ha perdido el pulso de fondo, que era el de la involución. La pelota vuelve a estar en el centro del campo, pero cada vez tiene menos jugadores en su bando

Aspecto de la movilización desde las escaleras del Ayuntamiento de Bilbo (Jon HERNAEZ / ARGAZKI PRESS)
Aspecto de la movilización desde las escaleras del Ayuntamiento de Bilbo (Jon HERNAEZ / ARGAZKI PRESS)

Pese a que la redada del lunes haya dejado daños objetivos como la suspensión de actividades de Herrira y la imputación a dieciocho de sus miembros, una sonrisa general era la imagen dominante ayer desde el cambio de rasante de la calle Autonomía. Y más al comprobar que no solo había una manifestación enorme que venía desde La Casilla, sino también otra que esperaba en Zabalburu y bajaba ya hacia el Ayuntamiento. Una sonrisa que contrastaba con la desazón, el desasiego, el hastío, incluso el amago de depresión que se extendió como una mancha de aceite a mediodía del lunes, cuando llegaban las primeras noticias del asalto a Herrira.

La sensación estaba perfectamente justificada ante el retorno a una estación -la de las macrorredadas políticas- que parecía ya dejada atrás. Sin embargo, es relevante comprobar cómo esa depresión fugaz no se tradujo en parálisis, sino en todo lo contrario. Personas individuales y colectivos enteros, abertzales y no abertzales, jóvenes que quieren otro futuro y mayores que se niegan a volver al pasado... Todos percibieron, pese al intento oficial de presentar esta operación como una más, que este era un salto cualitativo hacia atrás y obligaba a levantar una barricada urgente.

Captaron además que el objetivo elegido no era uno cualquiera. Todas las macrorredadas políticas son igualmente despreciables y rechazables. Atacar a Herrira tiene el significado añadido de golpear la línea de flotación de la esperanza colectiva. En ese barco van gentes de todas las ideologías políticas, a las que diferencian miles de cosas pero une una muy importante: quieren soluciones, y saben que ese camino pasa por iniciativas como Herrira, esforzadas, inquietas, aglutinadoras, imaginativas, ilusionantes, con una estrategia clara y unos objetivos realistas.

Al volver de su preocupante viaje de ida y vuelta a Madrid, en sus buzones de voz, en sus correos, en mensajes privados de Twitter... los detenidos han encontrado una catarata de muestras de solidaridad; todas emotivas, muchas de ellas inesperadas y algunas hasta sorprendente, porque llegan incluso de personas que han sufrido el dolor de las acciones de ETA. No es una mera anécdota. Apunta a que existe ya un cierto hilo conductor capaz de trasladar calor humano entre sectores antes antagónicos, a partir de la comunión de objetivos. Un hilo que quizás sea muy frágil aún, pero que hay que saber utilizar para trasladar toda la energía posible, al mayor voltaje, hacia la salida, hacia las soluciones.

Estos días han gritado “Herrira aurrera'', hacia afuera o en silencio, decenas de miles de personas que nunca habrían sido de Herrira, pero que desean firmemente avanzar. Personas que perciben perfectamente que la penosa situación de los presos y sus familiares no solo es una traba para ello, sino que además supone un pisoteo diario a derechos humanos básicos que repugna y que solo se puede justificar desde un espíritu de venganza ciega con el que no comulgan. Y a quien todavía le cueste verlo así, el Estado español se lo pone ante los ojos con episodios como la inefable libertad condicional a uno de los suyos, Enrique Rodríguez Galindo, al que siempre amparó incluso tras reconocerlo como autor de secuestros y muertes con todas las agravantes.

Tomando el auto contra Herrira en las manos y contrastándolo con la realidad de las últimas décadas en este país, cualquiera entiende que jamás ha habido mayor humillación a víctimas que la cometida por los aparatos del Estado contra las familias Lasa y Zabala: secuestraron a sus hijos, los mataron, los hicieron desaparecer años -hubiera sido para siempre de no mediar un cúmulo de casualidades-, negaron los hechos cuando se descubrieron, hicieron general al autor de las muertes, les golpearon en el cementerio y ahora liberan al cabecilla, en vísperas del 30 aniversario. Del mismo modo que cualquiera sabe que nunca hubo mayor «enaltecimiento» que aquella tarde en que todo un presidente del Gobierno con la cúpula de su partido al completo fue hasta la puerta de la cárcel de Guadalajara a abrazar a dos condenados por los GAL.

Como hay gente para todo, en la radio pública vasca ocuparon algunos minutos esta semana en hacer un análisis semántico de la palabra «tentáculo». La conclusión aparente fue que el ministro de Interior había querido transmitir que los detenidos no pertenecían estrictamente a ETA pero sí eran uno de sus agarraderos. Incluso eso es falso. El ministro sabe mejor que nadie, porque la Policía no es tonta, que Herrira es exactamente lo que se ve, lo que dice y lo que hace: reivindicar derechos humanos pisoteados todavía para un sector de la población en plena Europa Occidental en el siglo XXI. Los únicos tentáculos en este episodio son los del Estado, esos que utiliza para aferrarse como una lapa a un pasado que la ciudadanía vasca deja atrás cada día, a un escenario en el que su relación de fuerzas frente a la disidencia vasca era mejor, a un tablero en el que saltarse los derechos humanos era un ejercicio «justificable» por la violencia del otro lado.

La redada del lunes fue más que revivir fantasmas del pasado. En cuestión de minutos pintó una nueva raya en el suelo, que separa a los que quieren la solución de los que no la quieren. Por decirlo en el lenguaje que ellos mismos patentaron hace tres décadas en otro escenario radicalmente distinto, los democrátas quedaron a un lado, los violentos al otro. Pero ocurre que esta vez los violentos son ellos y solo ellos, todo un Estado, con sus armas intimidatorias, sus ocupaciones de calles, sus detenciones masivas, sus autos absurdos, sus bravuconadas amenazantes, y la guinda final de la cabeza abierta y chorreando sangre de una joven senadora. Algunos lo entendieron rápido y se situaron en el lado correcto de la raya, como Jesús Eguiguren; a otros les costó más pero bienvenidos son si escogen democracia, derechos humanos y futuro en vez de imposición, violencia y pasado.

Visto el resultado de las comparecencias judiciales del jueves, parece verosímil pensar que allá por mediados de semana alguien hizo un recuento reposado de pros y contras y llegó a la conclusión de que la operación no les iba a resultar tan rentable como preveían. En sus números rojos no solo queda la foto de ayer en Bilbo, sino las tomas de posición de ciertos agentes a los que seguro contaban entre los suyos. En cuanto a los partidarios más claros de la solución, los que abrieron esta vía, lo ocurrido ha sido un revulsivo y quizás se traduzca en un avance. Por pura ley física, el mejor modo de no retroceder es precisamente ese: avanzar.