Jon Aranburu | 7K

Isla Bouvet

La Isla Bouvet es un lugar en la imaginación de los aventureros de siglos pasados, una isla fantasma que, tras ser descubierta, desapareció porque quien primero la avistó situó mal su posición en el mapa. Es la isla más remota de la Tierra, 49 hectáreas volcánicas situadas a un mundo de ninguna parte; territorio noruego, seguramente el más lejano, un lugar inhóspito pero también hermoso, un mundo perdido.

Entre la gélida bruma, asoma la silueta de la Isla Bouvet, cubierta de hielo y nieve.
Entre la gélida bruma, asoma la silueta de la Isla Bouvet, cubierta de hielo y nieve.

Seguramente no hay mejor lugar en el mundo para perderse, o alejarse de todo, que la isla Bouvet, un pequeño lugar deshabitado y olvidado en el océano Atlántico Sur, localizado a casi 1.700 kilometros del continente de la Antártida, y a unos 2.200 kms del cabo de Buena Esperanza, en Sudáfrica. Una isla casi circular, surcada por una pequeña cordillera y en cuyas escasas playas libres de hielo la arena es negra, volcánica. Es una de las islas más remotas del mundo, y es noruega (Bouvetøya se llama en noruego). El lugar habitado más cercano es el archipiélago Tristan da Cunha, otra isla remota ubicada a 2.254 kilometros al noroeste y donde viven apenas unos pocos centenares de personas bajo administración británica. En Sudáfrica, el punto habitado más cercano de la Isla Bouvet está a 2.525 kilometros de distancia. El punto más próximo a la Antártida, la Tierra de la Reina Maud, también está deshabitado.

El 26 de mayo de 2013, el Operational Land Imager situado en el satélite de observación de la Tierra Landsat 8 tomó una imagen de color natural de la isla Bouvet (en la página siguiente) que retrata cómo una gruesa capa de hielo cubre el 93% de la isla. De hecho, lo hace prácticamente durante todo el año. El glaciar Christensen drena el lado norte y el glaciar Posadowsky el lado sur. Un fino anillo de playas de arena volcánica rodea la mayor parte de la isla, aunque en muchas áreas, la capa de hielo se detiene abruptamente en el borde mismo de la isla, formando empinados acantilados de hielo que se sumergen en las profundas aguas de esta parte del océano Atlántico.

Visto desde arriba, una de las características más destacadas de la pequeña isla es la caldera volcánica de Wilhelmplataet, la gran depresión circular en el lado occidental de Bouvet, una caldera formada por la erupción más reciente ocurrida en esta remota posesión noruega, hace unos 2.000 años.

La isla es el extremo sur de la cadena montañosa submarina que se extiende a través del océano Atlántico y que sirve como línea divisoria entre las placas de África y América del Sur en el hemisferio sur. Bouvet, de hecho, se encuentra cerca de la unión de tres placas tectónicas, con todo lo que ello supone.

El punto más alto de la isla, el monte Olav, en el lado oriental de la caldera, apenas llega a los 780 metros de altura, pero la alargada sombra que proyecta hacia el oeste refleja cuán empinada es la caída desde la cima. Aunque no es particularmente alto, la lejanía de este pico y el hecho de que nunca se hubiera escalado inspiraron a Jason Rodi –aventurero, navegante, alpinista y esquiador que, durante un tiempo, tuvo el honor de ser la persona más joven en subir las montañas más altas de los siete continentes– a organizar una expedición al Atlántico sur. En 2012, un equipo de cineastas, aventureros y artistas desembarcó en la isla, que es patrimonio mundial, y subió a lo más alto del Monte Olav, donde plantaron una cápsula del tiempo. Justamente allí, en el lugar más aislado sobre la Tierra (o, más bien, sobre el mar).

La cápsula del tiempo contiene las mejores visiones del futuro para el año 2062, visiones expresadas por estudiantes universitarios y miembros de la tripulación a bordo del M/Y Hanse Explorer (el yate de exploración utilizado en la expedición), una colección de testimonios que aspiran a un futuro mejor para todos.

Jason Rodi y el resto de los aventureros tuvieron muchas dudas antes de iniciar su odisea: «¿Debemos explorar la isla o dejarla en paz?». Él era, probablemente, uno de los menos entusiastas ante aquella idea. Al final, el desafío, el espíritu de aventura, pudo más.

Cuando llegaron, les sorprendió el color de la arena, negra volcánica y repleta de enormes focas. Se encontraban a una semana de singladura de la isla más próxima o del barco más cercano. Bouvet, por supuesto, no cuenta con puerto ni nada parecido, solo la opción de echar el ancla a cierta distancia. La costa es muy escarpada y la mejor altermativa es un helicóptero desde un barco. En su visita, los exploradores avistaron, además de focas, aves marinas y pingüinos, y apenas unas pocas colonias de musgos y líquenes. El resto, hielo y nieve. La «fiesta» tuvo lugar más bien en las aguas cercanas a la isla, donde el capitán del yate de exploración y otros tripulantes disfrutaron de la compañía de enormes y tranquilas ballenas, como retrata la última fotografía de este reportaje.

El cartel que anuncia el documental que fue rodado en aquella expedición (“Bouvetoya, el último lugar sobre la tierra”) es curioso, puesto que sobre la fotografía de la solitaria isla en medio del océano situaron la imagen difuminada de la ecografía de un embarazo. La aventura se había llamado Expedición para el futuro.

De Bouvet al capitán James Cook
La historia nos cuenta que fue avistada por primera vez el 1 de enero de 1739 por una expedición a bordo del “Aigle”, cuyo capitán era el francés Jean Baptiste Charles Bouvet de Lozier. Sin embargo, la posición de la isla no fue calculada correctamente, por lo que, en 1772 el capitán James Cook partió de Sudáfrica en una misión para encontrar la isla. No pudo hacerlo, porque no halló nada donde Bouvet había escrito que encontró la isla. La isla no fue redescubierta hasta 1808, cuando la detectó James Lindsay, capitán de la compañía ballenera Enderby. No pisó la isla, pero fue el primero en marcar correctamente su posición.

Fue en 1927 cuando la tripulación del “Norvegia”, un buque noruego permaneció cerca de un mes en la isla, estancia que fue la base de la reclamación de la isla por parte del capitán de la nave, Lars Christiansen, como territorio noruego, al que fue finalmente anexionado. En realidad, la isla «depende» de Noruega, pero no forma parte de su territorio. Hay varias curiosidades más sobre Bouvet que circulan en internet, como el hecho de que posee un dominio de nivel superior geográfico propio en internet.


El viento sacude la bandera noruega en una de las más antiguas misiones científicas y de exploración llevadas a cabo en la Isla Bouvet.

Dice la leyenda que a unos 150 kilómetros al noreste de la isla Bouvet se alza la isla fantasma de Thompson, que habría sido avistada por varios buques en el siglo XIX, hasta que una expedición noruega la declaró oficialmente inexistente en 1929. Aseguran algunas fuentes que desapareció tras una erupción volcánica a finales del XIX.

En todo caso, la isla ha sido visitada con cierta frecuencia por expediciones o misiones antárticas noruegas desde hace unos cuarenta años, aunque las misiones científicas nunca duran muchos días. En 1977 colocaron una estación meteorológica automatizada, pero no duró muchos años. Dicen que el 22 de setiembre de 1979 un satélite estadounidense detectó en esta zona un doble flash o resplandor inexplicable, que algunos aseguraron o interpretaron que fue originado por un ensayo nuclear que nadie se atribuyó. Aún se le conoce como el Incidente Vela (Vela era el nombre del satélite que detectó el fogonazo doble).

La primera vez que la Isla Bouvet fue fotografiada por completo desde el aire fue en marzo de 1985, un raro día sin nubes que los noruegos aprovecharon, tal y como hizo la NASA para obtener la imagen de la izquierda en 2013.

Al estar situada en la unión de tres placas tectónicas, su actividad sísimica es alta. En 2006, un terremoto de 6,2 grados en la escala Richter sacudió la isla.

Conviene recordar que Noruega caza ballenas, así que sus visitas a esta remota región austral nunca son del todo «inofensivas». De hecho, recientemente hubo cierta controversia en torno a la pesca de krill en estos mares del sur, una pesca que está sujeta a la Convención para la Conservación de los Recursos de la Vida Marina Antártica y que está estrechamente ligada al futuro de las ballenas, la mayoría de los cuales se alimenta, sobre todo, de krill. Pero los estudios realizados hace unos catorce años mostraron una alta concentración de kril alrededor de Bouvetøya, lo que fue aprovechado por Oslo para solicitar que se ampliara el límite exterior de la plataforma continental más allá de 200 millas náuticas en torno a la isla.


El capitán Jens Köthen nada junto a un espléndido rorcual en aguas cercanas a la isla Bouvet.