@albertopradilla
MADRID

Problemas complejos, respuestas infantiles

No me gusta el fútbol. Tampoco soy de esos pelmas que hacen gala de una pedante superioridad moral cuando lo desprecian con gesto solemne, como si conociesen una verdad suprema.

Alberto Pradilla
Alberto Pradilla

Me lo he pasado como un enano en El Sadar y he disfrutado de tardes épicas como el partido de Osasuna en Glasgow en 2007, como uno más de los 300 espartanos ante un atronador Ibrox Park. Explico esto porque, pese a no comprender especialmente el fervor de una grada, sí reconozco que esta es una experiencia colectiva e importante para millones de personas. Por eso, me rebela ver cómo algo tan serio como la muerte de una persona a manos de un grupo fascista (sí, fascista) puede terminar desdibujado en un ejercicio de infantilización y populismo punitivo tan banal como perseguir los cánticos en un estadio.

Cuando ocurre un hecho trágico y excepcional es habitual que los medios de comunicación ofrezcan una unívoca y alarmante versión y que los poderes públicos respondan con su ración de demagogia legislativa: más Policía, más cámaras, más control, más sanciones. Brocha gorda en la explicación y achicar los espacios de libertad personal.

Si partimos de la falacia de convertir la «violencia» en ideología podemos tirar millas argumentando que «fascismo» y «antifascismo» son dos némesis igualmente denunciables, lo cual es una trampa tan necia como querer un «fútbol sin política», que significa eliminar reivindicaciones como el fin de los desahucios o repatriar a los presos.

Tampoco el mal gusto es delito, ni siquiera desear, de modo metafórico, la muerte del árbitro o del jugador del equipo rival. Sí son perseguibles las agresiones. Y el fascismo, que ha campado a sus anchas. A falta de más libertad en nuestras vidas, veo con buenos ojos los «espacios liberados» (véase un estadio o el tendido de sol en Sanfermines) como microcosmos de esparcimiento. Sí, hay problemas de educación. Pero eso no se resuelve convirtiendo la grada en Ned Flanders, el beato de Los Simpson.