Ramón SOLA
DONOSTIA

Al rescate tras un curso amortizado

El motor del proceso soberanista escocés es político; la potente tracción del SNP sigue impulsando al independentismo tras ganar ya el derecho a decidir. El del catalán es social; los partidos fueron activados por la marea ciudadana. En Euskal Herria, por ahora Gure Esku Dago sacude conciencias.

Ramón Sola
Ramón Sola

Los amigos catalanes de Gure Esku Dago le trasladaban hace un año su felicitación, casi admiración, por el resultado de la cadena humana entre Durango e Iruñea: «A nosotros nos costó mucho más arrancar». No era una conclusión sorprendente; aunque comparar países y procesos sea bastante estúpido, el soberanismo vasco siempre había parecido más pujante y convencido que el catalán. En cualquier caso, aquella cadena humana sí tuvo un punto de revelación, porque no había precedentes que garantizaran que un movimiento ciudadano nacido casi por generación espontánea, sin más herramientas que la ilusión y la imaginación, fuera a conseguir unir manos durante 123 kilómetros.

El caso es que funcionó. A sus virtudes originales se le sumó un contexto muy propicio. Con los procesos escocés y catalán al pil-pil (a la vuelta de la esquina estaban el referéndum del 18S y la consulta-proceso participativo del 9N), no era difícil animar a que Euskal Herria también cogiera ese tren. Por otro lado, la podredumbre del Estado español tocaba por esas fechas su punto máximo, sin atisbarse la mínima opción de regeneración y con aquel 15M de 2011 reducido a anécdota pintoresca. En cuanto a este país, el curso había pasado sin peleas electorales, y las forales y municipales aún quedaban alejadas.

2014-2015 ha sido mucho más complicado para Gure Esku Dago. El tren pasó por la estación escocesa certificando que ejercer el derecho a decidir en Europa es posible, pero sin alcanzar la victoria que necesariamente hubiera abierto otra gran puerta: obligar a la UE a definir cómo se gestiona la aparición de un nuevo Estado en esta parte del continente. Poco después, el proceso catalán tuvo que conformarse con un 9N no resolutivo y perdió gas durante algunos meses, aunque ahora recupere pulso y meta la directa. Mientras tanto, la crisis estructural española ha entrado en una fase de turbulencia absoluta que hace previsible cualquier desenlace electoral, lo que alimenta las expectativas de quienes quieren creer lo todavía increíble: que Madrid devenga algún día en Londres y en Moncloa haya un inquilino que juegue tan limpio como el de Downing Street.

Y, sobre todo, en Euskal Herria ha pasado una batalla electoral más encarnizada de la cuenta entre PNV y EH Bildu, en la que el campo de debate principal no ha sido el derecho a decidir (como hubiera convenido a Gure Esku Dago) sino el modelo socioeconómico y de gestión de cada uno. El PNV sale de las urnas, además, con otra pésima noticia para la iniciativa ciudadana: un pacto global con el PSE de Idoia Mendia, la misma que afirmó en tribuna parlamentaria que «no creo que se pueda ser demócrata y defender el derecho a decidir».

Que en estas condiciones Gure Esku Dago consiguiera ayer esta movilización, en cantidad y más aún en calidad, dice mucho de esta sociedad. Es uno de esos pequeños milagros que pasan en este país periódicamente. Pasó Escocia, sí; pasará Catalunya quizás; y seguramente la expectativa española no llegará muy lejos. Pero la opción vasca sigue y seguirá ahí. La bandera la llevan en alto estas decenas de miles de personas, a la espera de que en un punto y un lugar aún indeterminados se alineen voluntades ciudadanas y políticas. Ese día se llenarán los estadios, y al siguiente las urnas.