Davos, el «ski resort» que una vez al año se vuelve la meca del libre mercado
Jefes de estado, magnates, estrellas del mundo del espectáculo, empresarios y banqueros tienen una cita anual irremplazable cada enero: congregarse en un valle en los Alpes suizos a discutir el rumbo del mundo bajo el prisma de los poderosos. Este año el ranking de las menciones se las llevó la crisis de refugiados en Europa y las dudas sobre la economía china.

La pequeña ciudad alpina de Davos es un renombrado centro de esquí que se convierte una vez cada doce meses en la meca del libre mercado y capta la atención de los medios a nivel mundial con motivo del Foro Económico Mundial, que recibe más de 2.500 participantes, desde banqueros hasta artistas pasando por centenares de periodistas y emprendedores.
La villa turística está enclavada en un valle de los Alpes suizos, no muy lejos de la frontera con Austria, Italia y Liechtenstein. Desde el martes hasta ayer, esta pequeña ciudad residencia de 10.000 habitantes permaneció copada por la Policía del cantón Graubünden y miembros del Ejército suizo armados hasta los dientes, que protegen con fiereza los accesos a los cinco principales hoteles en donde se hospedan los jefes de Gobierno y Estado. Inclusive, varios miembros de esas fuerzas se camuflan con la nieve y se ubican, vestidos de blanco, en los techos de las construcciones típicamente alpinas, aunque en función de francotiradores, recordando al visitante que Europa vive tiempos signados por el temor a un ataque terrorista.
No es para menos, debe admitirse. Los días pasados, este pequeño valle albergó a los que muchas veces la opinión pública ve como los dueños del mundo: políticos de máximo nivel, como el vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, o el presidente de México, Enrique Peña Nieto, hasta los banqueros de las entidades más grandes del mundo, como el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, pasando por figuras más familiarizadas con el público masivo, como Leonardo di Caprio y Bono.
Ellos dos merecen un párrafo aparte. El actor Di Caprio fue la cara del momento progresista –si cabe– de Davos, cuando el Foro lo galardonó el martes por la noche en la cena de inauguración con un “Cristal Award” por su aportación a la lucha contra el cambio climático.
Por su parte, el cantante de U2, una estrella mundial por donde se lo mire, no pudo escapar a la implacable política de seguridad suiza. Este mismo periodista fue testigo cómo Bono fue rechazado de entrar al Seehof Hotel (donde se hospedan la mayoría de los presidentes) cuando intentó ingresar en un auto con un chófer que no había realizado los trámites correspondientes –se debe pedir a los organizadores una credencial que permita el ingreso–. Al consultarle al soldado que lo rechazó (un germano parlante de más de 60 años) si tenía idea de a quién había rechazado, dijo que no. «Es Bono, el de U2», se intentó ilustrarlo. «Ni sé quién es, tampoco me importa», concluyó inmutable.
El debate de 2016
En todas sus ediciones, el Foro Económico Mundial tiene figuras que concentran la atención. Es recordado aquí el impacto que causó en 2003 la sorpresiva visita del expresidente brasileño Lula da Silva, el líder sindical de izquierdas que provocaba admiración por su discurso centrista en el que los poderosos ya no se sentían amenazados.
Este año, el momento estelar fue para los flamantes primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, y presidente de Argentina, Mauricio Macri. Ambos comparten el motivo: son relativamente nuevos para la vidriera mundial y protagonizan un cambio de ciclo histórico en sus países. El progresista Trudeau puso fin a 15 años de conservadurismo en el Ejecutivo canadiense, mientras que el liberal Macri fue quien desterró al peronismo tras 14 años y es el primer mandatario en la historia de su país que no es de ninguno de los dos partidos tradicionales (peronista o UCR).
En tanto, el debate generalizado concentró dos temas principales: la crisis de los refugiados en Europa y los temores por la ralentización de la economía china. Sobre el primero, el encargado de hacer la declaración más resonante fue el primer ministro holandés, Mark Rutte, quien advirtió de que la Unión Europea cuenta con «seis a ocho semanas» para salvar el sistema Schengen, porque la llegada del clima primaveral provocará un incremento del flujo de refugiados que podría causar un colapso del sistema.
En el mismo panel, Wolfgang Schäuble –ministro alemán de Finanzas–, dijo que Europa necesitaba iniciar un “Plan Marshall” para impulsar el desarrollo económico en los países fronterizos al continente, y cuando se le consultó si Alemania, que recibió un millón de refugiados en 2015, podrá lidiar con otro millón en 2016, respondió que ni siquiera quería pensar esa pregunta.
Europa tuvo también un discurso altisonante protagonizado por el premier británico David Cameron, cuando abogó por «renegociar la relación de Londres con la Unión Europea» para luego convocar a un referéndum de permanencia. Inclusive, pidió a los líderes de las corporaciones económicas que salgan a defender su idea de cambiar la relación, argumentando que Europa está «atrasada en tecnología y productividad y necesita recortar burocracia».
Sobre China y su presunto deterioro, hubo mucho eco pero menos dramatismo. La directora del FMI, Christine Lagarde, afirmó que el crecimiento del gigante asiático continuará robusto, mientras que Fang Xinghai, consejero del presidente Xi Jingping y presidente de un organismo regulador financiero, negó una mayor devaluación del yuan. El secretario del Tesoro estadounidense, Jack Lew, dijo no ver la situación en China tan dramática.
Microclima particular
En un diálogo que ejemplifica el espíritu y la atmósfera que se respira en Davos, una funcionaria de Naciones Unidas le comenta a un viejo colega, durante el viaje en tren (transporte clave dado que buena parte de los asistentes a esta ciudad se hospedan en las afueras porque no hay plazas para todos), su impresión de a dónde se están dirigiendo: «Aquí es donde se deciden muchas de las cosas que luego se verán ocurrir durante el año. Davos es la cocina de muchos sucesos».
Además de funcionarios de la burocracia planetaria, también pasaron por esta ciudad profesores universitarios y economistas estrella, como Nouriel Roubini, famoso por sus predicciones catastróficas sobre el capitalismo global que luego se concretaron, el exdirector del FMI, Joseph Stiglitz, y el premio Nobel de la Paz y ex secretario general de la ONU, Kofi Annan.
Por unos días, Davos (pronunciada en alemán acentuando la ‘o’ final) se asemeja en cierta forma a las Naciones Unidas: por sus calles, hoteles y centros de prensa se escuchan todos los idiomas, desde el árabe hasta el indonesio, y se ven todas las fisonomías, con mujeres cubiertas por el velo islámico u hombres con turbantes estilo hindú.
Hay un tema de conversación que nunca faltará en Davos: el frío. Luego de tres días con cielo cubierto y fuertes nevadas, el jueves salió finalmente el sol, pero eso no fue excusa para que la temperatura suba (aunque sí para que el deshielo de la nieve provoque más de un resbalón) y los amaneceres marcaron siempre alrededor de 8 grados bajo cero. Esta villa alpina marca la diferencia con muchas de las ciudades que la rodean por su altura: la céntrica Davos Platz registra que estás parado a 1.560 metros sobre el nivel del mar.
El blanco es el color de Davos. La arquitectura deja el paso al manto de nieve permanente que perdura por el frío y para la alegría de los miles de turistas que vienen a esquiar y que no se amedrentan durante la realización del Foro (es gracioso verlos caminar por la ciudad entre los ejecutivos de corporaciones y los líderes mundiales). Es que a pesar de su fama mundial por ser la meca anual de los poderosos, el espíritu de pequeño resort de esquí que mantienen sus lugareños reaparecía, como siempre, desde ayer, cuando las actividades llegaron a su fin y Davos, hasta el año que viene, vuelve a la normalidad.
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