Hervé BAR AFP

«¿Quién nos defiende de la Policía?», preguntan en Calais

El sudanés Amer, el afgano Iskandar y el etíope Hail se reúnen con una ONG de apoyo en una tienda de campaña de la «jungla» de Calais, el campamento desmantelado por París. «Estamos consternados ¿qué esperan de nosotros? ¿cómo podemos ayudar?», les preguntan.

«Haremos lo que los refugiados nos pidan», afirma Maya, figura emblemática de la asociación «L’Auberge des Migrants» (la Posada de los Migrantes), una de las ONG que trabajan desde hace meses para ayudar a los migrantes instalados en la inmensa villa miseria llamada la «jungla», que las autoridades comenzaron a desmantelar el lunes.

Frente a las excavadoras y los policías, «no hay solución, nada que esperar», dice Amer. «Si la Policía quiere limpiar la ‘jungla’, tienen que decirlo, simplemente», acota Iskandar, que aboga por que las organizaciones se reúnan rápidamente con las autoridades.

«No tenemos problemas con el Gobierno francés», prosigue el líder de la comunidad afgana en la «jungla». «Nuestro problema es pasar a Inglaterra. Si el Gobierno decide algo para nosotros en la ‘jungla’, lo haremos, no tenemos otra solución», agrega despechado.

El campamento de Calais, donde viven de forma sumamente precaria entre 3.700 y 7.000 personas, según las fuentes, es uno de los temas centrales de la cumbre franco-británica que reunió ayer en Amiens al presidente François Hollande y el primer ministro David Cameron.

«¿Podemos resistir a las excavadoras? ¡No! ¿Quién puede defendernos de los policías? ¡Nadie! El tiempo de las discusiones se ha terminado», dice tajante Iskandar. «Que la Policía nos diga lo que quiere (…) Y que nos digan dónde hay otras ‘junglas’ en las que podamos instalarnos», añade.

Nadie evoca la posibilidad de instalarse en las viviendas fabricadas en contenedores colocados en la «jungla», ni la de partir en los autobuses fletados por las autoridades para llevar a los refugiados a albergues en distintas zonas del Estado francés.

La prioridad para ellos es encontrar un nuevo lugar donde vivir en esa región y no renunciar de ninguna manera al sueño de llegar a Inglaterra.

Mientras continúa, rodeada de un importante dispositivo policial, la destrucción de chabolas y tiendas de campaña del sector sur, es muy difícil saber con precisión adónde fueron quienes las ocupaban. Aparentemente, la mayoría se limitaron a desplazarse unos cientos de metros para instalarse en la zona norte.

Unos cincuenta sudaneses se habrían instalado allí en las cabañas ocupadas ya por compatriotas suyos.

«No hay problema»

Unos cuantos iraníes se reinstalaron en algunas de las tiendas de campaña colectivas del sector norte, abandonadas hace semanas y en estado calamitoso. El viento helado entra por grandes agujeros y el suelo está empapado. «No hay problema», dice sonriendo con un optimismo a toda prueba uno de ellos.

Nueve iraníes se cosieron ayer la boca ante las cámaras de la prensa y delante del dispensario de MSF, en la zona sur, para protestar contra el desmantelamiento. En una pancarta podía leerse: «¿Nos escucharán ahora?».

Para los líderes de las comunidades, cuya representatividad es difícil de evaluar, la reunión con las ONG fue también la ocasión de reprochar a ciertos voluntarios británicos que ayudaran a mudarse a varias familias hacia la zona norte. «Habíamos decidido juntos que nadie se movería frente a los policías. Y ustedes ayudaron a partir a ciertas familias. Es una puñalada en la espalda que nos deja en una posición difícil», acusa Amer, señalando a un joven inglés, que guarda un incómodo silencio que resume la dificultad de organizar todas las buenas voluntades que tratan de ayudar, hoy más que nunca, en la «jungla», dada la presión de las autoridades.