Martin GARITANO
BERGARA

Monzón, abertzale hasta el final

Telesforo de Monzón.
Telesforo de Monzón.

Telesforo de Monzón Ortiz de Urruela nació en la torre Olaso de Bergara el primero de diciembre de 1904. Sus orígenes en la aristocracia local vinculada al fuerismo y el carlismo le situaban en las antípodas del punto ideológico al que le llevaría su propia evolución y experiencia vital. Curiosamente, fue durante su época de estudiante en Madrid cuando se interesó por la causa vasca. Y aquellas lecturas de los principales propagandistas del nacionalismo vasco hicieron que se malograra un abogado y naciera una de las figuras señeras del abertzalismo durante el siguiente medio siglo.

Regresó a Bergara, se afilió al PNV y dio comienzo a una meteórica carrera política que le llevó al Ayuntamiento de su localidad, a la presidencia del Gipuzku Buru Batzar, al Congreso de los Diputados y, finalmente, al Gobierno Vasco de José Antonio Agirre. De su etapa como diputado no guardaba buen recuerdo: «Yo también fui diputado en Madrid. Por eso no volveré a serlo. Porque ya lo fui una vez y no olvidaré nunca aquella terrible imprecación que quedó para siempre en mis oídos: `Pero, bueno, ¿son o no españoles sus señorías? Si lo son, y se consideran demócratas, ¿por qué no han de someterse como los demás a lo que acuerde la mayoría de los españoles? Y si no lo son, ¿quieren decirnos qué hacen aquí?'».

Luego llegó el alzamiento de Franco y Monzón fue comisionado por José Antonio Agirre para ocupar la cartera de Gobernación y armar al incipiente Eusko Gudarostea. Recordó siempre con dolor aquella guerra impuesta a los vascos y que resumía como «¡Sublime locura colectiva! Un puñado de hombres, prácticamente desarmados, abandonados por la hipocresía del mundo, cercados por tierra, mar y aire, dando batalla al Ejército español, al alemán y al italiano, concertados, en los montes de Euskadi». Tras la caída de Bilbo y la rendición de Santoña, comenzó un largo exilio en el que no faltaron riesgos y dificultades, como la odisea del buque Alsina en el que, tras un periplo de once meses, llegó a México.

A su regreso a Ipar Euskal Herria, al término de la II Guerra Mundial, Monzón mantuvo su puesto en el Gobierno de Agirre hasta que, en 1953, dimitió por discrepancias con la política de alianzas de su partido. Faltaba poco para que las primeras oleadas de refugiados de la segunda generación empezaran a aparecer por el norte del país.

Rechazaba que el Gobierno que formó Agirre fuera una autonomía concedida por las autoridades republicanas: «Lo que aquí se vivió en aquellos gloriosos nueve meses de Gobierno Vasco -institución que abarcó siempre en nuestro espíritu a Euskal Herria entera- fue pura y simplemente la soberanía total. Tuvimos ejército, universidad, orden público sin restricciones, moneda, pasaportes y hasta marina de guerra».

El nacimiento de ETA

Con la llegada de los primeros refugiados se daba a conocer una nueva sigla: ETA. Y Monzón se puso desde el primer momento al lado de los nuevos combatientes, en quienes veía la savia de los que tomaron las armas en el 36. Se lo reprochaba así a sus antiguos compañeros del PNV: «Incautos. ¿Recordáis lo que decíais cuando surgió ETA: `Pero si no son más que 17 chavales ambiciosillos, más de la mitad de los cuales, totalmente defraudados, han pedido ya, individualmente, volver a ser recibidos en la casa del padre. Muy pronto lo harán los demás. De ETA ya no se preocupa nadie... mas que Monzón, que sigue empeñado en dar al hecho importancia, con lo que está jugándose, claro está, su propia expulsión del Partido'. Y era verdad. Me queríais echar y me habéis expulsado. Pero ETA está ahí y sigo diciendo lo que decía hace 20 años: sin hablar con ETA y sin tener en cuenta sus demandas, no hay forma de resolver el problema vasco».

A su regreso a Hego Euskal Herria, de la mano de los presos «extrañados» por el Gobierno de Suárez, Monzón se implicó en las dinámicas de la izquierda abertzale después de que el PNV hiciera fracasar las conversaciones de Xiberta, en las que el propio Telesforo propuso la unidad de acción abertzale ante las elecciones y la Constitución española. También ahí fue preclaro: «El peligro existe. Porque el Gobierno español va a seguir valiéndose de todos los medios y ocasiones posibles, como hasta ahora, para lograr que los patriotas vascos se sigan enfrentando entre sí. Y la ocasión, la táctica ahora pudiera ser la siguiente: abrir justo, justo, lo suficiente la puerta de la Constitución para que el PNV se creyera en la obligación de entrar por ella, dejando fuera a los demás partidos abertzales que juzguen lo contrario. Y provocando con ello, entre los propios patriotas, un odio a muerte que, en los actuales momentos, insisto, no sé hasta dónde nos conduciría». Corría julio de 1978.

La necesidad de negociar

La resolución del conflicto fue uno de los ejes en que basó su actividad política, ya en Herri Batasuna. Lo dejó plasmado en muchos de sus escritos e intervenciones: «¿Por qué no nos sentamos a discutir en serio en torno a una mesa? Comprendo que las dificultades son inmensas, que los recelos se hallan al rojo vivo, que los prejuicios e intereses creados parecen infranqueables, que los odios y los recelos mutuos existen -no nos engañemos-, y que resulta difícil el hecho mismo de iniciar una conversación. Reconozco asimismo que las experiencias pasadas no refuerzan nuestro optimismo. Pero si los grandes males requieren siempre grandes remedios, ¿no habrá llegado la hora de intentar lo imposible?». Pudiera parecer que se ha escrito ahora mismo.

Su radical oposición al proceso estatutario-constitucionalista hundía sus raíces en la experiencia y en la convicción de que el jelkidismo caería en la trampa para elefantes preparada por Suárez y los militares de la época para desmembrar Euskal Herria. Lo repitió en mil ocasiones: «Resulta ridículo e indignante oír hablar de que Nafarroa... ya vendrá, ya se incorporará, ya se sumará a las instituciones vascongadas. Nafarroa no tiene por qué venir a ninguna parte, ni incorporarse a nada, ni sumarse a nadie. A Nafarroa le corresponde estar y ser. Nafarroa comienza en las playas del Cantábrico, que es el mar de Nafarroa. Nuestra lengua es la lingua navarrorum. El arrano beltza da sombra a todos los vascos de la tierra. Iruña es la capital de Euskal Herria entera». El jelkidismo terminó por entrar al juego de la Reforma. Y, tal como predijo Telesforo de Monzón, el jarrón de Euskal Herria sigue roto.

Argala: el amigo, compañero y maestro

La evolución política de Monzón se explica también a partir de sus relaciones personales. La amistad que le unía con José Miguel Beñaran, «Argala», queda reflejada en un sentido artículo que hoy, a buen seguro, le hubiera costado pena de prisión. Lo dejó escrito en «Egin» a los siete días de su muerte: «He perdido el amigo al que quería, el hermano pequeño, el compatriota al que me hallaba íntimamente unido en la lucha (...) y también se me ha ido el maestro: no sólo por aquella escuela de pureza que emanaba de todo su ser, sino también por la extraordinaria inteligencia (...) de donde nacía su visión genial, casi profética, acerca de las cosas y de los acontecimientos que se referían a nuestro pueblo».